Estoy en un mar de maravillas / Manuel Medrano


Por Manuel Medrano
http://manuelmedrano.wordpress.com

     “Estoy en un mar de maravillas. Dudo; temo; pienso cosas extrañas, que no me atrevo a confesar a mi propia alma” (Drácula, de Bram Stoker). Vale, no es para tanto, pero se aproxima cada vez más.

    Si me suben el sueldo, pero me suben aún más los precios, y la Agencia Tributaria me cruje a retenciones. Si el gobierno de España, el de Aragón y el propio Ayuntamiento de Zaragoza me sangran a impuestos y tasas. Si seguimos la senda del gasto militar desbocado porque en caso contrario nos exterminarán, invadirán o, incluso puede que nos deporten al Polo Norte o Groenlandia. Si la Inteligencia Artificial va a provocar que trabaje menos, me paguen el doble, y yo sea feliz por necesidad o inevitablemente (¡jajaja!).

    La solución puede estar en que se generen más puestos políticos remunerados, más asesores no ilustrados, más instituciones, fundaciones y otras entidades públicas, privadas o público-privadas que pagaremos con nuestro dinero. O incluso en tragar con la partitocracia fagocitante de toda riqueza, anuladora de toda creatividad, impostora y mercenaria de carcas con dinero, de izquierda y de derecha, que de los dos hay.

     Sí, de acuerdo, esto pasa en muchos lugares del mundo, y quizá más concretamente en Europa, donde quienes viven de la política se cuentan por hordas, masas sin rostro, pero con nómina, relaciones endogámicas y genealogías plutocráticas, tan densas y numerosas que ni la Inteligencia Artificial desentrañaría sus tramas.

     ¿De qué me quejo? Pues de nada, cuando me da por quejarme pienso en Goya, el Vive Latino, los gigantes y cabezudos, la charangas a deshora de paletos subvencionados, o incluso en las broncas en cámaras autonómicas y nacionales. Cada vez que veo esos espectáculos parlamentarios, lo que pongo en marcha es el contador de costes salariales de los espectáculos que estoy viendo, más dietas, asesores, administrativos (a dedo), coches oficiales, móviles, tabletas. Y eso que no computo ahí, por desconocimiento, los costes en coca, señoritas/os, champán, langostas, cigalas y caviar, que sabemos que se han pagado (¿o aún se pagan?) con fondos públicos.

    No me quejo de nada, pues. Me vale con admirar el espectáculo carísimo y partirme de risa cuando me justifican su existencia. Después del COVID-19, los intentos de las farmacéuticas por seguir forrándose (con la OMS de avalista) son reiterados. Sin embargo, llama la atención la política de vacunaciones. En España, una de las afecciones que lleva al menos dos años arrasando es la de poderosas y prolongadas bronquitis por agentes infecciosos y, al parecer, especialmente por VSR (Virus Sincitial Respiratorio). Pero la vacuna, muy efectiva, no la ofrece el sistema público de salud en España ni siquiera a la población de riesgo por edad avanzada. Sin embargo, el servicio informativo MedlinePlus producido por la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos, recomienda: “una dosis adicional de la vacuna del VSR para todas las personas mayores de 75 años y para adultos de 60 a 74 años que están en mayor riesgo de enfermarse de gravedad por el VSR. Los adultos de 60 a 74 años que están en mayor riesgo incluyen quienes padecen de enfermedad cardíaca o pulmonar crónica, un sistema inmunitario débil o ciertas afecciones médicas específicas, y quienes son residentes de los asilos de ancianos.”.

    ¿A que adivino porqué aquí no se generaliza esa vacuna, pese al destrozo humano que causa el VSR y al colapso en el sistema sanitario? Pues por el enorme gasto farmacéutico en medicamentos varios que se consigue no vacunando, y que el que tenga que sufrir que sufra y el que tenga que pagar que pague “paliativos” en abundancia y durante semanas o meses.

   Eso, que estoy en un mar de maravillas.

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