Por Carlos Calvo
Al zaragozano Julio José Ordovás le gusta escribir “sin cálculos, sin meta, sin tesis ni antítesis ni síntesis; escribir por escribir”.
Y lo dice, además, al referirse a la recién publicada novela santanderina de Álvaro Pombo, de quien extrae estas líneas; “Hablar sin calcular mucho lo que dices, como un paseo en el que vas andando por andar, sin proponerte ir a ningún sitio, y mientras paseas ves las vistas, los paisajes que se deslizan alrededor tuyo, como los sedosos peces de un enorme acuario”. Ordovás, como Pombo, también ha publicado un nuevo libro. ‘Castigado sin dibujos’ es el título. Y ha servido para celebrar otra tertulia literaria que organiza el programa Leer Juntos La Magdalena en la zaragozana biblioteca municipal María Moliner.
De la mano de Carmen Carramiñana, todo empezó en Ballobar a finales de 1993, a través de los talleres de formación de la escuela de verano del Alto Aragón, con el objetivo de llevar la lectura a chicos y grandes. Y leer, formarse y disfrutar con la participación de familias y docentes, librerías y autores. Leer Juntos, en la actualidad, continúa sus encuentros tanto en dicha localidad oscense como en numerosos centros educativos del terruño aragonés. Las tertulias del barrio de La Magdalena –mensuales- se crean en 2008, al hilo de la experiencia en la provincia de Huesca, y por ellas han pasado todo tipo de gentes de las artes y las letras, desde la poesía a la novela, el ensayo y el periodismo, el teatro y el cine.
Para disertar de novedades o de clásicos, Merche Caballud y Paco Bailo son colaboradores habituales del programa Leer Juntos. Y este último ha sido el encargado de dar cobertura, como maestro de ceremonias, a las reflexiones del articulista, crítico literario y escritor (de diarios, poesía y novelas) Julio José Ordovás. En realidad, ‘Castigado sin dibujos’ forma una suerte de díptico con su anterior ‘El peatón sentimental’. Si el de ahora habla de caminos, aquel lo hace de calles. Lo rural y lo urbano. Porque el autor siempre ha tenido la sensación de haber vivido dos vidas, una en el pueblo y otra en la ciudad, aunque “sigo contemplando el mundo con ojos de niño de pueblo”. Tolstoi lo expresó mejor que nadie. “Describe tu aldea”, decía el ruso, “y descubrirás el mundo”.
También vuelve Ordovás en ‘Castigado sin dibujos’ a sus libros ‘Paraíso Alto’ y ‘El Anticuerpo’, dos novelas rurales donde las personas y el paisaje son un todo, en las que lo real y lo mágico se funden de un modo sereno y preciso, sólido y conciso. Desde el humor y el juego, desde el desengaño y la soledad, Ordovás escribe como una búsqueda del pasado en el presente y viceversa, asumiendo toda la complejidad de la condición humana, en esa búsqueda de la felicidad total. Ahí están, para corroborarlo, otros títulos suyos como ‘Días sin día’, ‘En medio de todo’, ‘Nomeolvides’, ‘Frente al cierzo’ o ‘Una pequeña historia de amor’.
Ordovás desarrolla un lenguaje literario que le permite rehacer la apariencia en una suerte no ilustrativa y visceralmente inmediata, a la manera de una narración como ejercicio de ensayo, el relato por vocación, la prosa conversacional. Me asombra, por qué no decirlo, su capacidad para variar los recovecos del alma, cambiar con el tiempo y, sin embargo, ‘parecerse’ siempre a sí mismo. Esta, me parece, es su ‘marca’, su ‘estilo’, pero estas marcas o estilos tienen un valor añadido, que es el de registrar un ‘hecho’, lo que convierte su obra en algo más excitante y profundo. Ese es el secreto de un gran narrador, para quien “escribir sirve para rebobinar la película de una vida y congelarla en un instante”.
Una prosa, en apariencia, amable y pacífica, pero, sin embargo, grávida de un aura demoledora, en la que la violencia puede desatarse de un momento a otro, contenida en su arrolladora imaginación. “Hay que escribir”, lo dice el propio Ordovás, “como peleaba Mohamed Alí: con inteligencia, con elegancia, con una delicadeza brutal. Salía al ring como un niño a una pista de patinaje. No permitía que la furia ni los focos le cegaran. Su boxeo carece de retórica. Es música de baile. Bailaba amorosamente con sus rivales al mismo tiempo que los machacaba y hundía, sin desperdiciar un golpe y sin perder el paso ni la sonrisa”. Eso hace en ‘Castigado sin dibujos’, que se abre con una cita de Albert Camus, toda una declaración de intenciones: “Habría que vivir como espectador de la propia vida para añadirle el sueño que le diera conclusión. Pero uno vive, y los otros sueñan tu vida”.
Los asistentes a la tertulia compartieron con el autor sus fantasmas insondables, ese territorio de los recuerdos siempre “envuelto en la misma luz dudosa que el mundo de los sueños”. Esto es, el regreso al pueblo que le vio nacer (“todos los lugares en los que hemos vivido viven dentro de nosotros”), su querencia por los misterios para convertirse en investigador privado (“ser escritor es una manera de ser detective”), la importancia de haber aprendido a escribir a máquina y utilizarla como arma de defensa –la ametralladora de Umbral-, el descubrimiento de una ciudad a través de los bares, la infancia y la familia en una España todavía con olor a naftalina, la felicidad que siempre le han proporcionado los libros y sus imprescindibles lecturas infantiles (Mark Twain, Stevenson, Verne)…
Uno de los asistentes habló de literatura con mucha miga (Ordovás es panadero, el heroico horno de las magdalenas) y otro, el escritor Alberto Serrano Dolader, dio la nota culta, destacando el haber sido traducido al japonés y “que, a lo largo de la historia de la humanidad y en mil ocasiones, el pueblo, al reformularla en el tiovivo del boca a boca, ha convertido en leyenda anónima y compartida la fábula inicialmente firmada por un autor”. Porque el caminante de sueños que es Julio José Ordovás, a través de una prosa tan bellamente serena como precisa, coge la coctelera y agita los ingredientes de su gusto por la aventura y lo fantástico, lo grotesco y lo cómico.
Ese universo siempre aflora y su recuerdo inconsciente condiciona el elemento figurativo y las tramas de sus obras, en una suerte de tensión entre el hombre moderno y los rudimentos del pasado. Y en su pulsión por lo onírico y el amor por el ser humano. Porque la historia de su niñez y juventud, que transcurre durante la transición democrática, es el despertar a la edad adulta en un mundo rural y cazurro, acaso para forjar, para siempre, una personalidad.
En efecto, una declaración de amor a la literatura nacida de la propia vida que trae a la memoria las palabras de Truffaut: “El reflejo de la vida vale más que la vida misma”,