Lágrimas de cocodrilo / Eugenio Mateo

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Por Eugenio Mateo
http://eugeniomateo.blogspot.com.es/   

   Salgo a la calle, invita la tarde de un otoño que no acaba de definirse. El paseo por el bulevar de espigados plataneros lleva todavía el bálsamo  de las caricias de mis nietas y discurro tranquilo con rumbo fijado.

    La gente va de holganza, aspira con ansia la brisa del sur que viene a calentar el calendario y llena las  terrazas y los bancos como si mañana fuera a nevar; la ciudad se solaza porque no llueve, como si llover fuera algo malo, y se echa a la calle a festejar que es primavera, y no lo es. O quizá sí, y en la mudanza de la razón que nos engulle el ciclo natural de las estaciones no sea tan natural y se permita cambiar  las pautas sin nuestro permiso, cosa que seguro  le da igual. Recuerdo de pronto la exposición instalada por aquí  y haber visto al alcalde en la tele hablando de solidaridad mientras la visitaba; sin pausa, las marquesinas que me salen al encuentro confirman mi recuerdo.  De ellas cuelgan fotos que hablan de crudas realidades mas allá de un plácido paseo y desde  los testimonios gráficos de la sinrazón nos impactan seres desvalidos que huyen de algo tan terrible como para hacerles huir hacia lo imposible. Surgen los gestos y los rostros — ¡Estoy aquí! ¡Somos de verdad! ¡Socorro! — y los niños, esos niños que destilan en sus miradas tantas cosas. Me conmueven los niños de estas fotografías y lloro lágrimas de cocodrilo tras las gafas de sol cuando las imágenes me cuentan de su miedo, es  el reflejo de los ojos de mis niñas en las caritas inocentes de las víctimas lo que me emociona. No tiene mérito emocionarse cuando se trata de no experimentar el dolor ajeno, pero olvidamos que la vida es cuestión de suerte, y un buen trilero diría que  no muchos la conocen. Mañana, una inesperada  jugada del destino  puede convertirnos en  retratados y en un lugar amable de una ciudad cualquiera de un país lejano ojos sorprendidos nos mirarían con lástima y llorarían lágrimas de cocodrilo.

   Me aburre esperar ante el paso cebra de una disyuntiva, un semáforo rojo impide ver los acantilados de Lesbos y el mar es un océano de tráfago insensible en plena tierra firme. Corremos por los campos de Serbia perseguidos por la luna, sin saberlo, tomando un café mientras pasa el tranvía. Vamos a lo nuestro, como todos, a llegar primero,  desconocedores de las punzadas del alambre de espino, azuzados por los perros de paraísos opacos, porque piove, piove, porco governo, y es tan malo no querer como no ser querido. Y cuentan de la geoestrategia del poder  y no acaban, Que si damero, que si encriptación  previsible, que si patatín, que si patatán. Total, que no se sabe bien quién manda y sin embargo si está claro quién obedece y sobre todo quién padece  sus designios. Por aquí todo va bien, y si no, se acude a los expertos de imagen. No tenemos que salir corriendo aunque haya veces que entran ganas. Podemos discutir a cara de perro e incluso mordernos, son las ventajas del sistema, y aún más, podemos sentir piedad por los que sufren siempre que no se quieran subir al autobús, son los efectos de esta moral tan poco moral.

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