Mala estrella: La luna y su ciclo muerte-resurrección como símbolo del amor


Por Jesús Soria Caro

    Jung defendía que había un sustrato común, el inconsciente colectivo, en el que anidaba la parte primigenia del ser; el alma animal primitiva, la que nos unía de forma irracional con un origen común.

    Lo más atávico de esa pre-historia colectiva se manifestaba en una simbología que conectaba a través del mito de forma directa con una parte común del inconsciente, rozando ese vínculo directo con aquello que forma parte del ser más allá de su inconsciente individual, que lo determina desde un origen compartido. En “Mala estrella” podemos encontrar en la mitología clásica la presencia de la luna como símbolo de un renacer del amor tras la muerte. En dicha cultura tomaremos como referentes a Selene (personificación de la luna que recorre el cielo con un carruaje de plata) y a Hécate (errante entre los cadáveres, acompañada de una jauría de perros fantasmagóricos). Las dos son representaciones del ciclo muerte-renacer según la mitología: Selene, la luna llena que recupera su belleza y resurge tras haber perecido y Hécate, la cara oculta de la luna, la que se acerca al Hades. No sólo su valor desde el mito clásico es el que nos interesa, ya que esta es un símbolo atávico que, desde culturas ancestrales, representaba un ciclo; el tránsito muerte-resurrección. Jules Cashford (2018) destacó que el hombre primitivo veía en la luna un símbolo macrocósmico de su ser, ya que al igual que en la vida humana, nacía, alcanzaba la plenitud y se debilitaba hasta su desaparición, pero había un ciclo de recomienzo de todo este proceso.

    Hécate, la luna errante entre los sepultados, aquí es la que se hace presente en el poema que nos relata una escena de Cristo, siendo junto a la madre testigo de la crucifixión del amado, es la escena IV del poema “Calvarios” de título homónimo. La simbología del poema, inherente al texto bíblico, nos permite retratar el paradigma del amor como resurrección, tal y como se incide en la tradición religiosa. La presencia de la luna como símbolo que vincula a Eros y Tánatos también aparece en El romancero gitano de Lorca, donde el astro es una metáfora recurrente, círculo cuyo final se conecta con el principio, lo que sugiere un eterno retorno de lo trágico. La voz lírica que se imposta como narradora del poema le advierte de que se dé prisa porque los gitanos como presencien el crimen le sacarán su corazón y harán con él anillos, lo que refuerza de nuevo la metáfora de lo circular. Al igual que Elena Pallarés hace uso de la figura de Cristo como símbolo tradicional del amor trágico, también Lorca, anteriormente, recurrió a dicha fuente intertextual en el romance “Prendimiento de Antonio el Camborio”. Se narraba en este lo que le sucedía a Antonio Torres Heredia cuando iba a Sevilla para ver los toros y era capturado, sin motivo alguno, por la guardia civil. Cuando lo apresaban se dudaba de que fuera hijo y nieto de Camborio, lo que establecía una analogía con la duda del origen de Cristo como hijo de Dios. Hay en el citado poema lorquiano continuos juegos paródicos con el relato de la vida de Cristo: los cincos chorros se asemejan a las cinco llagas, la vara de mimbre recuerda el junco que a modo de burla se puso como cetro en la mano de Cristo, En el caso del poemario de Elena Pallarés también aparece, como en muchos otros textos del Romancero gitano, la luna como símbolo del ciclo muerte-vida. Las fases lunares se completan en un eterno renacer, y así, este homenaje poético al texto de Cristo es una “metonimia” estructural de todo el poemario, en el que el ciclo amor, muerte-resurrección está presente cual Sísifo que asciende eternamente en lo escrito la cumbre de los versos con el peso de la muerte, para volver a comenzar de nuevo su ascensión de amor. La vinculación con la historia de Cristo es una referencia intertextual que metaforiza el dolor del amor. Hay cierta relación temática con “A la muerte de Cristo” de Quevedo, en el sentido de que en ambos poemas la naturaleza  acompaña el dolor del yo lírico,  encontrándonos ante el Sympathos. En el poema que aquí nos convoca es la luna la que siente el dolor y trata de lanzarse desde el cielo a salvar al crucificado:

