De Herat al Ara (Capitulo V)


Por Gonzalo del Campo

   El título que recoge estos poemas y artículos “De Herat al Ara”, son una mezcla de realidad y ficción. Abarca un periodo de más de quince años. Aunque el eje vertebrador de esta selección…

…esté cercano a la guerra o los conflictos, abarca también otros muchos Desde el año 2003, en un programa de radio llamado “La Máquina de Escribir” que, a día de hoy, se sigue emitiendo en Radio Sobrarbe, he ido desgranando estas reflexiones sobre asuntos que he considerado de interés o relevantes para escribir sobre

    Aunque puede parecer un cajón desastre en su temática, hay un hilo conductor, que consiste en el punto de vista crítico que adoptan la mayor parte de los textos.

    Herat representa la parte más cercana a esa guerra permanente en la estamos inmersos desde hace mucho tiempo. Ara es el nombre del último río virgen del Pirineo, que tantas veces he paseado y disfrutado. En lo referente a los textos sobre la guerra, que aquí se presentan, abarcan desde un año antes de la Guerra de Irak. Aparecen otros artículos relacionados con la Iglesia, los viajes, la literatura…

      Espero que puestos en el contexto en que fueron concebidos y escritos, puedan resultar de interés a los posibles lectores 

SUEÑOS

                                                          I

 

Hubo un tiempo en que los sueños parecían ser graves enigmas que los poderosos debían desentrañar para mantener a salvo su poder o su persona, una vez interpretada la esencia fugaz e inmaterial de sus imágenes. A través de ellos, sus dioses o sus propios fantasmas proponían oscuros acertijos que les desconcertaban. Temblaban ante la fuerza del misterio que escapaba a su control

El valor que se daba a los sueños era tanto o mayor que el de los augurios, auspiciados en las entrañas de las aves y, a veces, de ellos dependía el destino de pueblos enteros.

El enigma de los sueños descubre nuestra vida mortal a un universo extraño y misterioso, donde todo es posible.

Resulta maravilloso que todos tengamos la capacidad de soñar, incluso aquellos cuya vida es una pesadilla. Quizá, a estos, solo ese espacio les dé aliento para seguir vivos.

Soñar es libre y gratis, será por eso que los sueños, sueños son.

En los sueños surcamos el universo de la noche como cometas en busca de la última estrella.

Volamos como solo las águilas lo hacen.

A veces el despertar nos salva de nuestra propia muerte al caer precipitados interminablemente con una sensación de vértigo, más cercana al placer que produce la caída que al choque contra el suelo del sueño, que nunca se produce, porque antes despertamos, con hormigas cosquilleando en nuestro vientre, mientras nos damos cuenta que las sábanas son el lecho donde todo sucede.

 II

 Soñamos despiertos en la vida posible que nunca llegará.

 Soñamos los humanos con vencer el enigma de la muerte.

 Es un sueño erradicar la pobreza de esta tierra y las armas que matan muy temprano, al por mayor.

 Es un sueño el que desaparezcan las fronteras.

 Es un sueño que jamás vayamos a necesitar el dinero para nada.

 Es un sueño, que dejen de existir los humanos que se dejan arrastrar por el poder y que renuncien a ejercerlo de manera despótica sobre otros de su misma especie

 Es un sueño, que dejen de existir los fanatismos

 Es un sueño que deje de existir la corrupción.

   Tenemos sueños para endulzar la vida, para alejarla de la monotonía, para hacer de cada día una aventura.

 

 ESPEJOS

Espejos de obsidiana y de metal pulido, además de los ojos de otro en que mirarse, sirvieron para conocer la imagen de uno mismo, conocer la verdad de la huella del tiempo a través de la mirada, o poder disfrazarla.

Narciso ha mirado el reflejo sobre el agua. Por primera vez ve su imagen. No sabe que se trata de él mismo y se enamora de su perfil acuoso, sin poder soportar que, al hundirse sus manos, con idea de acariciar el rostro, este desaparece. No puede concebir  que tanta belleza sea inmaterial y no pueda gozarla. Así, desesperadamente, sobreviene la muerte de Narciso.

