Por Jorge Álvarez
La máquina de desaprender. Sí, le juro que pensé en crearla si es que no la crean los chinos.
Sería un invento maravilloso porque nos podría dotar de más memoria ¿o acaso su teléfono móvil o su computadora no ganan más memoria cuando comienza a borrar esos saludos de Navidad, los de su cumpleaños?
O las fotos, sí esas fotos en las que aparece alzando a su hijo al llevarlo al jardín de infantes y hoy se da cuenta que cumplió 30, mide 1,90 y el nene lo hizo abuelo. Sí, es lógico.
Tiene que ser así. No podemos acumular cosas que no sean de uso diario por el hecho de tenerlas ahí, para mirarlas preso de melancolía. Por eso se me ocurrió la máquina de desaprender. Imagínese si arrancamos, por ejemplo, en el colegio, sí en el instituto. Cada docente que entraba al aula, tras sus saludo, deslizaba sutilmente, o a los gritos en algunos casos, que si prestábamos atención sus dichos nos servirían para toda la vida.
Por Dios ¡qué fáciles éramos de engañar por los adultos! ¿A usted le sirvió saber cómo era el aparato digestivo de un langostino? ¿O una isobara o una isohieta que estudió en Geografía? No. ¿O saber manejar la Tabla de Logaritmos? Vea yo si tuve carnet para manejarla me lo quitaron o sencillamente lo perdí. Ni hablemos de ser dúctil con el transportador para medir ángulos, el semicírculo o el temido compás que sólo a Leonardo Da Vinci le sirvió porque él era un genio… Y las escuadras. ¡Por favor! Palabras aparte para quienes fuimos víctimas del latín y de los adjetivos. Vea yo cierro los ojos y escucho la voz pausada del ex sacerdote que era docente mío: –us es Masculino, se declina como domin-us,-i. ¡Por qué tanta información que con el paso del tiempo no se usa!
Yo trato de ganar un poco más de memoria día a día porque además es una de las pocas cosas free que nos queda en la Argentina.