Por Jorge C. Álvarez
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Indignación. Temor. Angustia. Depresión. Es lo que invade a los integrantes del colectivo que vio licuarse su presente en España.
Como quien intenta que no se escurra el agua de sus dedos se aferran a lo que les queda. Protestas y caceroladas son su futuro, al menos el más cercano. Los recortes parecen ya insuficientes para detener la infección que se extiende por la península como una mancha negra, que todo lo cubre.
Y no hay respuestas. No las hay porque tras períodos de bonanza en los que el esfuerzo y el trabajo jerarquizaban al ciudadano hoy está abatido tras los golpes recibidos por quienes detentan el poder. Están en un rincón del cuadrilátero de la vida. Temerosos esperan el golpe del final. Ése que los depositará en el suelo. Porque el KO parece ya inevitable.
Se preparan a resistir. Pero no hay, no tienen ni generan anticuerpos para reaccionar. No. El mundo se abrió bajos sus pies por culpa de la mala praxis económica a la que los sometieron en los últimos años los des-gobiernos. Hoy se van a la cama y no logran conciliar el sueño. Los viejos fantasmas que asolaron hace más de medio siglo han regresado.
Lo que padecieron sus abuelos y sus padres vinieron por ellos. Ya nada es suficiente para hacerles frente. Ni un título de grado o un doctorado o un oficio calificado. Nada. El efecto dominó de la soberbia, la estupidez y la sinrazón los redujo a nada.
Indignación. Temor. Angustia. Depresión. Son los compañeros de ruta desde hace años de quienes viven allende los mares. Pero la ventaja de conocer sus efectos nos hizo más fuerte la epidermis. Y por eso sí podemos reaccionar ante su presencia. Es de esperar que la ciudadanía española lo logre antes de que sea demasiado tarde.
