Vergüenza torera / Christian G. Toledo

 
Por Christian G. Toledo

    En estos tiempos de miserias compartidas, de penosa navegación de tormenta en tormenta, financiera o social, educativa o política, lo mejor y lo peor del ser humano afloran y quedan varados en la playa, como ballenas asfixiadas o restos de maremoto.

 

    Más allá de ese maná envenenado llamado reforma laboral, no resulta difícil encontrar a cada ojeada de periódico algún ejemplo palmario de que la miseria económica conduce, cuesta abajo y sin frenos, hacia la miseria moral.

    Políticos culpando al emigrante de hacer zozobrar el sistema sanitario, ministros chuleando a rectores universitarios, presidentes de instituciones públicas viviendo la dolce vita en Marbella y chuleando después a quien haga falta, defraudadores amnistiados mientras se exigen sacrificios al ciudadano para calmar a los mercados, banqueros escurriendo el bulto, presidentes de gobierno incumpliendo sus promesas electorales.

    Últimamente el mundo del toro tiene mala prensa. Se le acusa de ser cruel y retrógrado, y todo eso bien podría ser cierto. Pero es ahí donde he encontrado un ejemplo que pone el contrapunto a los anteriores.

   Rafael Aparicio ya no volvió a ser el mismo desde que hace un par de años un toro le atravesara el cuello. Quiso regresar, pero ya no supo enfrentarse a los astados de la misma manera. Tenía miedo y se sentía incapaz.

   Aparicio fue un gran torero, de los que en sus buenos tiempos transmitían emoción al tendido. Pero aquella tarde sintió que había llegado el momento de ser consecuente, de dejar de defraudar a los aficionados y a sus colegas de profesión.

    Se plantó en la arena y pidió a sus compañeros de terna que le cortaran la coleta.

   Quién sabe qué será de Rafael Aparicio a partir de ahora. Podría volver a los ruedos, la vida siempre concede una segunda oportunidad. Pero el otro día nos dio un ejemplo de integridad moral.

    Hoy en día se ven pocos presidentes del gobierno, banqueros o políticos pidiendo a sus compañeros que les corten la coleta. Al contrario, se aferran a sus sillones contra viento y marea, a pesar de los pesares, aspirando a perdurar más allá de sus engaños, de sus trampas y sus gestiones nefastas.

    Pero cuando las olas de la crisis acaben de inundarlo todo, ¿acaso no estaría bien encontrar un poco de honestidad a la que aferrarse?

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