El mensajero del Rey / Guillermo Fatás

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Por Guillermo Fatás.
Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Zaragoza
Asesor editorial del Heraldo de Aragón
(Publicado en Heraldo de Aragón)

    El diputado Joan Baldoví Roda, que fue alcalde de Sueca y ahora representa en Madrid al conglomerado Compromís Podem, es un nacionalista valenciano que suele producirse con comedimiento.

   Como asesor de imagen de sí mismo , se le ve con problemas  en sus visitas al Palacio de la Zarzuela. Es de vestuario variable: hoy oscuro, mañana claro, la camisa blanca, o bien azul intenso, faldones a veces por encima del pantalón y otras por dentro, la chaqueta un día abotonada y otros abierta, descorbatado o encorbatado e incluso con el pañuelo blanco en el bolsillo exterior, detalle llamativo en alguien cuyo atuendo es estudiadamente modesto y simplón. (El caso del señor Baldoví Roda en palacio es un entretenido ejercicio práctico para experto posmodernos en lenguaje corporal e indumentario)

Nervios de novel

   Como el señor Baldoví Roda es maestro de escuela, procura explicarse didácticamente, según procede en tan honorable profesión. Lo hace con desigual fortuna. A menudo se le ve nervioso porque no encuentra la palabra que busca. Quizá lo intimida ser escoltado con frecuencia por dos compañeros de su heteróclito grupo. O la cantidad de periodistas que llega a tener delante. O la necesidad de improvisar ante ellos. Eso no es como dar a unos xiquets clase en valenciano. Las nubes de preguntadores que van derechos al grano y no siempre con intenciones angélicas son de temer. El interrogado puede verse, al poco rato, vapuleado en titulares y glosas o en granizadas de tuits por unas frases que dijo con la convicción de que iba a quedar la mar de bien.

   Eso les pasa a bastante noveles y algunos no lo superan nunca. Los grandes veteranos del escenario político se ponen esos melindres por montera y simulan muy bien que se les da una higa  del trato que les dispensen por lo que hayan dicho. El maestro absoluto del género es Felipe González Márquez, a punto ya de ser batido por su avezado competidor Mariano Rajoy Brey.

Mensajero Real

   Esta semana, el señor  Baldoví Roda tuvo audiencia oficial –y ya se vio que no muy privada- con el jefe del Estado. A la salida, el señor Baldoví Roda puso en boca de Felipe VI que la Constitución puede ser reformada y que esa mutación ha de abordarse sin dramatizaciones. Sea o no indiscreta la noticia, no tiene ningún viso de ser invención ni mala interpretación. Con diferencia, es lo más interesante de cuanto ha trascendido de todas las entrevistas mantenidas esta semana por Don Felipe, pues todo lo demás que se ha sabido estaba, como se dice en bolsa, descontado de antemano. Ningún portavoz de los consultados por el Rey ha dicho nada sorprendente o inesperado, salvada esta excepción.

Proceso abolitorio al acecho

    Lo interesante es saber si el señor Baldoví Roda ha sido empleado por su regio interlocutor como vehículo inocente para la trasmisión de información sensible, que es lo que puede pensarse sin retorcer mucho el análisis. Por mí que no quede, habría venido a significarle el Rey, que departió con él durante treinta y siete minutos.

   La exégesis añadida por el por el señor Baldoví Roda a lo que oyó en palacio es que debe abordarse el asunto de la reforma de la Constitución “siempre desde un punto de vista de sentido común”. La frase, por su obviedad aplastante, no es de fácil atribución.

  Hay quien acorta el alcance de estas apreciaciones regias, pues se referirían solo a evitar en el futuro los malos ratos que, como el resto del país,  se ha dado el soberano con el bloqueo político que ha impedido que España disponga de un poder ejecutivo en condiciones durante casi un año. Dicho de otra forma, la cuestión aludida por el Rey se ceñiría al artículo 99 de la Constitución, que regula de forma deficiente la creación parlamentaria de un presidente de Gobierno. Pero el señor Boldoví Roda no pudo, quiso o supo entrar en detalles. Es interesante que el gesto lo tuviera el Rey con quien no se distingue por su brillo, ni por su afición monárquica, ni por un apego fervoroso a la Constitución.

  Precisamente porque están debilitados, la coyuntura podría acercar a los dos partidos principales en la apertura de un debate relevante sobre el que el Rey  no se había significado hasta ahora.

  Aunque no tan urgente como otras (por ejemplo los presupuestos del Estado para 2017), la reforma de la Constitución Española de 1978 es cosa importante. Y debe ser abordada de modo tal que evite abrir un proceso abolitorio, ambición de momento silenciada, pero indisimulable y compulsiva, de las activas minorías más opuestas al sistema.

   El Consejo de Estado, hace diez años, emitió un estudio políticamente neutro –hasta donde  eso sea posible- que no sería mal punto de partida. (Pero, ¿quién ha leído semejante cosa?)

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