Por Luisa Lane
Cuando llega el invierno a la sede del ISSIPU ( Instituto Superior de Silvicultura Improductiva del Pollo Urbano) en Hinojosa del Campo, (Soria) las labores propias de la época –poda y siembra-se hacen más duras ya que no se pueden paralizar por las inclemencias del tiempo propias de la estación.
Así se han estado podando buena parte de los robles ya implantados para favorecer su crecimiento medio. También se aprovecha esta labor para limpiar debidamente los alcorques y eliminar los brotes rechitados durante la pasada Primavera. Y como no, tambien son momentos para el arreglo de los vallados de las fincas
A finales del Otoño, en la finca situada en el paraje conocido como “el arenal de la vega” no es difícil encontrar abundantes setas de cardo aunque este año, su tamaño era más pequeño que en otras ocasiones aunque esta apreciación, como casi todo, no tiene ninguna importancia en el “improductivismo” que se practica en el Instituto.
Este año se han hecho en el ISSIPU tres tipos diferentes de siembra de carrascas y robles: se han plantado de alveolo, de planta adulta y de bellota. Y a pesar de las condiciones climatológicas, no se perdió ni un solo día de los planificados para dicha labor.
Finalmente se han plantado 54 carrascas de alveolo de un año, 85 carrascas de alveolo de dos años, 90 posiciones de carrascas de bellota (tres por posición), 140 robles de alveolo de un año, 160 robles de alveolo de dos años, 58 pinos piñoneros de alveolo de dos años, 30 alcornoques de alveolo de un año, 10 almendros, varios ginebros y deferentes matas de tomillo y romero de alveolo.
Ahora solo queda esperar que la primera sea abundante en lluvias para que la germinación sea un éxito superior al de años pasados, donde merced a las malas condiciones climatológicas, apenas si se llegó a un 3% de éxito. Este aspecto, tampoco es objeto de la menor preocupación en el “improductivismo”
La silvicultura
La silvicultura (del latín silva, selva, bosque, y cultura, cultivo; sinónimo selvicultura) es el cuidado de los bosques o montes y también, por extensión, la ciencia que trata de este cultivo; es decir, de las técnicas que se aplican a las masas forestales para obtener de ellas una producción continua y sostenible de bienes y servicios demandados por la sociedad. Estas técnicas se pueden definir como tratamientos silvícolas, cuyo objetivo es garantizar dos principios básicos: la persistencia y mejora de la masa (continuidad en el tiempo y aumento de su calidad) y su uso múltiple. El silvicultor emplea diferentes tratamientos silvícolas en función del aprovechamiento de que quiera obtener, como madera, leña, frutos, calidad ambiental. Por ello, la selvicultura siempre ha estado orientada a la conservación del medio ambiente y de la naturaleza, a la protección de cuencas hidrográficas, al mantenimiento de pastos para el ganado y a la fruición pública de los bosques. La silvicultura origina una producción diversa (diferencia clara con la agricultura), siendo necesaria la compatibilización de todas las producciones y externalizaciones que produce. Será el principio de preferencia quien rija el orden de éstas, mediante listas de preferencias jerarquizadas.
La silvicultura es mucho más joven que la agricultura, que comenzó allá en la Edad de Piedra. Los señores feudales de Europa Central comenzaron a aprovechar sus bosques como fuente natural de recursos para la construcción, para la actividad cinegética. La silvicultura como disciplina científica no emergió hasta finales del siglo XVII, cuando en Alemania se fundó la primera escuela de ingeniería forestal como resultado de la necesidad de mantener las flotas de las correspondientes Armadas, y la incipiente escasez de buenos ejemplares para su construcción. La silvicultura nació con unos principios generales y tratamientos específicos adaptados a los bosques en los que se aplicaba. En España se inicia durante los años de la Ilustración Española, a raíz de la publicación del Informe sobre la Ley Agraria de Jovellanos. A medida que otros países fueron incorporando las técnicas silvícolas a sus montes y se fueron creando nuevas Escuelas Técnicas Superiores de Ingeniería de Montes, como la francesa o la sueca, que crearían nuevas técnicas, adaptadas a las condiciones bioclimáticas de sus geografías.
Jurídicamente la Ciencia Forestal española comenzó en el 1833, con la publicación de las Ordenanzas Generales de Montes. A partir de ahí se formó el Cuerpo de Ingenieros de Montes y su Escuela de Ingenieros de Montes, fundada en 1846. Quince años más tarde se escribía esto en la Corte: Su majestad, conocedora de los útiles servicios que los futuros ingenieros han de prestar en su día en el aprovechamiento, conservación y mejora de los montes, objeto exclusivo de la creación de la Escuela y deseando premiar, por otra parte, la aplicación y el esfuerzo de los alumnos que cursan esta carrera, se ha desvivido por declarar su designio de organizar un Cuerpo facultativo para el servicio de los montes públicos, análogo a los ya existentes de Minas y Caminos.
Los objetivos de la Escuela, según los propios documentos de la época, eran tres: una formación eminentemente práctica, una enseñanza no por vanas teorías, sino por prácticas de conducta fundadas en el ejemplo y la inspiración a los alumnos del espíritu de Cuerpo; el lema que presidía el escudo de la Escuela no deja lugar a dudas: Saber es hacer. El que no hace, no sabe