Homenaje a Manolo García Maya en la Galería Yus


NUESTRO ENTRAÑABLE MANOLO, EL DEL BONANZA

Por Don Quiterio
Fotografías: Rafael Esteban

 Dicen que las entrevistas y las biografías no son buenas si el autor es admirador del protagonista. Bueno, pues vamos allá con este intento fallido, porque soy uno de tantos extraños sujetos que admiran a Manuel García Maya, nuestro entrañable “Manolo, el del Bonanza”.



        Después de su última exposición en el Torreón Fortea, en el año 2008, Manuel García Maya presenta ahora, en el Estudio Yus, una muestra que abarca piezas elegidas de toda su carrera artística. Afirma el autor que a la hora de pintar sigue encontrando la misma sensación que cuando hizo el primer cuadro. “Algunos cuadros los ejecuto en poco tiempo, pero otros me cuesta terminarlos varias semanas”. Esta exposición está clasificada según los temas que tratan: collages, abstracción, dibujo…



    Al preguntarle si da por buenos los estudios que sobre su obra y persona han dado Javier Barreiro, Manuel Pérez Lizano, Antonio Domínguez, Manuel Martínez Forega, Martín Montejano, Manuel Lampre, Eduardo Laborda o Jesús Lou, afirma que, salvo algún error, acepta de buen grado todo lo que se dice de él y de su obra y aún descubre cosas en las que no había reparado.

    Su trayectoria artística viene condicionada por circunstancias personales, que afectan a un proceso creativo constante hasta 1974. Si sus primeros cuadros datan de 1960, desde 1965 hasta 1967 trabaja en Mallorca y desde 1968 hasta 1973 en la cafetería Fiesta de Zaragoza, siempre dentro de la hostelería, hasta que en noviembre de 1973 abre en Zaragoza el bar Bonanza. En 1975, con 33 años, retoma la pintura sin ninguna interrupción. Dibujos y cuadros, sin posibilidad de error, configuran una totalidad indivisible, mientras que los collages se centran, sobre todo, en la singular serie con los fragmentos de cristal incorporados al soporte. Collages incrustados en plena vorágine de dibujos y cuadros, que se cruzan y mezclan a borbotones, como si el artista tuviera una especie de feliz y pasional ansiedad sin final visible. Por todo ello es aconsejable olvidarse del concepto tiempo y dividir su obra entre collages, dibujos y cuadros, con el único propósito de mostrar un periplo coherente, armónico, que jamás impide la evidente realidad de que su estallido artístico camina en síntesis con las ideas más que muy claras.



    Es difícil encontrar en nuestro universo cultural alguien tan especial en su forma de ser como Manuel García Maya, en el que la pintura, la literatura y la música participan de su mundo interior. Manolo lee libros de filósofos y poetas malditos (Nietzche, Leopardi, Pessoa…), recoge lo mejor, lo destila, lo depura, lo filtra, lo memoriza y nos lo transfunde a los amigos y a los clientes de su bar Bonanza. Lo mismo hace con la mejor música: Eric Satie, Olivier Messiaen, Mozart, Wagner, Mahler, Beethoven, Schumann, Mendelssohn, Schubert, Mancini…

    Rocero y educado, curioso y respetuoso, cordial y chistoso, atento y generoso, tímido y extravagante, excesivo y melómano, culto y sonriente, esteta y soñador, discreto y surrealista… Su idioma lo reivindica como herramienta que le permite abordar determinados temas: “Es imposible tratar la muerte de otra manera”. Pero también como un mecanismo para ocultar los sentimientos: “Decía Brassens que mostrar los sentimientos era como enseñar el culo, y yo me he inspirado en él en su forma de ver las cosas”. Cuando le pregunto que si cree que sus primeros cuadros van quedando eclipsados por su obra posterior, la respuesta es inmediata: “Pintar cuadros es una terapia, te hace pensar en muchas cosas y sentir justificada tu existencia. Y eso es algo que me llena de satisfacción, porque ahí he encontrado un territorio que me satisface enormemente”.



    Ese territorio es, ante todo y esencialmente, la pintura. Nuestro protagonista, en efecto, ha investigado, escudriñado y puesto en práctica muchas de las técnicas pictóricas y ha generado tropecientos mil cuadros (de locos, dripings, betún, culos…) que almacena en el garaje de su casa, en el altillo del Bonanza o distribuidos en cientos de casas de sus amigos en calidad de depósito o regalo, que es lo mismo, y sus manos no paran de parir nuevas obras.

