¡Vaya valla, vaya! / Paco Bailo


Por Paco Bailo

Las penas de la mayoría
se escriben con tinta invisible.
Por eso viviremos y olvidaremos
pero nunca conoceremos
lo escrito en esas páginas en blanco.

De “Enajenación transitoria”
María Coduras, 2022

 

       Acabo de remendar el murete que separa el huerto del de mis primos porque algunas piedras, impotentes ante las últimas y deseadas…

…lluvias, se han rendido a los pies del almendro en el que comienzan a despuntar los, de momento, prometedores pétalos blancos y rosados que salvo heladas inesperadas me darán quehacer cuando el verano se agote.

   ¿Quién levantó, pulió y colocó cual artesano catedralicio estas piedras, tal vez a finales del XIX, y las encajó como orondas teselas de un mosaico que para nada refleja dioses ni bailarinas, pavos ni guirnaldas, mucho menos festejos ni heroicidades, y que no sirviendo de ornato ni añadiendo prestigio simplemente delimitan la equitativa herencia del abuelo?

     En la última década esos muros bajos, que siempre me recuerdan las praderas escocesas con arruinado castillo de fondo y desleídos fantasmas al anochecer, se han ido transformando en vallas de tupido alambre, empalizadas, verjas con su letrero de “alarma”, cercados de boj impenetrable, setos infranqueables o pastores eléctricos de quién sabe qué voltaje amagando un interior de suculentas y biológicas verduras o envolviendo higueras y olivos de misteriosos injertos o cabalísticos proyectos.

    El murete de este pequeño huerto no impide las aventuras nocturnas que jabalíes y jabatos programan para su búsqueda de raíces, bayas, cáscaras y humedades, excursiones delatadas no solo por las huellas en el barro sino por la alfombrilla de ramas bajas podadas a su pesar, ni los saltos de las garduñas que algún topillo, reptil o fruto gustan sorprender aunque sean los higos su mayor debilidad.

    Este huerto huérfano de tapias y valladares, desnudo y sin coraza, a pecho descubierto me gusta así como gustaba a mis ancestros porque todo el valor que allí se esconde no es más que el histórico trabajo de quienes me dieron voz, un par de azadas y las cenizas de mis más estimados parientes que nutren tierra y recuerdos para nuevas flores y pensamientos.

   Cuántas veces nos recordaron para que aprendiéramos a ir por la vida aquello de que “no se puede poner puertas al campo” y ahora me gustaría dar un paseo con aquellos profetas e intentar explicarles que, como decía Celso Emilio Ferreiro en su “Larga noche de piedra”: “En el tiempo aquel decir libertad no era triste, decir amigo era igual que nombrar la primavera, decir tuyo y mío no se entendía”, “Y ya que cada tiempo tiene su tiempo, este es el tiempo de llorar”.  Lo escribió en 1962 y una docena de años después el grupo Aguaviva le puso música, pero … el mercado es el mercado ¿o estamos contra el progreso y el crecimiento?

    Cayó el muro de Berlín hace treinta y cuatro años e ingenuos pensamos que sería contagioso, que irían cayendo tantos otros muros, y no por gracia de la lluvia sino por años de pelea y resistencia, de dolor y rebeldías, pero fueron creciendo los de Palestina, los del Sahara, el de Méjico, el de Melilla. En los últimos ocho años los civilizados estados europeos, cunas del renacimiento y la modernidad, igualdad, libertad y fraternidad, han construido más de mil setecientos kilómetros de murallas, no para protegerse de ejércitos y leopards2 sino de migrantes y refugiados.  Parece que el debate está en si los fondos europeos han de pagar todo ese cemento, cuchillas y acero como ya paga drones y radares o se dedica a ¿educación por la paz, sinceridad en los medios, cortesía en las redes, decrecimiento sostenible?

    Sin la ancestral habilidad de mi abuelo parece que el remiendo aguantará hasta las próximas tormentas, mientras tanto que jabalíes y garduñas sepan que este huerto no es tan privado ni concertado, que, aunque por él pague orgulloso los consabidos impuestos, el sol, el aire, la niebla, las lombrices y topillos no están aún en venta.

   Y me vuelvo a casa tan cansado como esperanzado tarareando aquella vieja tonada de Daniel Viglietti: “a desalambrar, a desalambrar… y si las manos son nuestras es nuestro lo que nos den”

Artículos relacionados :