Por Bernabé Dubois
“… este chico lee con ojos afiebrados, y eso no puede ser bueno de ninguna manera” recuerda el escritor en la página 34 de este hermoso texto comparando…
…a su madre con el ama de llaves de don Alonso Quijano. “Ese crío tiene la cabeza llena de pájaros” le dicen unos viejos muy viejos en la 66.
No sé si es bueno o no, si es real o no, pero el último libro de Ordovás es una delicia, está en la panadería (como el pan nuestro de cada día), en los comercios del ramo y se presenta el día 9 a las siete en el Teatro Inevitable.
Dado que está siendo comentado estos días en prensa por diferentes novelistas y críticos, servidor no lo es, que saben de lo que hablan y tienen criterio, simplemente quiero compartir que, como con “El peatón sentimental”, no sólo he disfrutado con su lectura, y la relectura de varios capítulos, sino que ha conseguido traer a mi memoria aquellos lejanos días de infancia y aprendizaje, me ha bajado de la estantería un buen alijo de lecturas juveniles que ensancharon el infante horizonte y me ha evocado, yo he sido niño urbano con gratos y largos veranos en el pueblo, personajes que fueron entrando en la polifonía de mi construcción.
Comienza el libro con una cita de Albert Camus, con lo que ya consigue mi adhesión inquebrantable, y las primeras páginas del primer capítulo se inauguran con una de esas letanías, retahílas descriptivas que con tanto dominio el autor-compositor armoniza trayéndome a la memoria el presto de la séptima de Beethoven a manos de Carlos Kleiber. En esta primera descripción nada exenta de alusiones a paisaje, flora, fauna, guiños a autores y veladas denuncias se enumeran más de ciento veinte elementos sin apenas unos cuantos verbos que sugieran algo de acción llevándonos casi a la vía contemplativa de una literatura mística, eso sí, fieramente humana.
Queda claro el espacio y el tiempo en el que se van a desarrollar las siguientes historias. Sugerente la que comienza con una desaparición en la página 14 que no se ¿resuelve?, hasta la charanga de la penúltima página cerrando perfectamente estos veintiocho capítulos con una tan ingenua como apasionada pregunta que traduce los deseos de fuga del protagonista (¿à bout de suffle, Godard?)
Entre tanto se nos ofrecen párrafos con un humor perfectamente dosificado: “la sarna y los piojos devoraban a los unos y a los otros sin distinciones ideológicas”, “Lo mal que lo pasé, aguantándome el pis, en una interminable misa del Gallo… hasta que no pude más y … abrí el grifo”. “Jesús era un líder casi moderno y casi democrático, al menos en comparación con Yahvé, que solo aceptaba ofrendas de sangre”, “La primera parte de la Biblia la leí haciendo zapping”
En diferentes capítulos se nos muestra esa especie de determinismo socarrón e infantil o recia sabiduría rural: “Mi madre y mi tía estuvieron de acuerdo. Yo no, pero como nadie me pidió mi opinión ni siquiera me molesté en expresarla”, “Yo no podía entender por qué las corridas de toros duraban tanto, mientras que los dibujos se acababan tan pronto”
La guerra civil y la posguerra enquistaron juicios y prejuicios que en los años ochenta, infancia del autor, coleaban (¿o aún colean?). Y su presencia aparece en diferentes relatos: “Éramos los nietos de la guerra civil, depositarios de una herencia de silencio, dolor y odio”, “El granero de mi abuela María estaba invadido de fantasmas… Los fantasmas de la guerra”
La reflexión política está camuflada y discretamente presente en diferentes párrafos sin que apenas se note: “Nada nos excita tanto como pelearnos con nuestros vecinos más próximos, especialmente cuando nos unen lazos de sangre”, “El capitalismo no necesitó a Batman, … para derrotar al comunismo le bastó un simple ratón. Con Mickey Mouse el capitalismo se ganó el favor de los niños de todo el mundo”
En el ecuador del libro se nos regalan unas tan primorosas como certeras enumeraciones de añorados bares y camareros. No pude por menos que abrirme una cerveza y envolverme con el allegretto de la séptima de Shostakovich, bares, qué lugares tan gratos para conversar.
Delicada y deliciosa es la descripción de familiares, vecindario y forasteros: padres, tías, abuelos, gatos, primos, perros, … ese primer ecosistema que en los pueblos nos acoge para permitirnos más tarde escapar, o trasplantarnos, una vez interiorizada la reciedumbre de la moral rural y sus eternos valores, tras la que vendrá una nada sencilla deconstrucción.
Todo el libro es un hermoso canto a los libros que aún se hace más explícito en el capítulo “Castigado sin dibujos”: “… para ver dibujos había que sentarse obligatoriamente en el sofá … igual que en el pupitre o en el banco de la iglesia, mientras que los libros podía uno leerlos sentado… echado boca arriba … tirado boca abajo en el suelo … o en el tejado”
El catálogo de personajes de cuentos, series, novelas y dibujos animados no solo no apabulla sino que cada uno aparece en su lugar preciso, acompañando comparaciones, sugiriendo apodos, convirtiéndose en referentes de los sueños o deseos infantiles de todas y cada uno de los que crecimos con una biblioteca, pública o doméstica, o televisión, blanco y negro o a color, a mano.
Ordovás lo ha vuelto a lograr. El tiempo que se dedica a la lectura de “Castigado sin dibujos” es toda una rentable inversión porque multiplica los minutos que dedicaremos a rescatar nuestros recuerdos de infancia, a sentir próxima a cada persona que aportó algo, ladrillo o argamasa, cimiento o ventanales, a la construcción de quienes hoy somos. Nos hace florecer una sonrisa cada dos capítulos al menos y consigue que la emoción detenga la lectura en más de una página.
No lo propondremos todavía al Nobel de literatura conscientes del influjo que el rechazo de Sartre le causó pero del premio del público ya tiene varias merecidas medallas y algunas copas; eso sí, su candidatura a “detective honorario” va en cabeza. Y esto es to, esto es to, esto es todo, amigos.
«Castigado sin dibujos»
Julio José Ordovás
Xordica, 2023