Asilo Rigoletto / José J. Beeme


Por José Joaquín Beeme
http://blunotes.blogspot.it/

Imaginen un asilo de poetas (¡qué infierno!), otro de profesores (retóricas palizas, autoescuchas), y aun otro de políticos (una escandalera continua).

Que los charcuteros envejezcan juntos, o que los siderometalúrgicos aguarden a la muerte en una casa común. ¿Una ocurrencia absurda, agrupar a los pensionistas por gremios? Aunque parezca mentira, pura invención de guionista, las residencias de viejos músicos existen: mi amiga Suso, música ella misma, trabaja en la de Casa Verdi, plaza Buonarroti de Milán, y fue el propio compositor quien la quiso —l’opera mia più bella— y la dotó con sus dineros. Precisamente en el año Verdi, para el que Italia se está prodigando con flor de homenajes y reposiciones, Dustin Hoffman, acaso también él con todo el futuro por detrás, debuta nostálgico y crepuscular en la dirección de actores con una historia ambientada en un hospicio de ancianos hermanados en el culto a Euterpe. Un encargo que le sale muybritish, muy teatral, muy pièce de cámara, que, si no es un gran film, es un continuo brindis (el de La traviata) a la vida, de principio a final, mientras en el aire vibre una última nota. El retrato de la diva otoñal tejido por Maggie Smith es, a juicio de melómanos, lo más verdadero dentro de una serie de gafs musicológicos y concesiones a la platea. Pero sus compañeros de reparto, en el dentro-fuera de la representación, no le van en zaga. Mi sesión, muy numerosa de público, era una de esas vespertinas preferidas de los jubilados: se reía, se celebraba, a ratos se suspiraba. Yo me sentía, porque no puede ser de otro modo apilando tiempo a mansalva, próximo a ellos: a sus miradas, a su tierra batida, a la música callada de sus vidas.

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