Barrancos de Guara: los pasillos que esconde la sierra

162VinualesP

Por Eduardo Viñuales

     No lo aparenta desde fuera. Vista en la distancia, la sierra de Guara engaña con su relieve alomado, de apariencia suave y uniforme. Pero, no. En su interior hay mil y un rincones mágicos dignos de conocer al detalle.

PVinualesE1P
Texto y fotos: Eduardo Viñuales Cobos.
Escritor y naturalista de campo.
http://www.asafona.es/blog/?page_id=1036
Twitter: @EduVinuales 

 

    Ese es, sin duda, el caso de los estrechos barrancos, delimitados por altas paredes de roca, y que en las últimas décadas han dado tanto nombre y fama a la sierra de Guara.

    Una vez dentro de estas montañas protegidas, un algo especial nos atrae potentemente y nos invita a acercarnos a la orilla de los ríos que la atraviesan de norte a sur, así como a sus barrancos tributarios convertidos tras miles de años por efecto de la erosión del agua en la roca caliza en todo un gran escenario de la naturaleza que es preciso conocer al menos una vez en la vida. Porque quien venga a la Sierra de Guara pronto comprenderá que es preciso mojarse los pies y que conviene adentrarse a pie y nadando en alguno de sus muchos cañones, iniciando así el camino interior de las ocultas rutas del agua.

    A finales del siglo XIX y principios del XX la Sierra de Guara también atrajo a un buen número de distinguidos viajeros y montañeros pirineístas. Nombres como Lucien Briet, Lucas Mallada, el conde Saint-Saud, Henri Passet, Pierre Minvielle… han pasado a formar parte de la historia descubridora de estas tierras, al ser considerados unos pioneros que muy prontamente penetraron llenos de curiosidad y admiración en las entrañas de estos hermosos paisajes que no dudaron en definir como un mundo de «cañones tan estrechos y profundos donde el cielo tan apenas se atreve a mirarse».

   El parisino Lucien Briet decía que “el río Vero discurre a través de un montón de piedras y su hermoso vestido azul añil, que se desgarra en las cavidades, deja entrever sus interiores de gasa y de muselina”. Poco tiempo después, en otro artículo para el Club Alpino Francés, describiría así al barranco de Mascún: “Una aguja de roca se destacaba. Las pendientes se hundían y en el precipicio, por todas partes, manchas bermejas enrojecían las rocas, dándole un efecto sorprendente que contrastaba con el verde del césped. Los declives formaban como un acantilado esculpido por hábiles artífices como si fuera un templo indio. El barranco se transforma en un corredor grandioso, regular, más alto que ancho, cerrado por muros paralelos y verticales. Se siente la impresión de estar en una cárcel. Nadie es capaz de soñar un sitio más delicioso y al mismo tiempo para servir de episodio de una novela del género dramático. Las rocas tienen tales cambios de vista que darían envidia a las grandes transformaciones teatrales. Todo esto solicitaba nuestra atención». Sin embargo, el viajero Lequeutre nos confesaba su terror al verse obligado en aquellos sitios, y sólo por el ruido de una voz, a empuñar instintivamente su revólver. Casi todos estos precursores habían oído contar que estos recónditos recovecos de Guara eran “la morada de las Brujas”, casi todos quedaron admirados por las rocas y la geología del lugar, pero ninguno de ellos pudo penetrar verdaderamente en aquellas entrañas fluviales que son hoy un auténtico espacio de aventura y diversión.

   Realmente fue hace unos 30-40 años cuando distintos ciudadanos franceses “descubrirían” las verdaderas “tripas de piedra” de las gargantas y cañones. Desde aquellos años de exploración con cuerdas de cáñamo y con los primeros trajes de neopreno, la mención a Guara va ya casi siempre asociada a la imagen de la práctica del barranquismo, un deporte de aventura consistente en el descenso de personas por el curso del agua, transitando entre verticales y angostas paredes de roca. Allí dentro hay saltos, cascadas, profundas badinas, estrechos donde el cuerpo de una persona pasa justamente, caos de rocas, pasajes subacuáticos… Guara es, en efecto, un paraíso para esta práctica deportiva, tanto por la cantidad de barrancos, como por su calidad técnica y paisajística.

   Hay que ir bien equipado, saber nadar, tener una forma física media y si uno no es experto se requiere ir acompañado de un guía profesional de la zona. La sierra cada año es triste noticia de accidentes e impudencias. En según que barrancos conviene no tener vértigo ni temor a hacer un rápel, muchas veces volado sobre el abismo.

