El buen instante


Por Jesús Soria Caro

   Si hay un género literario que supone un abandono del pensamiento racional, una huida del yo, un regreso al vacío, a la nada, al origen del todo del que formamos parte sin nuestra individualidad, ese es el haiku.

      Este además nos incita a vislumbrar la belleza en lo más ínfimo: una gota que cae sobre un estanque, un rayo de sol que se adentra en un habitáculo oscuro, una minúscula hoja acariciada por la luz, en cada pequeña cosa está la grandeza del universo, solo hay que mirar, abandonar el pensamiento y no ser tu ego, fusionarse, ser lo mirado.

   Los haikus de Emilio Pedro Gómez evocan el ascenso a lo grandioso de la naturaleza, en ese proceso se mengua el yo, se reduce su autoconciencia que queda reducida a una mota sobre lo majestuoso de lo observado: “Veo en lo alto/minúsculas personas./Una era yo” (Gómez, 2021:17). Estos poemas son una invitación sublime a silenciar el ego, salir de nuestra conciencia y elevarnos a lo superior del silencio: “Llevan las nubes/el lenguaje sagrado/del silencio” (Gómez, 2021:13), podemos lograr entonces ser una nota más con el sonido sublime del todo, donde no eres el pensar fragmentario del que observa, sino su desaparición, su ausencia e integración en la unidad de la totalidad de la belleza de la vida, no eres ya el que mira, sino una brizna más de aire en el viaje del silencio por la inmensidad de lo que constituye la verdad de lo natural: “Vuelven las amapolas/a incendiar el trigal./Celebración” (Gómez, 2021:13). La quietud del viento es también la del pensamiento, el lenguaje de lo natural vive sin nada que lo piense, de ahí la necesidad de abandonar la acción, para ser uno con lo informe que gobierna todo desde su quietud, su ausencia de acción externa, su inmortalidad callada, su detenido fluir desde lo invisible: “Quietud del árbol./No hay alas en las hojas/con viento en calma” (Gómez, 2021: 13).

  El yo quisiera dejar de ser su unidad fragmentada, su vacío de hombre de luchas posmoderno, vaciarse de sí mismo para volar en unidad con lo natural, integrarse en lo visto, no ser el que lo mira, sino formar parte de la naturaleza de lo mirado: “Sobre una teja/al borde del azul/mi afán de pájaro” (Gómez, 2021: 14).

   Lo natural es maestría, lección de vida, no al modo de las fábulas occidentales, sino en el contacto directo de quien observa lo más minúsculo y alcanza, a modo de koan zen, en lo pequeño las grandes lecturas de sabiduría de la vida, así, como la mariposa, el yo poético nos anuncia: “La mariposa/no halla en el cardo espinas./Sólo néctar”. El dominio del lenguaje poético le lleva a jugar con la naturaleza, como el pintor lo hace con los colores. El poeta juega con su forma, constitución lumínica, para crear una escena donde la personificación hace posible lo que el siguiente haiku canta, que un elemento natural, la luz …: “exprime el día/hasta romper sus venas/la última luz” (Gómez, 2021: 18).

   El silencio, la voz del origen natural perdido habla al yo lírico, este va a ser signo en la página del bosque, trazo de libertad de regreso al todo, una idea escrita en blanco en la ficción del todo del cosmos, en su silencio: “Ven a lo inmóvil”/Como página en blanco/me llama el bosque”. (Gómez, 2021: 24). Su mensaje cruza la tierra, viene con la inmensidad del mar, hermosa imagen del poeta que nos dice: “Dejan las olas/el silencio del mar/sobre la arena” (Gómez, 2021: 24). La sinestesia magistralmente trazada por el poeta nos habla de ese absoluto que no puede ser comunicado, el vacío del signo no puede dar voz a su totalidad: “Nubes y claros/me detengo a escuchar/lo que dice la luz” (Gómez, 2021:32)

   La soledad de la naturaleza no requiere de la intervención de nuestro pensamiento, existe sin necesidad de ser pensada, como así se afirma en un viejo adagio oriental, en esta personificación se intuye la vida sin necesidad de nuestra centralidad de quien piensa el mundo, lo destruye, no forma parte de su equilibrio: “Tan solo el aire pisa/la vegetal belleza/de estos peldaños” (Gómez, 2021:41). Cuando nuestro ego nos lleva al olvido, a regresar a la fuente que precede la vida y la sucede, llega la mirada desnuda que abandona el teatro de lo externo, siente el olvido del yo, su silencio es el viaje de regreso al origen: “Solo hacia adentro/con los ojos perdidos/mira el anciano” (Gómez, 2021:40). El monje zen sabe acallar la voz de la mente que juzga, atormenta, dibuja fantasmas con las ideas y su barro de miedo que constituye el horror de lo imaginado, este domina su interior, acalla su voz, así: “En la mente del monje/la reverberación/se aleja” (Gómez, 2021: 34).

   Hermoso es el siguiente haiku que alude a que al igual que en la música existe el silencio que sostiene la cadencia de las notas, porque si no, sería un continuum de sonidos superpuestos, de la misma forma que se requiere de esos micro-fragmentos de ausencia de música,  donde es el silencio quien hila la secuencia de las notas, así también en la lectura la pausa de la página nos lleva hacia una pequeña ausencia de palabras, es allí donde: “Al pasar página/un pequeño silencio/toma mi mano” (Gómez, 2021: 46).

     El silencio, la voz de la ausencia que habita el sonido del todo es la que anida en el cosmos, en la belleza de lo más insignificante que rodea el todo como si fuera una célula del cuerpo del universo, así sucede con nosotros, somos cada yo una gota en el océano de ese infinito, desaparecemos en nuestro ser, nos fundimos con su totalidad para trascendernos. Regresamos así al origen: “Memoria intacta./La luz de lo perdido” (Gómez, 2021:14).

BIBLIOGRAFÍA

GÓMEZ, Emilio Pedro (2021): El buen instante, Los libros del gato negro, Zaragoza.

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