Seamus Heaney: Que los muertos caminen, lentamente hacia el futuro


Por Jesús Soria Caro

     El volumen que aquí se reseña es una recopilación elaborada por sus familiares. Afirman en el prólogo que se intenta representar todas las etapas de su obra, siendo un homenaje a personas conocidas, familiares, que de una manera u otra están presentes en sus versos.

   La poesía de Seamus Heaney implica un encuentro con la historia, un cara a cara con esta, para reclamarle el dolor y la violencia que no pudo evitarse, que debería no haber sucedido. Defensor de los derechos de la República de Irlanda, no se sitúa en la defensa de la violencia del IRA como respuesta a la dominación, sino en el sinsentido del odio en ambos bandos. Eso sí, reclamando la opresión sufrida a manos del gobierno británico y la muerte de gente sencilla (pescadores, agricultores, parroquianos de las tabernas a los que su ebriedad les hacía desconocedores del toque de queda) que fueron víctimas del conflicto. Su amor a la tierra es verso del viento que juega con la luz para iluminar la costa y dar al verde de sus colinas el color del fuego natural del tiempo, es la llama del ayer con la que ardió la vida en esa tierra mojada por las lágrimas de los olvidados. De ahí la necesidad de que ese pasado pueda, con su sangre, regar la memoria del árbol del futuro para no olvidar lo que no debió suceder, por eso, uno de sus más famosos versos reza: “lentamente/los muertos avanzan/hacia el futuro”.

      En su obra también se retratan las labores agrícolas, la vida rural y su infancia junto a su padre, el contacto con la tierra y las raíces de la tradición. Así como sus aventuras infantiles en esa vida cerca de la naturaleza. La barbarie robó ese ideal forjado en la niñez, en el que el poeta dormía el monstruo de lo real jugando con lo imaginado, pero el paso doloroso del silencio de la verdad se lo arrebató, expulsándole del paraíso del ayer, pero le hizo cronista de la realidad de la historia de Irlanda, de los que quedan fuera de esta, de quienes, como dijo Unamuno, son los que forman parte de la intrahistoria que la hace posible.

    Su poesía, para Martín López Vega (2103), es: “un pequeño huerto donde se cultiva la humanidad, donde se la mima para evitar las pestes. Es un manual sobre cómo conservar el entusiasmo de la infancia. Es magia: si traduce a Beowulf sus palabras suenan como espadas y si habla de una mujer que canta en el poema hay un camino que también canta. Es el recuerdo de que la poesía construye el mundo en que vivimos y el modo en que lo habitamos”.

  La antigüedad clásica,Troya, puede servir como metáfora que es a su vez también metonimia, no sólo del Ulster, sino de todos los conflictos bélicos ocasionados por un ideal político. Es el caballo de madera que en su exterior muestra las grandes causas, pero en el que, como aquí queda simbolizado, se está ocultando en su interior el ejército del odio y la destrucción:

 

Los seres humanos sufren.

Se torturan los unos a los otros.

Se hacen daño, se hacen fuertes.

Un poema, un drama, una canción

nunca enmendarán del todo

un mal infligido y padecido.

 

La historia dice: No esperéis nada

de este lado de la tumba;

sin embargo, una vez en la vida

el ansiado maremoto

de la justicia puede alzarse

y la historia rimar con la esperanza.

 

Esperemos pues un cambio radical

en la orilla opuesta a la venganza.

Confiemos en que una costa más distante

sea posible alcanzarla desde aquí.

Confiemos en los milagros,

en remedios y fuentes curativas.

 

Llamemos milagro a la regeneración,

la absolutamente reveladora

sorpresa de la emoción.

Si hay fuego en la montaña

y hay tormentas y relámpagos

y un dios habla desde el cielo

 

significa que alguien sí que escucha

el clamor y los llantos en el parto

de una nueva vida que comienza.

Significa que una vez en la vida

la justicia puede alzarse

y la historia rimar con la esperanza. (Heamey, 2019: 242-243).