   Aquí cada tramo de los cañones, cada congosto del río tiene un nuevo nombre. Por ejemplo, hablar de “Peonera” es hablar de un sector del río Alcanadre, mientras que referirse a “Gorgas Negras” supone hacer referencia a otro tramo más alto del mismo río.

   Nombres como Gorgonchón, Las Palomeras, Barrasil, Vero, Fornocal, Gorgas Negras, Portiacha, Fornazos, Mascún Superior, Oscuros de Balcés, La Choca, etc… tienden a evocar lugares que producen una gran impresión visual a toda presencia humana. Los cauces de agua tan pronto se aceleran en «rápidos» como se remansan en oscuras «pozas» o «badinas». Nos hallamos frente a un paisaje casi subterráneo, delimitado por altas paredes de roca caliza casi cerradas, que algo evoca a la práctica de la espeleología. Es un espacio oscuro y de luces mágicas a su vez. Un terreno accidentado obstaculizado por bloques y acumulaciones rocosas.

   Diversas compañías de deporte de aventura, guías-acompañantes titulados y publicaciones o cartografía especializada nos darán detalle de la longitud del cañón, del desnivel a salvar, del grado de dificultad, de los distintos rápeles, de la época adecuada para el descenso, del equipamiento técnico existente y del material a llevar. Son muchas las empresas que en el entorno del parque alquilan trajes de neopreno, casco, bidones estancos, cuerdas e incluso cintas de anclajes, arneses o mosquetones.

   Todo está preparado para que el visitante, novato o experto en estas lides, se adentre por unas horas en el reino de las luces selectas, de las penumbras, de los rayos del sol que se cuelan por entre la verde vegetación y en un paisaje cerrado en cuyo fondo suena el rumor del agua. Los ríos de apariencia modesta son el primer milagro de estas entrañas de la sierra de Guara. Ellos han sido capaces de horadar, de arañar, de socavar y de partir en dos estas masas de piedra caliza de grandes dimensiones, de apariencia dura pero deleznable con paciencia, persistencia y tiempo, mucho tiempo para nosotros.

   Saltos, remojones, brazadas, buceo, alegría, gritos de adrenalina y fotos con modernas cámaras sumergibles se suceden en barrancos preciosos como son los Oscuros de Otín, la fuente de Tamara o el Cañón del Vero entre la fuente de Lecina -donde el río resucita ya una vez seco- hasta los pies de la colegiata de Alquézar. En la parte final de los barrancos laterales de Básender, Chimiachas y Portiacha el barranquista hallará circos en retroceso o “cocinetas” geológicas, recodos casi claustrofóbicos donde sí entra la luz, pero en donde tan apenas lo hacen los rayos del astro solar.

    Y una vez dentro de los cañones, ajenos al mundo exterior, cuando no haya otros barranquistas próximos, habrá que prestar atención al silencio de la naturaleza: el viento suave, las melodías de los pájaros y, una vez más, el agua. Troncos arrastrados por las riadas, “bolos” de piedra desplomados desde lo más alto del valle y a su vez trabajados por el líquido elemento… o erosiones inimitables que terminan decorando estos longitudinales barrancos, hasta hacerlos realmente grandiosos en su conjunto. Por eso hay que detenerse a mirar, a conocer un lugar que durante muchos años ha pasado desapercibido porque allí no había nada que hacer o que conseguir… excepto para poder llegar a ciertas pozas casi secretas, para pescar, por medio de caminos inverosímiles, colgados en estas laderas de apariencia inaccesible.

   Pero, atención, el ecosistema de los barrancos sufre cada vez una mayor presión debido a la masificación. Hay días de verano con más de 1.000 personas bajando un mismo tramo. Por tanto, conviene elegir fechas ajenas a ese trasiego de barranquistas. Y, una vez dentro del cañón, es preciso comportarse lo mejor posible en este entorno: no producir gritos, evitar deteriorar la vegetación de las orillas y paredes, no pisotear dentro del cauce del río cuando se puede caminar por fuera de las aguas, y tener en cuenta la normativa del Parque Natural que obliga a no formar grupos de más de diez personas, con una frecuencia mínima de entrada al barranco de 10 minutos entre grupos, amén de vías ferratas, BTT, paseos a caballo o raquetas de nieve.

   Guara es para muchos el reino de la aventura, donde el mundo de los barrancos se convierte en punto y aparte. Muchas veces se nos antojan como el mar a la tierra. Distintos. Casi tan diferentes que parece mentira haber cruzado un invisible umbral que separa dos ambientes, dos mundos tan desiguales.