Por Dionisio Sánchez Rodríguez
Director del Pollo Urbano
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El que fuera secretario general del Psoe, Pedro “cocodrilo” Sánchez se mete en el barullo de reconquistar un partido, el suyo, que lo ha fumigado ante su manifiesta inutilidad para sacar adelante al solar patrio de una coyuntura que estaba ya oliendo a podrido.
Pero, además, como un tierno flecha con apenas un campamento a la espalda, pretende hacerlo a base de gastar zapatos, mochila y si se tercia –cómo no- haciendo autoestop por las carreteras de España.
En algunos corazones su posición produce, al menos, una ternura infinita, como cuando veíamos a nuestro lado en el recreo al tonto de la clase salivando mientras nos comíamos el bocadillo de chocolate o chorizo de Pamplona que nos había preparado nuestra sufrida y querida madre. Y ante su mirada triste, lastimera y saltona (es decir, la propia de un carnero degollado), al final, los del corro le dejábamos dar un mordisco de cada uno de nuestros bocadillos. Al terminar, en justo intercambio, le dábamos una patada por cada mordisco que había dado y, ¡hala!, a cascala al otro extremo del patio. Algo así le va a ocurrir al cocodrilo llorón.
Bien es cierto que le tenemos que agradecer sus lágrimas y su renuncia porque si hubiera llegado a ser jefe ¡copón! el cipote que hubiera organizado con esa debilidad mental que ha demostrado. Y no hay que ver en esas lágrimas el colofón a un gesto de honradez política si no el gesto de un hombre sin preparación para dirigir este corral de fieras que entre todos –incluidos los que con la boca pequeña se quieren exceptuarse- llamamos España.
Un socialista no puede llorar excepto por amor, que todo lo justifica. Un socialista, y más si quiere llevar las riendas de la mejor y más cabrona nación de Europa, tiene que tener redaños. Y no irle a llorar a Álvarez- Pallete para que hable con César Alierta para que hable con Cebrián para que los del País no se metan con él: ¡mama, pupa! Y así, con estos ¡mama, pupa! ¿acaso pretendía mandar a la manada española? ¡Qué candidez, la suya!
Los que no militamos en partidos pero somos forofos de la “res publica” y ya tenemos algunos años, entendemos perfectamente los modelos organizativos y la disciplina que conllevan, aunque solo sea por haber hecho la mili. Por eso, no entendemos como don Pedro cocodrilo había llegado tan alto en su devenir partidario sin haber asimilado dos principios fundamentales: “el jefe siempre tiene razón” y “el que paga, manda”. ¿Cómo puede un Secretario General enfrentarse a su Comité Federal? Eso no lo hace ni un novato llegado al guirigay podemita. Verdaderamente es incomprensible que un político profesional con 23 años de militancia y 12 de ejerciendo diversos puestos en el partido pueda creer que dinamitar un partido desde dentro es cosa de cuatro aficionados y cinco reuniones “secretas” con los separatistas de las que, por supuesto, nadie se ha enterado, te lo juro, por Arturo. Eso solo lo pudo hacer Suárez cargándose sin temblarle mano el “Movimiento Nacional” desde su propia Secretaría General. Y entonces sí que había motivos e intereses múltiples para que la operación fracasara.
En fin, pese a todo, no le guardemos rencor. La historia de nuestra democracia nos ha demostrado que los partidos, cuando pierden las elecciones, es decir, cuando se alejan de la fábrica de los “contenidos liberadores”, la pasta en suma, tardan unos cuantos secretarios generales en encontrar el que les lleve, de nuevo, al triunfo.
Con Felipe González en el gobierno, el PP requemó a Fraga, Jorge Vestringe, Arturo García y buena parte de Francisco Álvarez Cascos. Desde que gobierna Rajoy, los socialistas han pasado por la sartén a Zapatero, Rubalcaba y Pedrito Cocodrilo. Nada del otro mundo, pues. Pronto el socialismo volverá al poder. Pero eso será cosa de otra reflexión ¡Ah! Y de un Secretario General que tenga claro el “¿dónde está la ratita?” y el “¡ya está la rata en la lata!” para que la cosa dure otros cuarenta años de normalidad.
Queridos amigos, compañeros y camaradas: ¡A caballo! ¡Yihiii! Salud!