El espejo sincero del cuento de Blancanieves siempre decía la verdad y así le fue. Por ser demasiado locuaz acabó hecho añicos.

Incluso siendo mágico un espejo destaca por ser frágil y no engañar al que se mira en él cada mañana al levantarse y,  al ver cambios que no desea, solo quiere romperlo o que le mienta.

En el retrato de Dorian Grey, el espejo no deja de mentir, mientras la imagen real del personaje va adquiriendo, en el cuadro, no solo la fealdad propia que aporta la vejez, sino el horror que añade al rostro la desnudez de un alma depravada, con rasgos que solo la locura sería capaz de concebir.

Orson Welles se esconde en los espejos, la cara del miedo repetida hasta el infinito.Uno a uno se rompen, hasta que el tercer hombre queda al descubierto y corre por las calles de una Viena desierta, entristecida. La larga sombra fugitiva ha dejado el refugio del espejo para huir hundida en las cloacas, donde ya no hay engaño posible para eludir la muerte.

He buscado historias sobre espejos y en todas ellas su otro lado, el que ocupa el reflejo aparente de lo real, también está habitado.

¿Qué es más real, la materia o su reflejo?

¿Cual de los dos lados del espejo es el verdadero?

 

PUEBLOS INVISIBLES

Hay  pueblos enteros que son invisibles, tanto por su propia voluntad de esconderse, como por la necesidad perentoria de evitar, así, su propia extinción.

Su contacto, cada vez más inevitable, con la civilización no se produce en igualdad de condiciones

Los casos más significativos los encontramos en Sudamérica, África y en ciertos lugares de Asia y el Pacífico.

La cuenca del Amazonas ha ofrecido refugio a lo largo de miles de años a  grupos indígenas que han visto cambiar y desaparecer a sus vecinos. Las enfermedades habituales en Europa, en ellos hacen estragos, lo mismo hoy que hace quinientos años. Si a ello unimos la ambición o la necesidad de ampliar territorios de cultivo, de caza, la búsqueda de metales preciosos,  la tala de bosques y nuevos remedios farmacéuticos, tenemos un cóctel explosivo que agita la gigantesca selva hasta sus más recónditos confines.

¿Cómo preservar la existencia de esos pueblos, tal como viven y son y, a la vez, conseguir que, países como Brasil, prosperen y se modernicen sin destruir la riqueza de sus selvas y la vida misma de sus habitantes más antiguos y apegados a ellas?

Ni entre los pueblos del Amazonas, ni entre los de la Cuenca del Congo el sentido de la propiedad se ha arraigado hasta ahora. Sin embargo los nuevos ocupantes y explotadores de este, hasta hace poco, invisible medio  natural, buscan afianzar la propiedad o aumentarla. En esa carrera chocan con habitantes, que se sienten del sitio, aunque no lo posean con el aura sagrada que otorgamos nosotros, los occidentales, a la propiedad privada.

Para ellos, la tierra, los ríos, las plantas y animales no son propiedad de nadie.

Para las empresas farmacéuticas lo importante es llegar a controlar patentes de fármacos extraídos de plantas que se encuentran allí.

Para los garimpeiros, encontrar el oro que les saque de ser pobres.

Para las empresas madereras, conseguir un buen precio por las maderas tropicales que talan y sacar de ellas grandes beneficios.

¿Cómo no querer esconderse de quien se acerca a la selva como a un supermercado y ni siquiera repone los estantes que deja vacíos?

¿Porqué, al hacerse visibles, esos pueblos se convierten en lo más residual de los estados en que habitan, a veces sin saberlo siquiera?

Da igual que se trate  de esquimales, yanomamis, bosquimanos o pigmeos.

Antes de que desaparezca su sabiduría, pensemos en lo que ellos conocen de la tierra que les ha dado cobijo y alimento durante tanto tiempo, cómo la han amado y respetado para  poder seguir viviendo sobre ella.

Ahora es el momento de conseguir que no se hagan invisibles definitivamente o todos perderemos con ello.

