El corte de mangas / Christian González Toledo


Por Christian G. Toledo

Una amiga sueca mostraba el otro día su perplejidad ante el inusitado número de italianos que han dado su voto a Berlusconi,  en lo que considera un fenómeno incomprensible de apoyo a quien es en el mejor de los casos un carcamal bufonesco y en el peor un delincuente.

 

Los escandinavos, europeos del norte, tan sensibles ante la corrupción y el nepotismo, tan intransigentes con políticas de despilfarro y amiguismo, no salen de su asombro al ver cómo los europeos del sur, o sea nosotros, tenemos la desfachatez de votar una y otra vez (o permitir que sigan gobernando, para el caso es lo mismo) a esta calaña de políticos que promulgan y derogan leyes a su medida, que boicotean peticiones de investigaciones parlamentarias, que incumplen con mentiras su programa político y cometen tantas otras fechorías tanto o más escandalosas.

Asuntos como éste, decía, le hacían a una perder la confianza en la idea de Europa.

Y es que nosotros mismos somos los culpables de todos nuestros males, nos merecemos los dirigentes que tenemos.

Me gustaría poder decirle a mi amiga sueca que se equivoca, que esta imagen no se corresponde con la realidad. Pero no puedo.

Porque el hecho de que en la Comunidad Valenciana, por poner un ejemplo, volviera a salir elegido el Señor Camps después de lo que de él se supo, es algo humillantemente parecido a lo de Berlusconi.

Hay algo en nuestro  ADN mediterráneo que tiende a ensalzar la dinámica perversa del “cuanto peor, mejor “, de menospreciar la honestidad y ensalzar al listillo que defrauda impuestos o se enriquece de forma ilícita sin dignarse siquiera a dar explicaciones.

Un analista político italiano decía que  votar a  Berlusconi es como hacer un corte de mangas a la política de austeridad de Merkel. Pero claro, eso tampoco puedo explicárselo a mi amiga sueca, en parte porque nunca he visto a un sueco haciendo un corte de mangas, en parte porque siempre me ha parecido más sensato ir a negociar con el brazo tendido que doblado.

Y mientras tanto nos sigue consumiendo el fuego de la crisis, para la que se pronostican otros diez años,  y los especuladores se frotan las manos y juegan con nuestra credibilidad y recitan, todos a uno, aquel mantra de la bruja avería: Viva el mal, Viva el capital.

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