«Olas de más» de Emilio Pedro Gómez,


Por Bernabé Dubois

      El ocho de noviembre del pasado 2022 se presentó la última obra de Emilio P. Gómez, un poemario de casi ciento setenta páginas dividido…

…en diez apartados, al que no me atrevo a entrar no tanto “en frío” sino con el ánimo de seducir a su lectura echando un rápido vistazo a parte de su obra anterior que creo ayudará a ubicar y disfrutar estos últimos poemas. Aprovecho y me extiendo un tanto pensando en quien aún no conozca la obra de este poeta para recorrer en compañía el camino hasta esta playa que nos permita acercarnos a estas “olas de más”.

    Recuerdo de paso que nuestro coordinador de la sección, Jesús Soria Caro ya comentó en anteriores revistas un par de textos que se encuentran en los siguientes enlaces:

https://www.elpollourbano.es/letras/2017/10/emilio-pedro-gomez-motivos-de-horizontes/
https://www.elpollourbano.es/letras/2022/10/el-buen-instante/

     Conocí a Emilio, sabía de su labor como profesor de matemáticas y sus faenas en movimientos de renovación pedagógica pero desconocía su vocación de malabarista de las palabras, en el verano de 1986, cuando presentó en Aínsa “Heridario”, su primer libro en cuyo prólogo J. A. Labordeta ya nos avisaba sobre “un poeta que se estremece tanto ante tantas cosas”. Un libro de versos que era meditación sobre el dolor y el abandono, sobre la ternura y la esperanza, semillero de su obra posterior.

    Han pasado casi cuatro décadas de aquella presentación y servidor no había cumplido aún sus treinta por lo que algunos versos se quedaron en la recámara de la memoria y, es momento de reconocerlo, fueron usados en ya lejanos “trabajos de amor perdidos”, que diría Shakespeare en su temprana y poco representada comedia.

    Heridario trataba de seis heridas: de la vida, del amor, de las leyes, de los sueños, de la duda y de la inercia y una “desherida” del encuentro. Memoricé y aún recuerdo versos como:

“Si regresara de buscar / me perdería”

“Te quiero / sin ningún ánimo de que seas algo mío” (aromas a García Calvo, Benedetti, hasta Sting se fijó—“if you love somebody set them free”–)

“Eres como una flor / con lágrimas / porque te niegas a admitir / tu belleza”

    Para su relectura conviene recordar aquellos cardados y chaquetas con hombreras (y Chernóbil, Reagan, Pinochet, sandinistas, Challenger, Olof Palme, Gorbachov, última gira de Queen con Freddie, Maradona, Jomeini, Memorias de África …)

    “Solamor” apareció en 1991 también en Endymion con dedicatorias al hijo que va creciendo:

“No me adentro en tus días / para cortarles alas / sino para enseñarte a distinguir / pájaros enemigos de volar que ya te salen / y te roban ventura de las manos”

O con un “cegador mediodía” que nos brindaba versos como:

“Tu / único confín / sin finales”

“En tu cuerpo descubro geografías / que no llegué a aprender en el colegio: / climas, razas, accidentes, penínsulas …”

“Acariciar es ver espejos / donde estallan preguntas / ritos / y certezas”

    En el año 1995 se edita “Álbum de rotos” en Huerga y Fierro, instantáneas retrospectivas e introspectivas como:

“Tu cuerpo es lo más íntimo del alma / cuando crece el instante y razonar no basta”

“¿De qué sirve cumplir 40 años / si lo ingenuo al ingenio es imposible / (no te quedan charlots en la reserva) / y tu hijo te roba la estatura, / la maquinilla de afeitar, el escenario?

