El Moncayo, sagrado y legendario


Por Eduardo Viñuales Cobos.

     Es maravilloso pensar que las civilizaciones antiguas rendían culto a la Naturaleza. Es precioso recordar que algunas montañas fueron lugares sagrados a respetar. Sin ir más lejos… el Moncayo. Rebuscamos en sus símbolos, leyendas y toponimia.


Eduardo Viñuales
Escritor Naturalista

http://www.asafona.es/blog/?page_id=1036
Coautor del libro “El Moncayo paraíso de los naturalistas”.

     Los orígenes de la historia de la montaña del Moncayo son legendarios. Los odinistas y otros estudiosos del pasado afirman que ya antes de Cristo el Moncayo simbolizaba para celtibéricos o romanos un lugar mágico y sagrado, que era la morada de Ojáncano, ser maligno y monstruoso al que estos pueblos le rendían culto. De hecho, muy antiguas narraciones aseguran que no muy lejos de Numancia existió un bosque sagrado celta, que todo indica que debió de estar ubicado cerca de Beratón. O que la ciudad perdida de Arekoratas, desde donde se adoraba a la Naturaleza, está situada bajo el subsuelo de Augustóbriga, en Muro.

 

    Otras historias míticas se refieren al dios romano Júpiter como el hacedor de nuestro monte, quien enfurecido por un robo castigó al ladrón haciendo que las rocas de la montaña cayeran sobre él, dejándolo así sepultado bajo millones de ellas por ser amigo de lo ajeno. Era considerado el Moncayo, por lo tanto, el templo de Júpiter. Y se ha escrito que cuando los romanos fueron a conquistar Numancia desde Caesar Augusta, prefirieron rodear el monte para que el protector de los celtíberos no les influyera negativamente en la batalla.

    Algo similar sucede con el origen de las ciudades más importantes de este entorno: en Tarazona, es la leyenda la que narra que fue fundada por Tubalcaín y reedificada por Hércules, y así consta en el escudo de la ciudad que reza “TubalCain me aedificavit. Hércules me raedificavit”. Mientras que en la villa soriana de Ágreda asimismo se refieren a Caco que, arrojado por Hércules desde el Moncayo, vino a refugiarse y llorar sus penas aquí, justo antes de partir hacia Italia.

    La Naturaleza misteriosa de esta montaña-tótem ha alimentado desde siempre la imaginación de las gentes que han vivido junto a sus bosques, barrancos, cuevas y cumbres nevadas… y hoy en día el Moncayo es un mundo aparte dominado por el encantamiento y la leyenda, pieza fundamental de nuestra idiosincrasia en la manera de estar y de entender el entorno que nos rodea.

    Es conocido que el poeta Gustavo Adolfo Bécquer narra algunos de esos relatos llenos de superstición y de asombro sobre historias de brujas, de gnomos, de una corza blanca y bellos ojos verdes… y por estos pueblos se ha venido recogiendo por tradición oral de generación en generación aquellas fábulas, anécdotas y hechos dados por verídicos sobre la aparición milagrosa de vírgenes, la presencia de fantasmas y ánimas, diversas maldiciones, rocas encantadas… e incluso una referida a un niño lobo.

    En la parte noreste de Soria investigadores y pobladores confirman también claramente la presencia de una “montaña mágica” habitada por furiosos gigantes, por la ninfa Silbis que se desliza sobre las aguas frías del río Queiles, donde vivió la monja misionera de Ágreda –María Coronel y Arana- que tenía el don de la bilocación –de estar en dos sitios a la vez-, donde se anuncia una profecía acerca de un gran diluvio que hará desaparecer el pueblo de Borobia o donde hubo un bosque sagrado para los celtas.

   Pero sin duda el gran trabajo de recopilación mítico o legendario es el que publicó en el año 2010 el periodista Alberto Serrano Dolader, con la Institución Fernando el Católico y que fue titulado “Moncayo, laberinto legendario”. Ahí están casi todos, y todo lo referente a la magia de la naturaleza moncaína: diablos, gatos de colores, hechiceros y nigromantes, bestias fabulosas, sabios y farsantes, santos y vírgenes, monjes… y dragones. Un volumen de gran formato, con más de cuatrocientas páginas, imprescindible para ser completamente seducidos por el encanto de un territorio natural imaginario que realmente está ahí.

