El viaje migratorio de las grullas

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Por Eduardo Viñuales

      Cuando el campo y los pastos verdean, los ganaderos extremeños dicen: “Grullas pa’rriba, al pastor le dan la vida”. Pero, sin embargo, en invierno, cuando ya hiela, afirman: “Grullas pa’bajo, al pastor le dan trabajo”.

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Texto y fotos: Eduardo Viñuales Cobos.
Escritor y naturalista de campo.
http://www.asafona.es/blog/?page_id=1036
Twitter: @EduVinuales 

 

      Y es que casi todo el mundo sabe que las grullas son aves viajeras, que crían en el centro y norte de Europa, y que a nosotros nos visitan en invierno y durante los pasos migratorios. Siempre van de un lado para otro: otoño y primavera. A mediados de octubre y principios de noviembre, han dejado sus cuarteles de cría y cruzan los puertos de la barrera montañosa de los Pirineos –principalmente por los collados navarros de Orgambideska, Lindux y Roncesvalles, que son más bajos- para arribar en Gallocanta, utilizando la laguna como parada de descanso y como dormidero comunal, tal y como se viene observando desde la década de los años 80.

    Muchas de ellas, cada vez más, no sólo paran por unos días sino que se quedarán aquí a invernar, empleando los cercanos terrenos agrícolas del Jiloca y del Campo de Daroca como lugar de alimentación. Pero en realidad el gran contingente invernante de grullas continuará su viaje y se dirigirá a pasar el invierno en las tierras más templadas del norte de África -Marruecos- y del sur de la Península Ibérica, es decir, en las dehesas de Extremadura, aunque también llegarán en menor medida a otras regiones vecinas. Se calcula que cerca de 150.000 grullas utilizan nuestro país como lugar de invernada, siendo un importantísimo porcentaje de la población reproductora europea.

    Las que alcanzan nuestras latitudes son las que emplean la “ruta migratoria occidental” de la grulla europea, es decir, se trata de ejemplares procedentes de Alemania, Suecia, Finlandia, Noruega y Estonia, así como del resto de países que circundan el Mar Báltico… e incluso de las áreas más occidentales de Rusia. Lugares que en el otoño ya se cubren por la nieve, que son gélidos, que no disponen de tanto alimento como el que aquí se halla, y donde también ya por esas fechas escasean las horas de luz.

    Una vez que hayan pasado en nuestro sur lo más duro del invierno, a finales de febrero y primeros de marzo y antes de atravesar de nuevo la barrera de los Pirineos, las grullas descansarán a miles en los campos y las orillas de dos extensos humedales aragoneses que son su parada y fonda: principalmente en la laguna de Gallocanta –con una media de 12.000 ejemplares, pero con picos máximos de hasta 65.277 grullas contadas en febrero de 2014, lo que le convierte en la mayor concentración de todo el Paleártico Occidental para la especie-, y también pero en menor medida en la alberca de Alboré junto al pantano de La Sotonera (Huesca) –hasta un máximo de 40.000 ejemplares-. Ambos humedales, de gran superficie y con aguas someras, se convierten en una especie de peaje propicio para el reposo en este cansado viaje por las grandes autopistas aladas del cielo.

   Es allí y entonces, al final del invierno, cuando en una mañana despejada y limpia, el momento en el que por fin remontan el vuelo, escalan a altas cotas del cielo con ayuda de las corrientes térmicas, empiezan a dar vueltas en círculos… y cuando han ganado altura suficiente -a casi mil metros sobre la verticalidad del terreno- comienzan a planear y a aletear rumbo al norte. Entonces se dice que son aves más veleras que remeras, porque desde muy altas se dejan caer en lentos y suaves aleteos hasta que encuentran otra bolsa de aire caliente favorable que les eleve en el firmamento.

    Vistas desde el suelo, las grullas vuelan dibujando en el cielo su característica formación en escuadra. Muchas veces se les oye antes de ser vistas. Es un bello espectáculo de la naturaleza. La velocidad de crucero promedia los 44 kilómetros por hora en la grulla europea, y el tamaño preferente de los bandos es de entre 50 y 100 individuos, si bien se han visualizado en ocasiones grupos en migración de más de dos millares de ejemplares. Prefieren migrar en horas diurnas, con máximos de vuelo a mediodía y por la tarde –de 16 a 18 horas-, a menudo ya de noche. La vuelta de la primavera es menos escalonada y más progresiva que lo que es el viaje de otoño.

   Esa posición de vuelo en escuadrón, en forma de V, no es casual: les ayuda a ahorrar energía pues es una formación aerodinámica que contribuye a romper la fuerza del viento que, una vez choca contra las primeras grullas, se desliza por los laterales sin provocar fricción en el resto de la bandada.

   Y es que las grullas son, en efecto, eternas nómadas que realizan largos desplazamientos cada medio año. Ida y vuelta cuyo recorrido se aprende y transmite de padres a hijos.

   Gallocanta y La Sotonera constituyen dos lugares de Aragón cruciales y estratégicos para conocer estos desplazamientos prenupciales. Si hay temporal de nieve en los Pirineos el movimiento de grullas está garantizado. Pero conviene llevar un catalejo, o en su defecto prismáticos. Es importantísimo no acercarse mucho, evitar ir andando visiblemente, o aproximarse con los vehículos a las grullas procurando que no levanten el más mínimo vuelo y que ello les pueda conllevar más esfuerzo añadido… pues aún ¡les quedan tantos kilómetros por volar a golpe de aleteo!

(* Este texto está extraído del libro “La laguna de Gallocanta, el incesante espectáculo de lo natural”, de Eduardo Viñuales y Roberto Del Val. Editado por la Institución Fernando el Católico en junio de 2015. http://ifc.dpz.es/publicaciones/ver/id/3457).