    El premio Isabel de Portugal de la Institución Fernando el Católico llegó en 1996 a “La nieve horizontal de los vilanos” en el que el poeta se adentra en los desolados paisajes de la demencia senil, poniendo palabras, emoción y desolación, al cuidado de la madre enferma:

“Anida donde elige su memoria / que es olvido”

    En el 2000 y en Huerga y Fierro aparece “Me acuerdos”, unos setecientos instantes que rememorando los años 50 y 60 dibujan el paisaje de la educación sentimental de aquella generación, recuerdos compartidos por muchos de nosotros:

“Me acuerdo de que pagaba al contado la tristeza”

“Me acuerdo de que las niñas eran ángeles de carne y miedo”

Me acuerdo del mejor y más barato medio de transporte: se llamaba Julio Verne”

“Me acuerdo de que era un privilegio poseer una caja de compases”, …

“Sílabas blancas”, en Lola Ed., 2006, vuelve al misterio de la ausencia de la madre ausente:

“Llovías azúcar / sobre el pan con nata / Ahora te desayuno: / tazón de niebla / y añoranza”

     En 2010 se editan en Eclipsados los “Haikus de la casa”, más de un centenar de poemas delicados y entrañables:

“Ingrávida danza / de las motas de polvo. / Rayo de luz”

“Tan sólo Venus / entre la nada y yo. / Noche secreta”

   En “Pasos. Diario lírico del Camino de Santiago”, Huerga y Fierro, 2014, hay poemas entre reflexiones, citas y lo sentido por el camino y sus etapas. Pinceladas, percepciones, aventura de mirar: “Cuando vuelvo al que fui yo ya me he ido”

    En “Motivos del horizonte”, de 2015, aparece un gran cambio, ya no es la amada, el hijo, el paisaje, la madre ausente, el amor o el desamor, la revolución pendiente quienes nos dan pistas para la lectura sino que el poeta nos involucra, nos enfrenta ante lo que el silencio y las palabras pueden o no ante el mundo de hoy. Nos encontramos con versos casi surrealistas y al borde de lo místico, versos que nos obligan a hacernos cómplices en esa búsqueda de sentido, que nos amplían el horizonte, versos generosos que nos invitan en su lectura a completarlos con nuestra realidad cotidiana:

“El silencio florece / donde se abisma el tiempo / Cada palabra que no escribo / me hace desaparecer / un poco más”

“Tantear la belleza en lo inminente / como en las olas secas de un piano / los dedos que la avivan”

“Todo es posible / al misterioso borde del silencio: / recuperar la voz o enmudecer”

“El dorso del decir / también nos dice”

“Ninguna red / atrapa el son que somos. / Cantamos en los labios de la luz”

   “El eco de la luz”, Amargord, 2017, recoge los poemas que dedica a la llegada del nieto. Versos tan llenos de ternura como de esperanza ante la presencia de quien te transforma de padre a abuelo, algo tan cotidiano y tan imprevisto, algo que te legaliza desperezar sentimientos que creías aletargados o desterrados, un hecho que replantea tus prioridades:

“Me cercas de esperanza. / Miro hacia atrás / y vienes. / Miro adelante: / estás / cuando yo ya me he ido”

“Ciego / de olvidos / en tu mirada abriendo la existencia / empiezo / a vislumbrar / la raíz de mi infancia”

“Con fiera candidez / cierras el puño. / El ascua de soñar / hiende las sombras”

“Infinito de ti / ríes hasta la luz / y yo no sé qué hacer / con tanta aurora”

    “El buen instante” se presentó en 2021 recogiendo más de un centenar de haikus relativos a las estaciones, al mar, a lugares, a la ciudad, al pueblo y a la casa:

 

“Sol de diciembre. / Las hojas se saludan / alborozadas”

 

“Último sol. / A la orilla del mar / deja sus brasas”

 

“Al pasar página / un pequeño silencio / toma mi mano”

 

      Durante esta trayectoria el poeta ha sido antologado en diversas obras como

 

“Poesía a la frontera”, “Puente de piedra” o “Voces del Extremo”.

