El ibón helado de Arrablo,el último regalo lacustre de los glaciares


Por Eduardo Viñuales

Al pie del Monte Perdido hay un nuevo lago de montaña, un ibón. Su aparición es consecuencia del deshielo acelerado del Pirineo, de la desaparición de un glaciar y un nevero. Lo hemos fotografiado desde la cumbre del Soum de Ramond.

Eduardo Viñuales Cobos
Escritor y naturalista de campo
Texto, fotos y dibujo
http://www.asafona.es/blog/?page_id=1036


La naturaleza, que está viva y es dinámica, poco a poco va cambiando la faz de los paisajes naturales de montaña… y en las alturas pirenaicas, como consecuencia del deshielo y la acelerada fusión de la nieve sufrida en los últimos 30 años, van retrocediendo y desapareciendo glaciares y neveros.

Así, por este motivo, hace poco más de una década apareció como si fuera un regalo de las glaciaciones este ibón del macizo de Monte Perdido que vemos en la fotografía, llamado “Chelau o Helado de Arrablo” y localizado al pie del pico Añisclo –o Soum de Ramond-. En muchos mapas este lago de alta montaña ni tan siquiera aparece dibujado, puesto que antes no existía. Y ahora, donde hoy hay un ibón, décadas atrás hubo un pequeño helero permanente, una mancha blanca de nieve compactada que no llegaba a extinguirse en todo el año, ni tan siquiera en verano. Para muchos geólogos y geógrafos, el de Arrablo es -dentro de la lista de 245 ibones del Pirineo Aragonés- el último lago de origen glaciar que se ha formado en nuestras montañas.

El gran libro de los ibones y glaciares del Pirineo Aragonés nos explica que el ibón Chelau de Arrablo pertenece a la cuenca hidrográfica del Cinca y a su vez del río Bellos, que está dentro del término municipal de Fanlo (Huesca), que se ubica a 2.964 metros de altitud, que cuenta con una superficie de 0’2 hectáreas, y que para llegar hasta su orilla hay que caminar cinco horas y media desde el valle de Ordesa.

Todos los ibones son hijos de los glaciares que antes por allí pasaron.

Los expertos hablan de la existencia de más de mil lagos de origen glaciar en los Pirineos y explican que estos ecosistemas o elementos del paisaje de montaña son reguladores del ciclo del agua en nuestras montañas, puesto que de ellos siempre surgen caudales constantes y regulares.