Por Don Quiterio
Fotos: Rafael Esteban
El cielo, si de llenar de contenido el museo Pablo Serrano de Zaragoza se trata, puede esperar.
A las autoridades competentes del gobierno aragonés se les ha ocurrido –por ocurrencias, que no quede- la idea cultural de difundir el cine y promocionar la labor que se realiza en certámenes de alcance local, comarcal y provincial, en una suerte de escaparate para acercar y reconocer el valor del séptimo arte al ciudadano, que, al parecer, importa mucho. Diecisiete muestras se han unido en esta primera edición con denominación de origen: ‘Festival de festivales José Luis Borau’. Ya estaban tardando en utilizar el nombre del autor de ‘Furtivos’…
Toda expectación sumergida en un festival de festivales sufre un empuje vertical y hacia arriba inversamente proporcional al volumen de satisfacción que produce. No soy yo, es Arquímedes. De otro modo, basta esperar algo con ganas para que se pasen las ganas de casi todo. El festival de festivales, en efecto, ha rendido un homenaje –y lo que te rondaré, morena- a José Luis Borau, con una exposición biográfica que repasa su obra a modo de muestra bibliográfica con fotografías e imágenes de sus películas, la actuación de los alumnos del conservatorio superior de música de Aragón y una conferencia –“rara, maravillosa, furtiva”- a cargo del docente Luis Alegre, el hombre orquesta, en la mejor tradición del gran Louis de Funes.
Se iniciaron las proyecciones con la exhibición de tres trabajos premiados en la última edición del festival de Huesca: ‘Mi lucha’, de Aitor Aspe y José María de la Puente, ‘O sapateiro’, de David Dautel y Vasco Sá, y ‘Una historia para los Modlins’, de Sergio Oskman (reciente premio “goya” al mejor cortometraje documental). A estos títulos se sumaron numerosos cortos (de vista o de entendimiento) ya programados con anterioridad, en una selección realizada por los responsables de los certámenes dedicados a la salud, a la mujer, a los derechos humanos, el cine etnográfico de Sobrarbe, el de Bujaraloz, el de Calanda, el de Uncastillo, el de La Almunia, el de Tarazona (y el Moncayo), el de Zaragoza, el de Delicias, el de Fuentes de Ebro, ProyectAragón, AnimAinzón y, por último, el de Segundo de Chomón.
Un montón, pues, de historias e historietas, serenas o alocadas, sobrias o generosas, de familias unidas o destrozadas, de sumas o restas, de sastres o máscaras, de balas o delincuentes, de aldeas o burlas, de ojos que no ven y corazones que no sienten, de hombres máquina o actrices cómicas y sufragistas, de fotos, viajes y poderes, de dioses que ya no amparan y papás que hacen cine, de curvas y huidas, de diarios y llantos, de juegos de niños y vendedores de humo, de uvas y trogloditas, de catas y dinosaurios, de agencias y tierras, de títeres y titiriteros, de buenos días, buenas noches, hola y adiós. Unas historias, al fin y al cabo, en las que los puntos de apoyo tenidos como ciertos se manifiestan falsos. El suelo donde apoyarse se ha resquebrajado. Otra vez a la búsqueda, como Arquímedes.
O como los autores, numerosos, para un total de ochenta y seis pequeñas obras fílmicas de todo tipo de géneros para deleite de los cinéfilos, del vulgo en general y, se supone, de los responsables de la política cultural que, por unos días, han visto lleno un espacio vacío. A saber: Laura Sipán, Ignacio Estaregui, Gaizka Urresti, José Ángel Delgado, Carlos Fernández, Luis Burgos, Mar Delgado, Esaú Dharma, Juan Carrascal, Félix Espejo, Joan Martín, César Díaz, José María Bernabé, Carlos Fierro, Javier Fernández, Jaume Rofes, Gerardo de la Fuente, Alberto Rodríguez, Jossie Malis, César Pérez, Fernando Borjas, Martín Rosete, Saúl Gallego, Tino Fernández, Víctor Carrey, Jordi Bueno, David Galán, Casandra Macías, Andrés Cisneros, Vicky Méndiz, Javier Sanz, Ignacio Bernal, Ismael Ferrer, Fabián Ribezzo, Natalia Mateo, Juan Pablo Zaramella, Erik Francé, David Nuño, Carlos Lidón, Mercedes Jariod, Isabel Díaz, Marina Badía, Elia Ballesteros, Ivan Golvnev e Ignacio Pardinilla.
Pero hay más, para no provocar susceptibilidades (y perdón por las posibles omisiones): César Pérez (no de Tudela), Rubén Pérez (el de Tudela), Jordi Bueno (ni malo, sino todo lo contrario), Pablo Aragüés (¡qué majo es!), Yago Mateo (de la escuela shakesperiana), Lucía Camón (y Aznar), Cristóbal Vila (de oficio, descubridor), Germán Roda (de oficio, aprendiz de realizador), Esteban López Juderías (y mudéjar), José Manuel Fandos (¿con o sin acento?), Javier Estella (que no estrellado), Gerardo Herrero (y cuchillo de palo), Jacobo Atienza (el histórico), Miguel Gallardo (el del “playback”), Esteban Roel (el ratón), Juan Fernando Andrés (tres nombres para ningún apellido), David Moreno (y la que te rondaré…), Quico Meirelles (el fiel jardinero), Roser Corella (entre La Rioja y Navarra, por el amor de dios), Alfonso Moral (dudosa), Jaime Maestro (el goyesco vendedor de humo animado), Javier Espada (el milagro de Calanda), Berta Maluenda de Ureña (de nombre completo: y Villamediana Carvajal de Córdoba y Jiménez de Molina), Marta Pérez (siempre tan original) y Marisa Juan (¿en qué quedamos?).
Mientras tanto, el arte plástico, como el cielo, puede esperar. Ya lo decía Arquímedes: toda expectación sumergida en un festival de festivales sufre un empuje vertical y hacia arriba inversamente proporcional al volumen de satisfacción que desplaza.