    De niño, su madre le comentó, y esto es literalmente cierto, que a Piero de la Fancesca, geómetra y pintor, el dodecaedro le conmovía hasta la ternura. Tamaña aseveración le afectó a Manuel García Maya en grado sumo, y de aquellos barros vienen estos lodos. A él, que no está seguro de haber visto un dodecaedro por ahí, le conmueven otras formas. A veces, geométricas, como el cono, y otras, gramaticales, como el paréntesis cordial, o fugaz, de unas caderas…



MANOLO MAYA / MANOLO BONANZA

Por Miguel Ángel Yus

    Manolo Maya no existe sin el Bonanza. El Bonanza no existe sin Manolo Maya. Una vez más, Yus cuelga literalmente a sus amigos. Esta vez es Manolo Maya: pintor, poeta, filósofo, hostelero…

    Carlos Calvo-Bukowsky, con su sentido iniciativo de estos acontecimientos, en dos escasas y breves horas, nos conmocionó y emocionó con su presentación del evento. Aplausos. Manuel Martínez Forega, enciclopedia de pintores en mano, dedicó al autor elogios bien merecidos y sobradamente ganados por su obra y por algún que otro cubata por cuenta de la casa. Más aplausos. Alfredo Saldaña, encantador de serpientes, tuvo al personal expectante, con los ojos fijos y dilatados, con sus amistosas y líricas loas dirigidas a Manolo. Salvador Dastis, por su parte, declamó delicadísimos poemas inspirados en su vida sexual, al que nuestra inigualable “Fefi” pidió consejo.



    Claudia, Manuela y Marga, el trío de la bencina del Estudio Yus, interpretaron lacrimógenas canciones y juro que nos hicieron llorar a todos. Finalmente, Chus Blasco, con mucha rosa blanca, nos contó la historia del Bonanza. Ahora vamos a contar la auténtica historia del local de Manolo.



    Al Bonanza, hace varios siglos, se acercaba la selecta clientela en coche de caballos. Manolo, vestido de lagarterana, les ofrecía sus cócteles Molotov, sus orgasmos, sus metros de chupitos y la mejor de sus sonrisas, todo ello acompañdo por un apunte de su filosofía, entre un Mortero, un Florero, una botella de vino o un plato de jamón:

-“Si choca un libro con una cabeza y suena a hueco, es por culpa del libro”…

-“Si la religión se basara en el sentimiento de dependencia ante algo superior, los perros serían los seres más religiosos del mundo”…

-“Hay adultos que viven como niños. Ojalá los niños vivieran como si no hubiesen nacido”…

-“No me extraña que ese tipo hable mal de mí, nunca aprendió a hablar bien”…

-Gritando de dolor por la gota, ¿quién me librará de estos males? Un cliente me acerca un revólver. “Esto te librará”, me dice. “Idiota”, respondo, “librarme de los males, no de la vida”…



    Los amigos y clientes del Bonanza no han cambiado en todo el tiempo transcurrido y bebido. Todos mezclados ayudando a producir la magia del local de Manolo.



Antaño:

Pintores que realizan su obra con el vino derramado en la barra.

Poetas que escriben su obra con el vino que dejan los pintores.

Pensadores que piensan en el vino que dejan los poetas.

Maricones vocingleros.

Revolucionarios que son funcionarios.

Y borrachos, borrachos anónimos…



Hogaño:

Ahora son los mismos con muletas más miles de jovencitos que son poetas, pintores, pensadores, maricones, revolucionarios, ecologistas, recicladores, los que tienen perro, bicicleteros y los que apadrinan a la vaca Lucero…



     Para concluir, el pasodoble cantado, guitarra en mano, por Alfonso Val Ortego:

“Ay, Manolo, ay, Manolito, que pensaste que todo era bonito.

     Has averiguado que pintar es como amar: la mitad del tiempo no sabes dónde estás y la otra mitad tampoco.

    Ay, Manolo, ay, Manolito, que pensaste que todo era bonito.

    Pintas con trazos picassianos la existencia y en tus telas pintas lo que ves, culos y locos.

    Ay, Manolo, ay, Manolito, que pensaste que todo era bonito.

    Y lo bonito eres tú. Cáscatela”.



 

 

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