El aventurero


Por Germán Oppelli

  Aunque su nombre era Juanito todos le llamábamos Capitán Centellas por su similitud con otro capitán héroe de los tebeos de aquellos años.

    Y como el personaje de la ficción también era fuerte, valiente y también ayudaba al más débil.

    Era él quien dirigía la pandilla de nuestra calle cuando teníamos que dirimir alguna cuestión con las otras. Él nos indicaba las tablas que había que pisar cuando atravesábamos el peligroso puente del  ferrocarril al otro lado del Ebro en busca de juncos y cañas para nuestros arcos. Con él  aprendí el manejo de la espada de madera  y a disparar certeramente el tirachinas.

    Yo tendría 8 o 9 años y él tres  o cuatro más y en su semblante ya llevaba escrito lo que sería de adulto: ¡Aventurero!, cazador furtivo en África, piloto en algún desvencijado carguero fuera de la Ley o soldado de fortuna en la Legión Extranjera. Abandonó el barrio antes que yo y me enteré,  pasado algún tiempo, que por una alocada aventura perdió su empleo y que se había marchado al extranjero ¡Bien!, dije, ese es mi Juanito.

    En todo este tiempo he sabido pocas cosas de sui vida, sin embargo, la pasada semana  nos encontramos de frente, iba con un amigo común, pero antes de presentarnos y después de un ligero titubeo, el grito sonó al unísono ¡Tú eres…..!

    Pasados unos días y alrededor de una apetitosa pitanza, fuimos recordando nuestro lejno pasado. Él me dijo que era cocinero y que tenía un restaurante en el barrio hispano de Nueva York, yo le hablé de mi profesión circense y ambulante, de mi presencia involuntaria en la independencia de Argelia, de mi azaroso paso por  Túnez y de mis problemas en la frontera de Libia. Unas copas, unos abrazos y cada uno por su lado.

    Confieso que me sentí un poco defraudado. No era el salacot ni el airoso quepis lo que adornaba su cabeza sino un gorro de cocinero. No eran fieras salvajes ni sórdidos marineros, ni tampoco valientes legionarios los que le rodeaban, sino sartenes y perolas ¡Vaya con mi admirado Centellas!

    Pero la guinda del pastel fue cuando al despedirnos me dijo: ¡Caramba, Germán, estás hecho un aventurero!

Artículos relacionados :