 

    Así llegamos a “Olas de más”, libro en el que su mirada vuelve a recuerdos, a amores, a viajes, al confinamiento, y donde aparece una crítica social que nos da pistas sobre este presente en el que nos toca “marear”.

      En el primer capítulo aparece la reflexión sobre un yo que nos apela e invita al profano examen de conciencia:

“Cansado de ser yo. / Igual que a mí / la niebla / empaña los cristales del realismo. / Mejor callar / pero ¿con qué silencio?”

“Indaga / en la no búsqueda / hasta encontrarte en todo / transparente / sin yo”

     En el segundo, “Ayer”, hay recuerdos de la infancia, maduras miradas al tiempo escolar, a la casa familiar, como en el poema dedicado al padre:

“… procedo de tu voz / la que me guardo / para juzgar a solas lo que he dicho / …Te debo siempre más que haber nacido”

     El amor se evoca en “Acordes”:

“Me vives en la sed. / Qué de luz cuando asomas / cuánto fin si te vas”

“Porque cuando sé del lugar / o si me pierdo / amarte es la morada”

    La sabiduría que la edad nos va proporcionando, la experiencia de los días y las erosiones es tratada en “Otoños”:

“Envejecer es alejarse / de los sueños. / No te vence la edad / si sigues agrediendo hacia el asombro / y evitas la espiral de sus anillos.

    Así como la muerte y los finales en el capítulo central “Después”:

“Tal vez podemos / visitar a la muerte / –presentir su no ser / acompasar el paso al suyo– / cuando dormimos”

     Tras reflexiones sobre esta tierra y nuestro nómada transitar por ella el octavo apartado titulado “Comunal” evalúa las acciones colectivas y las apuestas juveniles, el devenir de tantos denuedos por unas utopías que el mercado único parece que haya fagocitado, pero sin perder del todo la esperanza:

“Aquí vienes a consumirte consumiendo / no se admiten revoluciones”

“¿Para qué dar un paso? / Somos / propiedad de Facebook / ¿de qué sirve la calle?”

“Eternidad en lucha: / no privatizarán jamás / el arco iris”

     Ecos de aquellas “Banderas rotas” de quien prologó su primer libro.

    En el penúltimo apartado “Diástole” (recuerdo que es el movimiento de expansión y relajación del corazón y las arterias) encontramos los versos más cercanos al zen, los que a mi parecer rayan la mística:

“A golpe de tinieblas / lanzas tinta en la nada / al vértigo fugaz de lo inaudito”

“En lo que calla escucho”

“Llega el poema / mariposa que arde / al rozar el papel / en busca de la luz”

    Se cierra el poemario con “Misterio y fuga”, con una “Premonición del gran olvido” asumiendo sinceramente que el tiempo va haciendo su labor, que la vida pasa, Pablo Milanés en la memoria, delicia de adverbios temporales machadianos:

“Sé que muy pronto / mi ayer va a ser ya nunca para siempre”

“Cómo pesaría el tiempo sin olvido”

“Aunque cuanto perdemos nos define / lo caminado es algo nuestro para siempre”

       Cómo se agradece un poemario así en estos tiempos de anglicismos y fruslerías, de tópico postmoderno y moda efímera, de descubrir América cada mañana, de narcisos versitos, dos por página, para vender humo y enriquecer a los de siempre. Tiempos en los que se supone que se escribe más poesía que nunca, ahí están las redes y wasaps, las colecciones de colores chillones, de los que quedará ¿qué?

    Emilio P. Gómez nos ofrece un poemario para la relectura, una brújula para reencontrarnos, un libro de las horas, unos versos sinceros, honestos, comprometidos para una época en la que la poesía debiera seguir siendo un arma cargada de futuro, y de presente y de didáctico pasado.

    Un poeta que en su madurez nos invita a compartir la marea y a continuar peleando las resacas, renovando las playas de nuestra peregrina existencia.

Amargord ed., Madrid, 2022

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