Francia: Danza eculidea de una ogresa

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Por Marina Hernando

     Ingrid Magrinyà nos invitó, durante el mes de marzo en el teatro Dunois del “13e arrondissement” parisino, a reflexionar en términos de infinitud: dejando en evidencia las posibilidades que el trabajo con el cuerpo proporciona, gracias a la combinatoria de elementos varios y variables.  PHernandoMarina1
Marina Hernando
Corresponsal del Pollo Urbano en París

El baile es el arte de modificar el lugar.
El arte es, al igual que la técnica, el resultado de una óptima elaboración con los medios más económicos.

Raoul Hausmann » Danza» en Der Sturm, tomo 17, nº 9, Berlín, 1927.

 

     Ingrid Magrinyà nos invitó, durante el mes de marzo en el teatro Dunois del “13e arrondissement” parisino, a reflexionar en términos de infinitud: dejando en evidencia las posibilidades que el trabajo con el cuerpo proporciona, gracias a la combinatoria de elementos varios y variables. Ello, esta puerta abierta a la eterna posibilidad, a la investigación en cualquiera de sus facetas, deben constituir la poética de todos los tiempos. Y a dicha poética, responsabilidad universal, aportó esta bailarina su esfuerzo en esta ocasión con una danza en solitario titulada “Le Déjeuner de la Petite Ogresse” al ritmo electrónico del compositor Laurent Perrier.

     La puesta en escena basada en el cuento de igual título, nos muestra la cotidianidad de una joven ogresa, que, fiel a las leyendas, vive en un gran castillo y se alimenta de niños. Pero la del ogro come criaturas (desafortunados perdidos en el bosque) es ya una vieja historia que al parecer los Hunos pudieron haber creado y extendido desde el Mar Caspio hasta el Volga y el norte de Europa. Años más tarde, Perrault consolidó la imagen de estos fétidos seres en sus Cuentos de mama oca para el terror y también para el deleite de generaciones de niños desde el siglo XVII. En la actualidad, esta trabajadora de la danza toma el relevo en forma de torsión disciplinada de aquellos que mediante la oralidad narran sobre estos seres, para plasmar en nuestros cerebros el recuerdo de los movimientos “ogridos”. 

    Para enseñarnos sobre dichos movimientos y andanzas de la vida diaria de la ogresa, la bailarina se desplaza, no siempre a pasos, sobre sus pies y de manera horizontal, sino aprovechando cada parte del cuerpo y del espacio que le permitan avanzar.  De esta manera modulo, dirección y sentido, en la significación más euclídea de las palabras, se materializan en los  vectores que Magrinyà fabrica en el escenario para nosotros. Y como si de la explicación de una “geometría del gesto del cuerpo” se tratase, los tobillos se elevan lentos o muy rápidos, la cadera rueda por el aire, el codo apunta al techo, las rodillas se alinean, el cuello rota, los empeines se arquean, las manos apuntan, o agarran, o se juntan… ejemplificando para nosotros (publico embelesado por la matemática de la bailarina) ángulos de todos los grados, círculos, arcos, polígonos posibles e imposibles, puntos, planos, líneas que se van generando al son de mono y polifonías.

    Para su ritual de alimentación, la ogresa saca unos enormes cuchillos con la intención de trinchar a una presa imaginaria. Levanta y agita muy lentamente los brazos siempre en conjunción con la música, la luz roja apuntando hacia las flexiones de su rostro, los hombros se echan hacia atrás como doblando el tamaño, el pecho se hincha en dirección al cielo como dándose de sí. La expectación del público en especial del más joven se ve, como la propia ogresa, también alimentada. Valga apuntar la censura que estos cuchillos (de aspecto bastante teatral por cierto) sufrieron en varias representaciones realizadas en España, con la consiguiente privación de expectación (sensación vital patrimonio de la humanidad) a muchos niños en la península.  

     Con censura de cuchillos o no, la danza de la Petite Ogresse  (y el baile también en el más amplio sentido de la palabra) nos induce a pensar y aprender en términos de tiempo y espacio, de lo mecánico y lo orgánico, ejercicio al que no estamos por lo general acostumbrados. Y es que las disciplinas como la danza, próximas al estudio de la mecánica del cuerpo con sus ritmos, volúmenes y distancias, son a menudo relegadas al olvido desde nuestra infancia y/o tratadas con cierta condescendencia en la actualidad (pues no siempre fue así). Es entonces cuando debemos hablar de trabajos como el de Ingrid Magrinyà como, entre otras cosas, ejemplos pedagógicos o más bien andragogicos de toma de conciencia, pues nos enseñan y recuerdan, si es que algún día lo supimos, como conquistar mediante la función del cuerpo, nuestras dimensiones, nuestro propio tiempo.    

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