 

    Hay muchos poemas dedicados a Irlanda, en los que se denuncia la muerte de gente sencilla y apegada a la tierra durante el conflicto del Ulster. “Víctima” es el poema de un pescador que acudía a la taberna y, entre copa y copa y jornadas de pesca compartidas con el poeta, le hablaba de su poesía:

 

en la pausa tras un trago

mencionaba la poesía

Y yo, siempre diplomático

y reacio a ser condescendiente,

me las arreglaba con alguna treta

para hablar en su lugar de las anguilas

[…]

Pero las tentativas de mi arte

también las ve su espalda:

voló en pedazos mientras bebía

durante un toque de queda

que todos obedecían, tres noches

después de que mataran a tiros

a trece hombres en Derry. (Heamey, 2019: 149).

 

    Según Benjamín Prado (2012) El mejor Seamus Heaney es el que en el pasado ha visto tanta sangre derramada, que ahora, al ver las luces de freno de un coche piensa en «linternas rojas al alba en manos de patrulleros / del RUC andando por los caminos previos a la violencia», y que a continuación se pregunta para qué sirvió aquella guerra: «¿Y qué quedaría por enterrar, al fin y al cabo, / del Sr. Lavery, que voló en pedazos su propio pub / por llevar un arma cargada / (…) o del pobre Louis O’Neill / por estar aquel miércoles en el sitio erróneo / cuando sepultaron a los trece de Derry?».

    Hay una crítica bélica que se focaliza principalmente en el colonialismo británico, en su ejército imperialista del que tuvieron que formar parte en las guerras mundiales soldados irlandeses que no se sentían parte de ese país; luchando así por una patria a la que no pertenecían:

 

Pienso en ti con tu uniforme de soldado británico,

tu angustiado rostro de católico, pálido y audaz

fantasma de las trincheras como la flor del espino

 “Que me llamen soldado británico cuando mi país

no figura entre las naciones…” te desgarró

la metralla seis semanas más tarde. (Heamey, 2019: 187).

 

      La crítica se extiende también al control, casi de estado policial: ya que cuando volvía a Irlanda después de sus clases del “exilio” en la Universidad de Columbia, la vigilancia policial británica le hacía sentir que casi volvía a un país que no era el suyo:

 

Y en el camino de regreso a casa, la libertad del verano [..]

cada vez más menguada, noche a noche, con solo

la luna y la fragancia del heno en el aire, los policías

blandían sus linternas carmesíes, se agolpaban

alrededor del coche como un rebaño negro, olfateaban

y apuntaban el cañón del subfusil a mis ojos:

”¿Cómo se llama, conductor?

                  “Seamus”

                      ¿Seamus?

Una vez leyeron mis cartas en un control de carretera

y alumbraron con sus focos tus jeroglíficos

”sofisticadas dicciones” de letra muy florida.

El Ulster era británico, pero sin ningún derecho

a la lírica inglesa: a nuestro alrededor, aunque

no lo hubiéramos nombrado, el ministerio del miedo. (Heamey, 2019: 121)

 

    Lo que pudo salvarle de todo ese odio, tanto en la infancia como en la mirada del poeta adulto, que trataba de recuperar las percepciones de la niñez y la edad adulta temprana en toda su sensación de plenitud, fue la infancia idealizada que desconocía la realidad de la historia, la barbarie. El sofá es el tren de la imaginación…

 

Todos juntos en la fila en el sofá, arrodillados

unos detrás de otros, del mayor al más joven,

los codos como pistones, pues esto era un tren.

 

y entre el muro del hogar y la puerta del dormitorio

la velocidad y la distancia se salían de los cálculos.

Primero cambiábamos de vía, luego pitábamos, luego

alguien hacía de revisor y recogía los billetes, [… ]

Entramos en la historia y la ignorancia

bajo el estante inalámbrico. Yupi,yupi eh eh

cantaban “los jinetes de la sierra”. AHORA LAS NOTICIAS

decía el rotundo locutor. Entre él y nosotros

se extendía un gran abismo donde la pronunciación

reinaba tiránicamente. […]

Cuando había viento

la oscilación del lenguaje y sus alejamientos

se arrastraban y se mecían en nosotros como redes en el agua

o la abstracta, solitaria curva de unos trenes distantes

según entrábamos en la historia y la ignorancia. (Seamey, 2019: 273).