  Los romanos llamaron al Moncayo el “Mons Caunus” o “Mons Chaunus”, en alusión a su visible cabeza canosa, de cabellera blanquísima, nevada, bien cubierta de nieve durante todo el invierno. Se sabe que así ya lo denominó en el siglo I el historiador Tito Livio.

   Otras versiones aluden al nombre originario de “Mons Caius”, el Monte de Caio, es decir, de Caco, ese mitológico semidiós que en la leyenda siempre aparece vinculado a Hércules y al robo de tres bueyes o de rebaños. De hecho, Alfonso X el Sabio decía en su “Crónica General de España” que “Hércules derrotó al rey Caco en un monte muy alto de la Celtiberia al que le puso el nombre de sí mismo, y que por eso al Moncayo se le dice desde entonces el Monte de Caco”. No es de extrañar que incluso en los mapas del siglo XVII nuestra montaña apareciera aún recogida como tal.

Buscando en la toponimia.

     Pero también este gigante rocoso parece ser nombrado como lo que vendría a significar el “Monte monte”, pues “Caius” podría ser traducido como “casa”, “tapia”, “montaña de altura”… o bien como “Chaunum”, que es un vocablo que tendría que ver con “kauno”, “peñasco”, “hecho de piedra”, tal y como recoge Manuel Gargallo en su estudio sobre la toponimia turiasonense.

   Incluso hay autores que han escrito que Moncayo fue llamado antes de la cristianización, en griego, “el monte bello”, y que ya en periodo plenamente latino fue lo que ahora traduciríamos como “el monte de la alegría o del gozo”.

   A partir de la Edad Media la religiosidad se instalará en los lugares que pasan a ser cristianizados mediante los nombres de santos y de ermitas que hasta el siglo XVII estuvieron diseminadas por muchos parajes de la montaña, algunas ya desaparecidas: San Miguel, San Gaudioso, San Juan, Santa Lucía, San Jerónimo, Santa Catalina… los pueblos de San Martín o de Santa Cruz, la Peña de San Roque, o las fuentes de los Frailes y del Sacristán.

     Otros nombres de sitios y rincones nos dan idea del relieve y la geología: la Peña Negra del Cucharón, el Morrón, la Muela de Beratón, el Puntal de la Peña Roya, las Peñas Meneras -es decir, con minas-, el Alto del Raso, Valdeplata, Valhondo, Trasmoz -que viene de “trasmontes”, detrás de los montes-, Añón -” sobre una colina”-, Purujosa -”cumbres frías”-… o el barranco de Horcajuelo -en forma de horca, aguas arriba de Morana-. También hay parajes que, con sólo nombrarlos nos hablan de la historia y de algunos episodios o momentos a recordar: Alcalá de Moncayo -como un castillo o fortaleza árabe-, Litago y Lituénigo -en referencia al nombre del dueño de un fundus o propiedad rural romana-, la Peña de los Moros o, entre otros, el collado del Muerto.

   Así mismo en el Moncayo hay toponimia emparentada con la vegetación: Haya Seca, Muela de los Aliagones, la fuente del Acebo, Fuendesaúco… e incluso sobre el lugar de Los Fayos se ha especulado que venga de “Fagus”, de haya… o que Beratón hace referencia a una agrupación de árboles.

   Buscando entre los nombres de los ríos nos encontramos con el hidrónimo Queiles, aguas antes llamadas Kalybs, Chalybes o Cayles, las cuales tuvieron que ver con el temple del acero y del hierro extraído en estas minas. De Tarazona, que antes fue la Turiasso o Tirassona, dicen que también es nombre celtibérico cuya raíz “tur-” nos lleva a pensar en ríos y en fuentes. Mientras que Vera de Moncayo y Veruela hacen alusión a arroyo, orilla y agua. O que el Isuela alude a un “agua rápida”. Y que la palabra Huecha hace referencia a un lugar frío, una vega húmeda o un curso de agua.

   Todavía habría mucho que investigar y escribir, pero por último indicar que repasando la toponimia local también nos encontramos alusiones a la presencia de lobos, tristemente ya desaparecidos, en el alto pico Lobera o en collado de Pasalobos.

(*Textos extraídos del libro “El Moncayo, paraíso de los naturalistas”, de Eduardo Viñuales y Roberto del Val, editado en el año 2018 por la Institución Fernando el Católico. https://ifc.dpz.es/publicaciones/ver/id/3766).