Ahí está / María Dubón


Por María Dubón
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     El patriarcado parece indestructible. Ha sobrevivido desde las sociedades antiguas:asirios, persas, macedonios, romanos, árabes…, hasta nuestros días.

   Pueblos agrícolas o sociedades industriales, el patriarcado ha resistido cambios políticos, revoluciones sociales y transformaciones económicas. El patriarcado es tan universal que no puede ser un acontecimiento casual. Cuando Colón llegó a América, las sociedades aztecas e incas también eran patriarcales y eso que no habían mantenido contacto con Europa. Las causas pueden variar de una cultura a otra, pero en casi todas se valoraba más la masculinidad que la feminidad.

    Desconocemos la verdadera razón por la que el patriarcado pervive. Hay muchas teorías, aunque ninguna resulta del todo convincente. Una de estas teorías aduce que los hombres son más fuertes que las mujeres y que han usado su potencia física para someter a las mujeres. Sin embargo, a las mujeres se las ha excluido de profesiones que requieren escaso esfuerzo físico: política, sacerdocio o finanzas, y han tenido que dedicarse a duras tareas manuales en el campo o en el hogar. Además, para ocupar puestos relevantes en la jerarquía social no es imprescindible ser fuerte, las habilidades mentales y sociales son más importantes.

     Otra teoría considera que la dominancia masculina proviene no de la fuerza, sino de la agresión. Los hombres son bastante más violentos que las mujeres y más proclives al uso de la violencia física. De aquí que las guerras sean una prerrogativa masculina. Si bien, para ganar una guerra no es imprescindible la fuerza física ni agresividad. Da mejores resultados ser una persona cooperativa, que sepa organizar, pacificar, conseguir aliados…

   Una tercera vía se apoya en la biología y plantea que, a lo largo de millones de años de evolución, los hombres y las mujeres desarrollaron diferentes estrategias de supervivencia y reproducción. Los hombres competían entre sí para embarazar a mujeres fértiles, y las probabilidades de reproducción de un individuo dependían de su capacidad para derrotar a otros hombres. Los genes masculinos que se transmitían a la siguiente generación eran los de los hombres más fuertes, ambiciosos, agresivos y competitivos. Mientras que una mujer no tenía excesivas dificultades para encontrar a un hombre con quien procrear. La pega es que un embarazo dura nueve arduos meses, y luego hay que alimentar y cuidar a la criatura nacida durante años. En este tiempo, la mujer veía reducida su posibilidad de obtener comida y necesitaba apoyo. Apoyo de un hombre. Para garantizar su supervivencia y la de sus criaturas, la mujer se veía obligada a aceptar las condiciones que el hombre estipulaba. Con el paso del tiempo, los genes femeninos que recibía la siguiente generación eran los pertenecientes a mujeres sumisas. Esta suposición no contempla la posibilidad de que las mujeres necesitadas de ayuda en estas circunstancias la solicitaran y la obtuviesen, no de los hombres, sino de otras mujeres.

     Es probable que estas teorías sean erróneas, incluso falsas. Lo que sabemos, porque lo hemos vivido, es que en las últimas décadas los roles de género han experimentado una revolución extraordinaria. Cada vez más sociedades conceden a hombres y mujeres el mismo estatus legal, derechos políticos y oportunidades económicas. Las mujeres escalan categorías sociales y se desenvuelven en ámbitos que hasta hace nada le estaban vetados. Estos cambios espectaculares en, relativamente, poco tiempo, son tan abrumadores que nos dejan estupefactos. Si el sistema patriarcal está basado en mitos infundados y no en hechos biológicos, ¿cómo se explica la universalidad y estabilidad de este sistema?

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