De Herat al Ara (Capitulo VI)

 

   El título que recoge estos poemas y artículos “De Herat al Ara”, son una  mezcla de realidad y ficción. Abarca un periodo de más de quince años.  Aunque el eje vertebrador de esta selección esté cercano a la guerra o los  conflictos, abarca también otros muchos temas. Desde el año 2003, en un  programa de radio llamado “La Máquina de Escribir” que, a día de hoy, se  sigue emitiendo en Radio Sobrarbe, he ido desgranando estas reflexiones  sobre asuntos que he considerado de interés o relevantes para escribir sobre ellos.

    Aunque puede parecer un cajón desastre en su temática, hay un hilo  conductor, que consiste en el punto de vista crítico que adoptan la mayor parte de los textos. Herat representa la parte más cercana a esa guerra permanente en la estamos inmersos desde hace mucho tiempo. Ara es el nombre del último río virgen del Pirineo, que tantas veces he paseado y disfrutado. En lo referente a los textos sobre la guerra, que aquí se  presentan, abarcan desde un año antes de la Guerra de Irak. Aparecen otros  artículos relacionados con la Iglesia, los viajes, la literatura…

    Espero que puestos en el contexto en que fueron concebidos y escritos,
puedan resultar de interés a los posibles lectores.

Estreno de año viejo

    No ha tardado mucho este 2006 en atraer nubarrones a un comienzo “tranquilo”. No puedo dejar de escribir del Medio Oriente, ni tampoco de África. El petróleo es el hilo conductor que acerca historias lejanas en el espacio pero gemelas en la esencia. La escasez de energía nos acucia para buscar salidas que permitan asegurar el suministro, adecuado al estándar de consumo adquirido. Las reservas dan síntomas de reservarse aún más. Se encarece cada día el acceso a ellas. Calefacciones a gas, millones de coches funcionando con derivados del petróleo. Se replantean algunos países volver a abrir nuevas centrales de fisión.

   Lo que yo me pregunto es: ¿Por qué los nigerianos intentan asaltar conducciones o depósitos de petróleo?

  La respuesta es compleja, pero una razón fundamental es el precio que le cuesta a un nigeriano su propio petróleo.

   Sobre el Delta del Níger se han instalado las compañías extranjeras de extracción y lo están machacando, lo mismo que a sus gentes.

    Tal fue el caso de Ken Saro Wiwa, escritor asesinado, perteneciente al pueblo Ogoni, uno de los que habitan el gran Delta del Níger.

   Este pueblo protestó contra la contaminación de sus manglares y el envenenamiento de sus tierras a causa de la explotación irracional y poco respetuosa de los pozos de petróleo.

   ¿Seremos capaces los humanos de dejar de avasallarnos entre nosotros mismos algún día?

 

EL CUENTO DE NUNCA ACABAR

    Aún no había visto “El jardinero fiel” y hace poco que leí la novela. La película tiene el mismo tratamiento de “puzzle” que la novela. También deja el mismo regusto amargo de un África sin soluciones, campo de pruebas de las multinacionales, paraíso de la corrupción a gran escala, un espejismo cada vez más poblado, donde la muerte campa a sus anchas.

   Junto a la belleza mineral del lago Turkana, la fealdad muchedúmbrica del barrio de Kibera, en Nairobi, rebosante de gente. Entre la basura y la pobreza, los cantos y la frágil sonrisa de los niños.
Son estos extremos los que encierran la seducción que África ejerce sobre mí y creo que, también, sobre otros muchos.

   A pesar de las selvas arrasadas, hay semillas prestas a germinar.

   A pesar de la presencia de la muerte en tantos sitios, la vida rebosa en multitud de rostros que albergan esperanzas.

   Hay dos escenas que no están en la novela, que considero clave en la película.

   En la primera el protagonista, desde su cuatro por cuatro deja marchar a un niño de doce años, con su sobrino recién nacido en brazos, a pesar de que deberá andar cuarenta kilómetros a pie hasta llegar a su aldea.

   En la otra, el piloto de un avión hace descender a un niño y lo deja a su suerte en una aldea atacada por bandidos (Ya sabemos como las gastan en Darfur).

    En ambas escenas, la razón para no involucrarse es que si ayudan a un africano, debarán hacerlo con millones y eso no es posible.

   Algo parecido sirve de polémica entre periodistas. ¿Vale más la foto y no inmiscuirse, que salvar una vida cuando es posible, aunque se resienta la noticia?

    ¿A qué se debe el hombre si no es a sí mismo?

  A la hora de la verdad no parece ser así.

    Siempre aparecen escudos que nos protegen y nos justifican para no hacer nada.

   Mientras tanto ha reventado otro oleoducto en Nigeria (cerca de Lagos). ¡Tanta riqueza alimentando cada vez más pobreza!

    África no es solo un campo de pruebas en cuestiones de salud. Muchos piensan que el SIDA fue el fruto de algún experimento. Las ciudades crecen tan rápido que los nuevos habitantes no tienen lugar de acogida ni un mísero trabajo. El fenómeno no es nuevo pero lo explosivo de la situación tal vez si.

