Por María Dubón
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El ser humano actual vive en la angustia, en la incertidumbre, y necesita de lo espectacular para significarse. Hasta aquí ha llegado la evolución, a un triste modelo de persona que experimenta el vacío existencial, que vive en un mundo carente de sentido, en un absurdo nihilismo que le causa dolor y rabia.
Queremos destacar. Nos horroriza diluirnos en la masa. En este tiempo los deslumbrantes avances científicos conviven con la estupidez más colosal.
La sociedad postindustrial es tan perversa que puede aglutinar incluso lo que está fuera de ella: a los antisistema. Con una tranquilidad pasmosa asumimos que la desidia se apodere de todo y nos deje huérfanos de paradigmas éticos.
Los políticos, los bancos o las empresas, ¿quién dirige el cotarro? Ahora el poder es la información, y su manejo interesado reconstruye la realidad. Hoy el control social pasa por manipular los deseos de los ciudadanos, así es más fácil controlar lo demás, incluidos nuestras pautas de conducta y nuestro cuerpo. Porque vivimos en una sociedad hedonista habitada por seres huecos. Vivimos en una sobreabundancia en la que cualquier cosa pierde su valor. Vivimos acogotados por el hastío, el hartazgo, la nada. Vivimos muertos de miedo.