 

AIREAR LOS ARMARIOS

Hay algo que siempre me ha llamado la atención. Son los armarios que guardan esos papeles que se denominan “clasificados”. No estoy seguro de que en realidad sean armarios, sino más bien archivadores metálicos ocupando los sótanos de algún organismo del Estado en los que se almacena toda aquella información que se le hurta al ciudadano alegando motivos de seguridad. Asuntos que se encubren bajo ese  paraguas ambiguo que justifica el silencio durante años.

En Estados Unidos y en muchos otros países democráticos hay cuestiones que duermen en los armarios durante décadas y cuando despiertan a la luz pública, sus protagonistas han muerto. Si están vivos y lo que han hecho constituye un delito, este ya ha prescrito y no afectará para nada en la vida del presunto delincuente.

Han de transcurrir cincuenta años para que ciertos documentos sean desclasificados. Más tiempo, aún, si se trata de documentos secretos del Estado Vaticano.

En siglos pasados era casi imposible desclasarse, pasar de ser aristócrata para convertirse en plebeyo y más aún si la cosa era al contrario.

Igual de difícil resulta hoy desclasificar los papeles que pueden contener lo incalificable. La ayuda de algunas democracias a dictaduras como las de Pinochet, Mobutu, Bokassa, Obiang… Las que contribuyeron a armar a Sadam, mientras fue útil para hacer la guerra a Irán. Las que apoyaron a los talibanes para echar a Rusia de Afganistán y seguir combatiendo el comunismo.

Cuando sean públicos, esos papeles servirán tan solo para escribir la historia con la distancia suficiente para no salpicar a los que ha protegido un largo silencio.

Es así como los armarios del Estado se convierten en “cloacas”, palabra que se utiliza mucho para designar asuntos turbios que no llegan a debatirse nunca en el organismo más representativo de las democracias, el Parlamento, llámese Cámara o Congreso.

Algunas acciones son tan zafias que su constancia no llega, siquiera, a guardarse en los armarios, pues saltan a la prensa en tiempo real, como se dice ahora.

Una de las cualidades de las democracias debiera ser ventilar los armarios de “los padres de la patria” o limpiar las cloacas mucho más a menudo, sin tanto secretismo, porque si no la polilla, la carcoma, el mal olor, son lógicos efectos de esconder y amontonar la basurilla en los rincones más oscuros del armario y los que lo sufren son siempre otros y además no pocos.

 

MUJER

Cada vez que adivino tu sombra,

mujer, entre las ruinas,

sé que no durarían si de ti dependiera.

Sin embargo dudo cada vez que miro en las fotografías el rostro de Condoleza Rice.

Veo en él la misma impasible dureza que adivino en Donald Rumsfeld, la misma indiferencia que se esconde en la insulsa mirada de Georges Bush por los que han de morir para que se cumpla la estrategia.

Hablo de las mujeres cansadas de ver morir sus hijos, de esconder bajo el burka o el pañuelo las inútiles lágrimas vertidas de sus ojos, de mujeres que quieren libertad para ser ellas mismas, sin la cruel tutela de normas y de leyes, que dispongan a la postre de su vida.

 

PÉSAME A BAM

Bam, me recuerdas con tu nombre

a otro lugar envejecido y seco,

aunque no tan desecho como tú,

ciudad arrasada por un cataclismo.

Como  si fueran pocas las amenazas.

Bani luce al sol las mezquitas de barro y de ladrillo,

su alma moribunda aún alberga niños en sus calles,

un trópico africano que lucha contra la arena o huye de ella,

como sus gentes, que se fueron marchando poco a poco y ahora

sus sombras vagan lejos más allá del desierto y de los mares

Como la plaga  aquella que vació de gentes las aldeas,

hoy marchan por millones a las urbes y se enredan en ellas como las hiedras.

Las viven y las mueren sobre el polvo y las noches de estrellas.

Hay quienes pronto vuelven heridos, maltratados por el crepitar

de la ciudad, donde aprenden de manera distinta a respirar.

Hay quien se adentra en la arena por alcanzar el mar.

La costa y el navegar albergan el mismo destino,

Europa la pudiente, la que blinda sus puertas y envejece.