     Más allá de la reivindicación contra la inutilidad del conflicto armado entre Inglaterra e Irlanda hay también un registro de fuerza alegórica. En “El árbol de los deseos” hay símbolos que constituyen un texto que funciona como metáfora de la muerte y las huellas que quedan de una mujer a la que admiraba. Un árbol de deseos que al morir sube hacia el cielo, asciende y deja una estela que todos ven. No muere el deseo, se transforma y deja un rastro luminoso:

 

Me la imaginaba como el árbol de los deseos que murió

y que vi elevarse, raíces y ramas, hacia el cielo,

derramando tras de sí todo lo que había sido

 

clavado deseo tras deseo en su robusta

albura y corteza: monedas, broches y clavos

caían en cascada como cola de un cometa

 

Recién acuñada y etérea. Tuve una visión de la liviana

punta de una rama subiendo a través de una nube,

de rostros que miraban hacia arriba donde había estado el árbol. (2019: 239)

 

    Desde lo simbólico-narrativo destaca su uso casi a modo de fábula poética un relato metafórico de Chukwu, deidad Igbo. Los hombres que quieren ser eternos escogen como mensajero de su queja a los dioses a un perro. Ellos quieren ser como aves que regresen al amanecer con el mismo canto de vida. Finalmente, el sapo que ha oído parte del relato le cuenta al Dios supremo una versión distorsionada y este destruye la inmortalidad sin escuchar el mensaje del perro mensajero:

 

Cuando los seres humanos supieron de la muerte

enviaron el perro a Chukwu con un mensaje:

querían que les dejara volver a la casa de la vida.

No querían acabar perdidos para siempre

como la madera quemada que se convierte en humo

o las cenizas que desaparecen en el viento

En cambio, imaginaban sus almas en una bandada en el ocaso

graznando y de regreso a las mismas perchas de siempre

y la misma luminosa canción y el mismo estirar de alas

de todas las mañanas

La muerte sería como pasar una noche en el bosque:

-con la primera luz regresarían a la casa de la vida.

(El perro tenía que contarle todo esto a Chukwu

Pero la mente y los seres humanos pasaron a segundo plano

cuando se salió trotando del sendero y se puso a ladrarle

a otro perro a plena luz del día, solamente a ladrarle

en contestación desde la orilla opuesta de un río.

Y así como el sapo encontró a Chukwu en primer lugar,

el sapo que en primer lugar había escuchado al principio

lo que el perro le tenía que decir. “Los seres humanos” dijo

(y en esto no se dudó en absoluto del sapo),

-“los seres humanos quieren que la muerte dure eternamente”

Entonces Chukwu imaginó el alma de los hombres en pájaros

que se acercaban como puntitos negros en la puesta de sol

hacia un lugar donde no habría ni perchas ni árboles

ni ningún camino que condujera a la casa de la vida.

Y su mente enrojeció y se oscureció de golpe

y nada de lo que el perro pudo contarle más tarde

logró cambiar esta visión. Grandes jefes y grandes amores

en una luz arrasada, el sapo en el fango,

el perro aullando toda la noche tras la capilla ardiente. (Seamey, 2019: 301).

 

    Seamus Heaney en varias entrevistas a la BBC y a otros medios, afirmó estar poco interesado en la política, pero sí preocupado por la verdad del Ulster vivida, que debía ser contada desde dentro, desde la experiencia. El poeta afirmaba no estar resentido porque se hubiera esperado de él y de otros poetas que su obra tematizara el conflicto. Censuraba que se hubiera dejado que vinieran de fuera y escribieran sobre este drama sin haber vivido la dureza que se experimenta desde dentro, dando glamour y encorbatando el drama. Por eso declaró que aquella, la versión ajena al conflicto, era un relato demasiado refinado que requería la verdad más áspera, el relato de los muertos, de los que uno de sus más famosos versos anunciaba que, lentamente, caminarán hacia el futuro, dejando atrás el olvido.

 

BIBLIOGRAFÍA

Heaney, Seamus (2019): 100 Poemas, Barcelona, Faber.

WEBGRAFÍA

Prado, Benjamín (2012):

https://elpais.com/cultura/2012/02/08/actualidad/1328691596_147141.html

López Vega, Martín (2013):  https://elpais.com/cultura/2013/08/30/actualidad/1377858850_181099.html

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