Sobre nuestras cabezas yo vi cómo una luna

de esas que se desgranan en migajas de luz

no pudo aguantar más el sacrificio,

se lanzó cielo abajo a salvarte o morir

y, flores de altos vuelos, reían las estrellas:

 

           ¡Está lunática!

y vi cómo la tierra tembló bajo mis pies

al abrirse de carnes como un libro

para ocultar sus flores en las páginas de la historia. (Pallarés, 2019: 40)

 

    La luna también está presente en el Romancero gitano de Lorca, especialmente el poema “Luna, luna” en el que esta, que simboliza el final de la vida (el círculo vital en el que se cierra lo temporal), viene a buscar a un niño (que representa simbólicamente el principio de la vida). Así el final y el principio se unen en una circularidad casi eterna. Idea que también está presente en “El malentendido”. Al corazón se le pregunta si vuela a la meta de un pájaro o a los abismos, comparándolo con un niño que en la oscuridad del tiempo y del dolor busca agarrarse a las manos de la luna. Adquiriendo ciertos paralelismos tanto el relato (niño-luna) como la conexión Eros-Tánatos en ambas obras:

Tú, como un niño perdido busca en vano en la noche

la mano maternal que su miedo amordace,

a estas horas quisieras agarrarte a la mano

de la luna como en los sueños.

Pero la luna, dicen, sólo tenía bocas

llenas de oscuros besos y palabras obscenas.

[…]

“¿Desconoces acaso que la luna

-una esfera de fuego sostenida en los hombros

de algún ángel caído-es de noche el país

donde habitan los muertos?” (Pallarés, 2019: 138). 

    Versos conclusivos los de la cita anterior que aluden a habitar en un metafórico pasaje de ausencias que adquiere una paródica conexión con Bécquer y Cernuda, con “Donde habite el olvido”. En el poema “Esa noche” está presente también la luna. Se alude a beber su sangre, la de un astro que muere y renace. Lo que conduce a una comunión atávica con el cosmos; ya que se alude al vino de su sangre, a beber por tanto su inmortalidad, la de “esa noche” que salva de la muerte del tiempo ese su pequeño gran fragmento de la eternidad: “Esa noche la sangre de la luna/bebimos como vino” (Pallarés, 2019: 44).

   La muerte es definida como “una página por escribir”, como el silencio que precede al texto, lexicalización a través de la metáfora que podría ser una variante apócrifa, desde la tipología del sintagma nominal, de las logofagias fijadas por Túa Blesa. Siendo un óstracon en su variante lexicalización, pero desde una variedad sintagmática que precisa de un sintagma preposicional que delimite el valor específico de dicho carácter de fragmento de un texto del que tan sólo es un parte, siendo un contenido indecible que todavía no puede nacer en la palabra:

LA MUERTE ES UN PAÍS DE CLARIDADES

la flor ilimitada de las nieves,

la página por escribir. (Pallarés, 2019: 50).

 

    Platón definió el ciclo lunar de los 28 días como el eterno retorno. La luna para el hombre primitivo era la morada de las almas, el lugar donde residían, porque esta era signo de regreso a la vida tras su muerte, tras su ausencia en la oscuridad del cielo, siempre acontecía, cada cierto tiempo, el retorno de su luz en la noche de los tiempos. Ese regreso eterno tras el final nos lleva al mito se Sísifo en un poemario en el que dicha circularidad forma parte del amor. La eternidad es nacer en la palabra, el verbo se hace carne del infinito para renacer de la nada. La palabra es como Sísifo, arrastra el peso de su existir y puede, de nuevo, “ser” mientras se recorre la montaña del poema, fuera de la temporalidad, para volver al comienzo cada vez que alguien reinicie la lectura:

 

Igual que por la tarde se hunde el día

tras de los horizontes

para volver a renacer mañana,

en mitad del jardín de mi escritura

cada noche, amor mío, resucitas

salvado en una rosa casi muerta

de tantas muertes tuyas escritas en sus hojas

ahora color de mar de sangre o vino. (Pallarés, 2019: 52)

 