Bam, hoy resuena tu nombre, en el aire,

como una condena o un presagio.

Tal vez tus calles vuelvan a ser refugio

cuando transcurra el tiempo suficiente

y las ruinas de nuevo estén en pie.

La tierra sigue siendo la dueña de si misma,

hermosa y cruel hasta el límite oscuro

de saber otra vez que apenas somos NADA.

 

¿Para qué tanto ruido?

Hoy es abril y el hielo ha desaparecido. El bosque se ha poblado de pájaros que hablan. Prefiero oír su canto que escuchar panegíricos post-mortem sobre el papa que se ha ido.

Toda la parafernalia que acompaña a la agonía, la muerte, exposición y entierro del último papa no provoca ruidos o estridencias en el sentido literal, pero la cobertura mediática, en prensa, radio y televisión no tiene precedentes. Nunca se ha hecho tanto ruido por la muerte de un simple mortal.

Da la impresión de que ya no hacen falta concilios para renovar la fidelidad de los católicos hacia la autoridad eclesiástica. Es más eficaz bombardear desde la televisión, con panegíricos y alabanzas a un personaje que, como cualquier humano, fue contradictorio, pero que, como decía Roman Gubern, fue consecuente hasta el final con su vocación de hombre de teatro.

En los noticiarios, en los programas matutinos de marujas, en los concursos y hasta en la telebasura aparece la presencia subliminal (o no) del “Santo Padre”, del que todos, parecen ahora hijos agradecidos.

Es como cuando, en las misas, uno duda de si echar, su óbolo o limosna, en la bandeja y se siente obligado a hacerlo porque los demás lo han hecho. Así se crea una reacción en cadena y todos pican para evitar la mirada reprobatoria del sacristán o el monaguillo, que recoge el impuesto “voluntario” a mano alzada, con ruidito incluido; el de la moneda que choca contra el montón de ellas y el que provoca el movimiento de muñeca del pedigüeño para acomodarlas en el cestaño o la bandeja y llamar la atención del siguiente feligrés.

Me parece legítimo no levantarse del asiento en el Congreso de los Diputados por no querer celebrar la memoria de un hombre que, sin dudar de sus buenas intenciones, se empeñó de manera tan cerril en descalificar el preservativo para evitar embarazos y condenar la unión de parejas homosexuales.

La jerarquía eclesiástica puede gozar nuevamente, estos días, de ser el centro de atención, eclipsando en las noticias a las guerras, las catástrofes, la muerte de otros jerarcas o la boda de un príncipe que, tal vez, nunca dejará de serlo.

El colapso de Roma para los funerales del Papa ha dejado pequeña a cualquier romería o peregrinación. Tal vez pueda volver el Vaticano a entrar en el Guiness de los records en eso de congregar multitudes y sentir que durante la eternidad de dos semanas (lo sería para cualquier asunto de actualidad), estará en el ajo, en el meollo, en el ojo del huracán informativo. Sus desfiles de cardenales y obispos eclipsarán cualquier pasarela que se precie. En los programas no se oirá el frú-frú de las sedas, pero sí el sonido de los cánticos y las celebraciones. Verán reconocida de nuevo su autoridad, aunque no sea más que protocolo, en los besamanos. Los jefes de Estado y sus esposas besarán anillos cardenalicios. Dictadores y autócratas compartirán mesa en las recepciones con la curia vaticana.

Un Gran Hermano a gran escala, cuya visión apagará, por unos interminables días, el ruido de los misiles, los lamentos de la hambruna, las protestas contra nuevos casos de pederastia, entre  la expectación de los cónclaves y las deliberaciones secretas a puerta cerrada. La tradición obliga.

Así hasta que, de nuevo, una silenciosa fumata blanca anuncie el fin del programa y, como en los fuegos artificiales de un fin de fiesta, los congregados en la plaza de San Pedro conviertan el murmullo en una aclamación estruendosa.

Al día siguiente, solo quedará el sonido que produce la limpieza del gran plató, pasando a la acción los barrenderos y los basureros, para dar paso finalmente y de nuevo a las interminables procesiones de

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