París / Pepe Cerdá


Por Pepe Cerdá
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   Las ciudades en las que se ha amado, sufrido, errado, vagado, embriagado; en definitiva: en las que se ha sido joven, no pueden visitarse, tan sólo cabe recordarlas.

   Es lo que tiene la juventud: sólo puede recordarse. En nuestra época el botox, los tintes de pelo y las liposucciones, hacen que algunos ancianos intenten no parecerlo, intenten volver a ser jóvenes, pero no lo consiguen, solo consiguen ser unas patéticas caricaturas desdibujadas. Esto me ocurre a mí con París.

   Mañana he de ir a París, expongo el sábado. Voy en coche, mejor dicho en camioneta, con los cuadros en la baca. Hace treinta años cuando comencé a exponer por ahí suponía que a mi edad vendrían a buscar los cuadros unos señores, con bata y guantes blancos, y que con sumo cuidado los introducirían en unas cajas estancas. Pensaba en esto mientras me hacía miles de kilómetros con los cuadros atados a la baca haciendo un ruido infernal. Los señores con bata y guantes blancos han venido alguna vez en el pasado a mi estudio a coger los cuadros, pero siempre les ha pagado la administración porque la exposición la organizaba algún museo o institución. Jamás una galería privada les ha enviado, no puede pagarlos, ahora la administración tampoco. Pienso que eso de ir en coche con los cuadros en la baca es un poco como lo de la liposucción, no deja de ser revisitar la juventud, pero por obligación, del mismo modo que se maquillan las viejas prostitutas en un intento desesperado de competir con la lozanía de sus colegas.

    Pero no estoy triste, al contrario, me apetece volver a exponer allí y llevo los cuadros en la baca de mil amores, tan solo querría explicar la extraña y melancólica sensación de volver al sitio en el que se estuvo. Sensación absolutamente común a todos los mortales que tienen la suerte de cumplir años, por otra parte.

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