Anotaciones de un naturalista pirenáico

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Por Eduardo Viñuales 

     La naturaleza es la gran protagonista  de muchos valles pirenaicos. Y su espectáculo de apariencia estática cambia, muda, se reinventa con el paso de las cuatro estaciones. El gran paisaje del Pirineo se oculta al llegar el frío invierno, de dulce cadencia y amenazante a la vez.

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Texto y fotos: Eduardo Viñuales Cobos.
Escritor y naturalista de campo.

http://www.asafona.es/blog/?page_id=1036
Twitter: @EduVinuales 

     Todo se viste de nieve y estas montañas se vuelven aún más solitarias si cabe, aunque también más peligrosas para ciertas andanzas monte arriba. En las crestas y cumbres, las cornisas permanecen heladas. Un silencio se adueña de estos terrenos de rebosante historia natural, reservándose tan sólo a las blancas perdices nivales, a los armiños y a los más avezados alpinistas o esquiadores de travesía. El acentor y el gorrión alpino van perdiendo altura con las grandes nevadas. El treparriscos, de vuelo amariposado, puede llegar a invernar lejos de estas, sus áreas de cría, desplazándose hasta los cantiles del valle del Ebro o del Sistema Ibérico… Pero incluso los fuertes sarrios descienden por las laderas en busca de un abrigo y de alimento. Tan sólo el quebrantahuesos parece indemne al frío bajo cero, porque ya en el mes de enero se mete dentro de una cueva colgada en el farallón rocoso, para iniciar allá la valiente incubación de su único huevo. Su nido estará bien forrado de lana.

    Cuando llega el deshielo la primavera se activa a toda velocidad. Es la época del amor, del celo y de la parada nupcial entre aves como el colirrojo tizón, la collalba gris o el roquero rojo. El bisbita alpino canta encelada colgando del cielo. En entonces cuando los pastizales subalpinos se transforman en un frágil y delicado jardín alpino que parece querer morder tanta roca, tanta piedra. Cada flor de la montaña supone un símbolo, un color, una fragancia. Hay lirios, nomeolvides, gencianas, silenes, serpoles, potentillas armerias, aguileñas, belladonas, martagones, orquídeas… Pero antes que ellas, en los bosques más umbrosos habrá asomado muy tempranamente la campanilla perforanieves, haciendo honor a su nombre popular. Aunque la especie vegetal reina en las montañas calizas de los Pirineos es la edelweiss o flor de las nieves, amante de los pastos pedregosos que tanto abundan en montañas como las de Ordesa, donde las hay a miles, florecen en el mes de julio, pero es preciso respetar esta abundancia relativa.

    Durante el verano los animales se esconden y madrugan. El jabalí, el cárabo o la marta prefieren la noche. Las lagartijas y la víbora áspid agradecen la temperatura del sol. Las mariposas y otros bellos insectos salen de sus ninfas a vida pública. A plena luz del día los buitres planean aprovechando corrientes térmicas. Se cruzan en el cielo con águilas culebreras y con chovas que lanzan su eco y vuelan hacia las nubes. Es tiempo de calma y, al hacer el día, de tormentas. En las pozas de ríos y barrancos el tritón pirenaico nada y bucea despreocupado, a su aire, ajeno a todos estos movimientos. Sólo le preocupa la presencia de la trucha en el río, su gran depredadora.

    En septiembre las praderas altas se ponen doradas y se llenan de quitameriendas. La carlina es un cardo mágico florecido al sol. Y llegan más lluvias, entran nieblas, salen setas y la imagen del otoño se instala en los árboles de hoja caduca que esperadamente cambian de color creando una de las más bellas estampas anuales. Es la transformación cromática que sufren hayas, arces, mostajos, avellanos, quejigos… e incluso las rastreras matas del arándano. El hayedo es un tipo de bosque formidable en otoño. El brezo luce por entonces su flor tardía. E impasibles permanecen los miles de bojes, las madreselvas y las coníferas del valle: abetos, enebros, pinos silvestres y, por supuesto, esos pinos negros de las alturas. Algunos árboles ya llevan vistos muchos otoños, pues son abuelos forestales que acumulan cientos de años en sus gruesos troncos y ramajes. Es la multiplicidad de árboles, portes, colores y texturas boscosas.

   Cualquier época del año es buena para que un naturalista curioso presencie el incesante latido anual de la vida en los Pirineos. Porque son muchos los seres vivos que pueblan estos paisajes de apariencia vacía, estos bellos escenarios de vértigo, olvido y silencio.

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