Benedicto XVI y el acto revolucionario de su renuncia / Fernando Berlín

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Por Fernando Berlín
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9 de Febrero de 2013

“Un Papa escindido. Este pacto no es con Dios” Rodrigo Negrete y Ariel Rodriguez publican un texto fundamental sobre la renuncia del Papa. Se puede leer completo en la revista Nexos, pero yo he recogido algunos párrafos que me resultaron especialmente interesantes:

 

“Nada en lo dicho por Benedicto (el día que lo dijo y después) indica que su renuncia haya sido dictada por Dios (…) Es la decisión de un anciano cansado y moralmente escandalizado no tanto de su impotencia como de su entorno humano e institucional. Se trata de un acto radical: la confesión del fracaso y el cálculo sobre la política que viene. Yo renuncio, dijo el hombre; yo me largo, dijo e hizo el teócrata elegido para morir en el cargo.

Las historias que ha publicado la prensa sobre la renuncia de otros papas son estúpidas, anacrónicas y sin sentido (el antecedente como insuficiencia meritoria, decía Borges). No se confundan: ésta es la buena, la que cambia el mundo o, al menos, el mundo católico. Un hombre escindido es un hombre peligroso; pero sobre todo un hombre escindido casi nunca es un hombre de Dios. Ratzinger estaba partido, y decidió por sí y ante sí. Bienvenido el siglo, bienvenido el mundo. Insistimos: Dios es testigo, no actor.
(…)
Como muchos analistas se habrán percatado, son varios mensajes implícitos los que se transmiten: el trono de San Pedro ahora es un puesto renunciable no importando que la investidura sea el resultado del influjo del Espíritu Santo en un cónclave (…)

El antecedente de una renuncia seiscientos años atrás sólo puede tranquilizar a los fieles que no se atreven asomarse al abismo o no se han enterado que hay uno. Esta es una renuncia en la era postconcilio Vaticano Segundo, que ya supuso una reforma eclesiológica en donde las decisiones colegiadas cobran más peso y cuya consecuencia acaso inevitable sea que el principio de autoridad, por teológicamente intocado que esté, no podrá reafirmarse igual que siempre después de una fractura como ésta;

Juan Pablo II era seguro de sí, militante, diseñado para la Guerra Fría, un bolchevique del catolicismo. (…) Su exceso de seguridad en su Iglesia vencedora del comunismo en Europa se tradujo en ignorar sistemáticamente estándares morales e intelectuales que el mundo laico, por sí mismo, ha generado. Wojtyla es como Aquiles: un vencedor vigoroso sin complejidad intelectual o psicológica alguna; (…) ¿Qué se puede esperar de un pontificado que confunde su misión pastoral con un desfile de la victoria?

(…) la humanidad nunca antes había contado con tantas herramientas que, al tiempo que la facultan para la acción, hacen más incierto y más difícil adaptarse a las demandas y exigencias de las nuevas reglas autogeneradas. No por nada se tiene una sensación de alienación frente al destino propio. Ciertamente la libertad es, entre otras cosas, una madura aceptación de la incertidumbre pero no la resignación a ser hojas secas a merced del viento.(…)
A veces se nos olvida que la Iglesia Católica es la única conexión que le queda a Occidente con la antigüedad clásica. No es una institución como una universidad o un instituto de humanidades en donde simplemente se enseñen doctrinas o se estudia a Roma: es una en donde se toman en serio estas doctrinas y la misión romana. La Iglesia Católica conscientemente se asume como el imperio espiritual requerido para resolver lo que Roma no pudo, desde su apuesta mundana, política y jurídica: un orden universal incluyente que no se desgaje a sí mismo. El catolicismo no deja de ser una crítica pero sobre todo un tributo a ese experimento colosal en el que culminan todas las contradicciones del mundo clásico. (Sigue Leyendo)

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