    Si es nuevo el desarraigo de los niños soldados, a los que se unen los millones de huérfanos del sida.

   También es cada vez más evidente la desintegración de familias y de aldeas.

    Siempre tendemos a eludir las conexiones entre el petróleo africano que consumimos y la pobreza de los que lo ven pasar ante sus narices sin poder comprarlo ni consumirlo.

   Tampoco solemos dar mucha importancia a la relación entre el tráfico de armas a gran escala y la huida que provocan las guerras (hechas con esas armas) hacia nuestra sociedad del bienestar. Tampoco pensamos de donde provienen los diamantes que lucen los ricos entre ricos, ni en las manos cortadas que ha traído consigo su recolección, ni en la gente que han obligado a desplazar.

    Tenemos tendencia a pensar en Africa como un continente condenado, a pesar de que son cada vez más los que se acuerdan de que existe.

   Tal vez queda solo la esperanza de no sucumbir entre el óxido y la sal del Turkana.

    No permanecer inertes, como una piedra más que nunca dijo nada.

VIAJE A LA INDIA.

    Cuando alguien como yo, que no ha viajado a la India, se plantea escribir sobre ese gran país, aparece un enjambre o maraña de imágenes dispersas, como piezas de un gigantesco puzzle, imposible, no solo de completar, sino de ofrecer una visión coherente de él.

   Busco en revistas de viajes, a las que soy muy aficionado y encuentro gran cantidad de artículos. En ellos sus autores reconocen la misma incapacidad para condensar su esencia múltiple, volátil y a la vez permanente en tan solo unos folios y unas fotografías.

     La tentación de recurrir a la historia para explicarla es como intentar sacar retales de un baúl, deshilachados, imposibles de hilvanar desde los márgenes a los que condenamos aquí toda historia que no se relacione directamente con Europa.

   A los más antiguos habitantes se van superponiendo otros, venidos de las altiplanicies del centro de Asia, arios, mongoles, tibetanos, semitas del oeste, chinos y birmanos del este , negros africanos (llegados como esclavos al Gujarat)…

  Surgen los tópicos, que sirven para China o Egipto. La presencia de ríos que nacen en un reino distinto al de la tierra, en un cielo de hielo hacia el que caminan, hoy como ayer, miles de peregrinos.

   Nombres como el del monte Kailas, en el Tibet, evocan el profundo fervor hacia la madre tierra, de la que mana el agua sagrada. Agua de vida en la que se sumergen los yoghis, junto a nieves perpetuas y glaciares que también retroceden. Agua que trae la muerte cuando se une al imparable y torrencial monzón.

   Los Himalayas cierran la frontera, que nunca fue impermeable, ni tampoco fácil de surcar. Desde el Techo del mundo donde habitan los dioses fluye la sangre transparente hacia la morada de los hombres, empeñados en vivir junto a su lecho, cada vez más oscuro en su viaje hacia el mar.

    Los hindúes creen que a través del Ganges fluye la energía seminal de Siva y lo recuerdan con miles de lingams o falos de piedra junto a su curso.

    Las religiones indias incluyen la creencia en la reencarnación como una forma de fundirse interminablemente con el cosmos cambiante, con la
vida que fluye en los bosques, el desierto, los montes, las aldeas y también las ciudades. Animales sagrados como los elefantes esculpidos en piedra se mezclan con mujeres y hombres que se aman, mostrando abiertamente la importancia del sexo en barrocas fachadas de piedra, tan habitadas de imágenes como lo están de humanos las populosas calles de Calcuta, de Delhi, de Bombay…

   En pocos lugares de la tierra los contrastes son tan radicales como en India. Sus marajás fueron lo que hoy son los emires del petróleo, al menos en imagen de derroche y lujo desmedido.

    Sus mendigos se cuentan por millones.

  La India tiene proyectos de viajes turísticos al espacio, mientras hay zonas cuyo acceso solo es posible a pie y con gran esfuerzo.

   Mientras hay sitios, sobre todo en las montañas, que apenas se han transformado en su paisaje, Bhopal representa el “Chernobil” indio, una ciudad envenenada.

Un pasado cargado de tradiciones.

   El presente no las arrincona, las incorpora como si fueran nuevas piezas de un gigantesco edificio, en el que caben todos los colores, todos los seres.

    Unos desaparecen. Enseguida otros nacen y los sustituyen. Permanece la división social en castas.
Desaparecen poco a poco especies animales como el tigre.
Surge una industria de cine, con tanto eco como la de Holiwood y con más adeptos (al menos en Asia y parte de África)

   En la India se desguazan los barcos inservibles que desecha occidente (Salgado retrató a los peones que, por poco dinero, hacen una labor de hormigas).

   En el país de Ghandi y de la no violencia, sus fronteras son una fuente continua de conflictos (Sobre todo con Pakistán y China). Lástima que un país tolerante, no pudiera albergar en su seno a hindúes y musulmanes.

   Quizá si algún día tenemos la oportunidad de ir a la India, lo mejor sería dejar a un lado la memoria y visitarla como recién nacida para nuestros sentidos.

   Claro que al poco tiempo habrá cambiado, aunque sea la misma.

 

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