Italia: Shangri-Là alpino

 
Por José Joaquín Beeme
Corresponsal del Pollo Urbano en Italia
http://latorredegliarabeschi.googlepages.com

 

    Basta atravesar un túnel para acceder al Shangri-Là de la Alta Italia que casi se da la mano, mano de bruma, con Suiza y Francia. Alpes lepontinos llaman a estos picachos piamonteses, puro vértigo de oso y gamuza emboscados, secretos, míticos de tan masticados de folclore.

    Sus gentes no quieren saber nada del valle, de sus ominosas ciudades crecederas, y ahí andan con sus cachazas de pueblo viejo y sus útiles agrícolas detenidos en el tiempo, sea por lo escarpado de la falda montana, sea porque un tractorazo con sus groseras arañas extensivas les trizaría el alma. En el rancho Rosswald, caballos blancos surgiendo en la noche como presencias bautismales, en una cuasi libertad recintada sólo por un hilo de escasos voltios, la noche se cuaja de estrellas nuevas, y luna limpia, como festejando la raleante huella humana contra centenares de cortinas de agua que se despeñan bravas igual que hace mil años. Arriba, tras una vertiginosa ascensión en funicular, las pozas de los arroyos se prestan al baño adánico, en la más absoluta desnudez que resistan tus poros. Una humeante polenta al arrimo de unas garridas milanesas que regentan, solas, el refugio Margherita, te pone frente a frente al coraje o la locura de quienes han elegido la montaña por confidente y guía los 365 días del año. Lobos huérfanos imitan sus danzas, las saluda el regreso de algún lince, conocen el lenguaje de las nutrias y coleccionan pequeños cráneos de marmota. Estas manos están listas para el linchamiento del primer cazador que las confunda. Todavía más arriba, meta andariega de lagos límpidos y solitarios, la cascada del Toce, que no obstante su intermitencia regulatoria y su hotelazo en plena línea del horizonte se desmelena, abrupta, en el abismo de la Val Formazza, con el mismo rapto que sobrecogió a Wagner y a D’Annunzio. Son éstas tierras santas, alejadas del mundanal, abisales de infinito; tanto, que las prescriben los geriatras para una terapia de rejuvenecimiento, disfrazada de cura termal, y la iglesia ha plantado allí caserones marianos para replegar la juventud en husma de rebaño. Yo las elijo por todo lo contrario: son un lugar ideal para el último crepúsculo.

Artículos relacionados :