    La rosa, presente en el anterior poema, también reaparece en “Venus y Adonis”; siendo en el relato mitológico de la muerte Adonis donde se narra el origen de la rosa (tópico literario del valor efímero de la belleza y del Tempus fugit). La recurrencia de las referencias clásicas es parte de este árbol de la isotopía que se ramifica en las continuas metáforas de lo mitológico.  También la idea perseguida por Elena Pallarés es “Dafne” que, cuando va a ser poseída por el silencio, se transforma en el laurel del arquetipo junguiano, para así surgir la transformación mágica, el árbol de lo poético. Estamos ante la escritura como signo de lo eterno; en el texto vuelve a suceder, de nuevo y cada vez, lo que se narra, cumpliéndose en lo textual el “Eterno retorno” anunciado por Nietzsche, lo que ha sucedido se vuelve a repetir, queda vinculado al devenir, al ahora, va a seguir sucediendo en la interioridad de lo narrado. Así el texto es el ciclo de lo eterno, lo atemporal, un espacio donde el relato de muerte-amor puede quedar perpetuado:

¡Tu tránsito a la rosa!

 

Igual que por la tarde se hunde el día

tras de los horizontes

para volver a renacer mañana,

en mitad del jardín de mi escritura

cada noche, amor mío, resucitas

salvado en una rosa casi muerta

de tantas muertes tuyas escritas en sus hojas

ahora color de mar de sangre o vino. (Pallarés, 2019: 52).

 

     Lo mitológico como símbolo de la introspección del amor adquiere referencias a Teseo y el minotauro. El yo poético alude a que el deseo implica perderse en los laberintos del amor. El mito, desde la parodia, adquiere un nuevo sentido al metaforizar la brutalidad “semi-animalizada” (de ahí el símbolo del minotauro) de los encuentros pasionales que acontecen al amar a quienes son parte de ese camino de confusión:

Laberintos de sueños

donde fuiste al encuentro de la inmortalidad

en brazos de fingidos minotauros,

chorros de luces

cayendo sobre el traje

la tarde a la tragedia entretejieron

en el teatro del amor y de la muerte. (Pallarés, 2019: 63).

 

   En el poema “De las muertes de Eurídice” se retoma el mito de Eurídice con referencias a cuerpos de palabras muertas que sobrenadan un lago que recuerda la laguna Estigia, retrotrayéndonos a Leandro, que venció la ley severa y fue capaz de recordar a su amada incluso pasando al otro lado de los infiernos del tiempo. Hay una relación intertextual tanto con “Amor constante más allá de la muerte” de Francisco de Quevedo como con el mito de Eurídice. En el citado poema de Elena Pallarés, desde una simbológica metapoética y mediante la personificación, son las palabras muertas las que regresan a la orilla de la vida del logos, atrás queda el silencio de lo indecible del amor y sus muertes. No hay posibilidad de volver atrás si se quiere alcanzar la costa del lenguaje del amor.

En los atardeceres de la carne

mi escritura oscurece un objeto de amor.

Los labios de la tierra sangran besos

cuando ocultas en páginas de hierba

se desvelan palabras como muerte.

 

Sobrenadan las aguas de un arroyo

cadáveres de letras cuyas combinaciones

dibujan las mil móviles figuras

de su nombre mordido en flor de nadie.

 

La fronda del dolor hacia la noche.

la noche, extraña madre, de sus pechos

de bruma amamantaba al hijo

de negra leche. (Pallarés, 2019: 73).

 

     La luna, su representación mítica, su valor atávico, son símbolos con los que retratar el amor y la muerte, su ciclo de retornos eternos. La literatura, la tradición popular, la herencia clásica, son fuentes desde las que se configura una cosmogonía poética potente, la que se hace lunar también en este nuestro texto, que se encuentra ahora en su fase decreciente acometiendo ya su final, tan sólo queda que seas tú, quien de nuevo lo dote con tu lectura de la fase creciente, de la luz de la palabra en la oscuridad de los silencios, para renacer como los mitos del amor en una nueva existencia textual. Si Isis resucitó de la muerte a Osiris, lo escrito-leído dará una nueva vida al ser amado que renace de su fin en la imagen de cada lector. La luna también tejerá así tu destino, no sólo como lector sino también en el amor, ya que todo lo que acontece en la vida debe asumir el proceso muerte-renacer.

 

BIBLIOGRAFÍA

Cashford, Jules (2018): La luna, símbolo de transformación, Gerona, Atalanta.
Pallarés, Elena (2019): Mala estrella, Olifante, Zaragoza

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