Setas del Alto Pirineo en el Otoño recién llegado

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Por Eugenio Mateo

       Toda adicción necesita ser satisfecha, bien claro que la nuestra se conforma con aire puro y naturaleza.

    Podríamos decir que forma parte de esas adicciones que enriquecen el espíritu, por tanto nos confesamos adictos a ese mundo que emerge del suelo con tantas formas como la imaginación abarque: las setas.

     Ha llegado el otoño. En esta parte del Pirineo cayeron ayer más de 80 litros. El sendero que asciende entre el tupido bosque mixto es un arroyuelo que embarra nuestras botas y las babosas trepan por las hojas húmedas. Acudimos a este encuentro con el fervor del primer otoño, la cesta preparada por si acaso. Sobre nuestras cabezas pinceladas de un azul cristalino juegan al escondite entre las ramas de abetos, de hayas, de castaños, de pinos, de álamos, en la mágica penumbra del bosque.

     Saludan en hilera los cortinarios con un intenso color morado. Son una de las setas más fotógenicas. En un claro cercano brujulean los corros de los picantes lactarios vellereus, tan abundantes quizá por no tener depredadores como le ocurre a sus primos los salmonicolor, el rebollón de montaña, tan apetecido, que unos pasos más allá nos muestra como les gusta su sombrero a las babosas.

     Los boletos nos hacen guiños esponjados, varios aereus se dejan atrapar sin emitir un grito y acariciamos el terciopelo oscuro de su cabeza mientras los fotografiamos. Nos vienen a la boca sabores reconocidos y estamos pensando ya en croquetas crujientes con su carne envolviendo el bocado.

     Un tocón se ve inundado por penachos de armillarias, como si acaso su resina rezumase miel de la madera. Infinidad de russulas de todos los colores campan por laderas y umbrías. Asomando con su esbelto porte las macro lepiotas reinan con su anillo en equilibrio. El rojo de fuego de las amanitas muscarias se enciende bajo la humedad de sus destellos. El bosque vive en los micelios enterrados de la novena maravilla. La temporada que empieza irrumpe desde el sustrato vegetal para empezar de nuevo el juego del ratón y el gato.

     Guarda todavía el bosque muchas sorpresas. Conforme nos adentramos en él, lo intrincado es la reserva de nuevas especies, algunas poco frecuentes como los Stromilobyces o boleto lanudo.

    Ser a mitad camino entre seta y perro de aguas que gusta de recogimiento y soledad. Aparecen las primeras ramarias como lombrices amarillas que emergen de la hierba. Amarillo es también el cantarellus cibarius, una de las setas más apreciadas y que sabe a melocotón.

    En esta parte huele a madera podrida, como la de esos barcos que siempre parece que no aguantarán la próxima tormenta. Sobre sus tocones a punto de derrumbarse, parásitos con formas caprichosas escalan sus astillas. Polyporus jaspeados, Trametes con pétalos de corcho, siempre en flor de un ikebana enigmático, Pleorotus de láminas de nácar y piel de terciopelo. Robustas tricolomas portentosun agazapadas en la sombra de la duda. Regueros de russulas, lactarios incomibles, lactarios para brasa, alfombra en lechos sin hojas muertas todavía.Compactas formaciones de pedos de lobo que guardan en su bolsa remedios para todo.

    Sobre el musgo y las fresas desbarata el aire con su hedor un joven exhibicionista descarado con su falo impúdico. Un Edulis aventurero no podrá crecer más a partir de nuestro encuentro. Empieza el otoño con aires veraniegos y tienen que llegar las madrugadas con filo de navaja, pero de momento el disfrute de las mañanas apacibles es una recompensa al alcance de cualquiera.

    Este domingo del otoño es un preámbulo entre la canícula recién terminada y las jornadas borrascosas que llegarán desde el norte; una vaguada, dirían los meteorólogos, y sería injusto desaprovecharla.

    Si ayer la montaña desafiaba desde sus abismos, hoy las sierras exteriores, el Prepirineo, se emboza en la espesura de sus pinares y encinares para dejarse mirar de nuevo desde nuestra atalaya, como tantas veces antes. Vamos a ir al encuentro de la reina, la Oronja, la Amanita Cesárea, la seta de los césares.

     Veredas que cambian de año en año y que al final conducen a los refugios presentidos donde quizá refuljan bajo el sol amable. Ying y Yang, vida y muerte, esplendor y ocaso. La exultante belleza dorada de las jóvenes reinas y la decrépita agonía de la licuefacción de la vieja majestad se dejan capturar por nuestra cámara. El encinar es un hervidero de mosquitos e insectos que presienten un fin cercano. La clytocibe gibba campa con su trompetilla cónica, poco más; cambiamos de hábitat mientras la mañana avanza.Visitamos a nuestros amigos los chopos en la cercana orilla. El vetusto tronco inverosímil es capaz de cobijar todavía algo de vida. Las setas de chopo, Agrocybe Aegerita, en ramillete, se escabullen entre espinos en un postrer intento de defensa.

     De nuevo se impone una visita al pinar cercano. La lluvias han convertido la senda de acceso en jungla de aliagas y cardos, cardo corredor que esconden un par de pequeñas pleurotus eringii, la seta de cardo, que presagian multitudinarios nacimientos, pero eso será otro día. En la pinada, donde las encinas y quejicos cobran su parte, la primera sorpresa: una gran amanita, blanca como la nieve y con su sombrero liso como un lago helado, la Ovoidea, o Alba, según otros, se interpone en mitad del camino. Una rápida mirada y vemos sobre la pinaza asomar nuevos ejemplares, incluso un brillante huevo late como si el polluelo vegetal tuviera prisa por salir.

     Su blancura es traicionera pues en sus primas amanitas del mismo color se esconde la muerte, pocos juegos, pero esta variedad es un regalo al paladar. En la sombra de un rincón brilla el rojo de las muscarias, enormes y espléndidas. Algún rebollón temprano marca las distancias con el rosa brillante de sus hermanos de la montaña. Los contumaces Suillus, que según se dice gustan tanto a los franceses, aparecen para confundir a los neófitos. Anisado de sabor, son la reserva espiritual cuando hayamos extinguido a los lactarius.

     Fotografiamos una collybia que vive en una piña, ¿invasión u oportunismo? simbiosis, prueba de supervivencia. Un agaricus resucita bajo una piedra y otro en su plenitud nos muestra sus rosadas laminillas que pronto se teñirán de negro.Ya el sol avisa de su altura, el estómago pide vermut y por hoy el paseo ha tenido muchas atracciones.

     Las tierras que baña el Gállego desaguan sus torrentes de barro al cauce vertiginoso que corre hacia la llanura.

 Fuente: http://eugeniomateo.blogspot.com.es/2013/10/setas-del-alto-pirineo-en-el-otono.html

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