Romance del confinado (I)

Por Gonzalo del Campo

Ya llevamos más de un mes

en este confinamiento

y todos nos preguntamos

cuando llegará el momento

en que, al fin, recuperemos

nuestro libre movimiento.

No nos hemos visto en otra

de que tengamos recuerdo,

en que hayamos respondido

impulsados por el miedo

de forma tan general.

 

Va en ello nuestro pellejo

Lo veíamos muy lejos

cuando se empezó a hablar de ello,

eso del Coronavirus

no era aún asunto nuestro,

aunque de China vinieran

millones de cargamentos,

pues a ella le compramos

cosas sin conocimiento;

nuestra gran proveedora

tras el desmantelamiento

de todo tipo de industrias,

buscando abaratamiento

en el valor del trabajo

para ganar más dinero,

aunque así aumentase el paro,

allí de donde se fueron

las fábricas que cerraron

y donde languidecieron

zonas que antes fueron ricas

y luego se empobrecieron.

 

Eso es el Mercado, amigos

diría Rato, el Ratero.

Además de mercancías

de China salen viajeros

que tienen como destino

lugares del mundo entero.

Es la globalización

el signo de nuestro tiempo

y aunque haya muchas fronteras

tan solo hay un hormiguero.

Y es que los humanos somos

los mimbres de un mismo cesto,

pues lo que les pasa a unos

puede acontecer al resto,

más tratándose de un virus

que se extiende sin saberlo

 

 

Aunque se hablaba de él

antes del mes de febrero

creímos que no era cosa

de adelantar un remedio

para ese mal de la China

que nos era tan ajeno

 

 

El día quince de marzo

a las cero, cero horas

se dio por fin ese paso

y se proclamó la alarma,

metiendo en el mismo saco

a todos los habitantes

que quedamos confinados,

tanto en la España Vacía

como en los centros urbanos.

Solo se podrá salir

para ir a la farmacia

también al supermercado,

a quioscos y librerías

para comprar los diarios,

ir a tirar la basura

o sacar el perro un rato,

pero nada de correr

la calle, arriba y abajo,

ni pasear por placer,

eso queda descartado.

Tan solo dentro de casa

podrá irse de lado a lado,

recorrerse los pasillos

mil veces, de cabo a rabo,

y aquel que tenga escaleras

que se sienta afortunado

porque de subir montañas

mejor se vaya olvidando.

 

 

¿Quién podrá salir de casa

obligado por trabajo?

Las médicos y enfermeros,

los currantes de los bancos,

el personal de basuras

y el de los supermercados,

empleados de correos

de televisión y radio,

pastores, agricultores,

quien se dedica a cuidados,

guardia civil, policía

y todos los desahuciados

que, o bien encuentran cobijo

o, si no, serán multados

porque, al fin, la ley mordaza

a todos nos ha alcanzado,

pues ahora sigue vigente

su desmesura aplicando,

imponiendo correctivos

que arruinan al más pintado.

seiscientos euros del ala,

trescientos por pronto pago,

si se trata de un despiste

y permaneces callado

mientras te ponen la multa,

como ejemplar ciudadano.

 

 

La mayor parte del resto

harán el teletrabajo,

aprovechando internet

tendrán en su casa el tajo.

Todo evento cultural

sea de cine o teatro,

festivales y conciertos

totalmente clausurados.

Institutos y colegios,

oficinas y juzgados

universidad, e iglesias

permanecerán cerrados

para que no nos juntemos

y podamos contagiarnos.

 

Casi desde el primer día

los balcones se han llenado

de vecinas y vecinos

que aplauden entusiasmados,

a las ocho de la tarde,

al personal sanitario

que se expone como nadie

con su arriesgado trabajo,

poniendo a prueba su empeño

con medios más bien escasos,

pues se ve desde el principio

que no se está preparados

para afrontar la pandemia

sin dar a nadie de lado.

Faltan los respiradores

y  material adecuado,

suficientes mascarillas

y guantes para las manos.

Nada de esto es casual,

ni resulta tan extraño

tras los severos recortes

de los últimos diez años,

reduciendo personal

y también privatizando

servicios tan esenciales

que sirven para salvarnos

en momentos como éste

cuando los necesitamos.

Se han dado situaciones

en estos días aciagos,

donde ha habido que elegir

quien debía ser curado,

porque la falta de UCIS

a ello les ha obligado,

aunque muy a su pesar,

a médicos desbordados.

Que hoy asistamos a esto

debería enseñarnos

que nuestra vida es sagrada,

más que devolver los pagos

de deudas más que dudosas

a las que atiende el Estado

lo mismo que decir todos,

menos los beneficiados

por los salvajes recortes

a los que nos obligaron

para trasvasar dinero

a las empresas y bancos

que de nuevo publicitan

ayudas a todo trapo

sin haber devuelto nada

del dinero adelantado

como rescate a una ruina

que fue tan solo un engaño

para hacer crecer el miedo

que nos han inoculado

y del que ahora nos vacunan

con el temor aumentado.

 

 

Antes del confinamiento

se tomaron al asalto

las reservas de papel.

En tropel se las llevaron,

para así, aunque se enfermasen,

tener el culo apañado.

Olvidaron el bidé

que es propio de los gabachos.

Lo de lavarse con agua

es cosa de afeminados.

Mejor es limpiarse el culo

con buen papel satinado.

Tras el placer de comer

viene el de estar bien cagado,

al menos eso parece

es lo que algunos pensaron

y así se les fue la olla

tras los rollos apilados,

hasta no dejar ni uno

a quien no se ha espabilado.

De paso dieron ejemplo

de estupidez sin recato.

Fueron objeto de burla.

A pulso se lo ganaron,

Por ser acaparadores

de un objeto tan preciado,

fenómeno misterioso

que nadie nos ha explicado

y que en la Psicología

aún no se ha catalogado.

 

 

Me parece doloroso

recordar a los ancianos,

cuando son miles de ellos

los que han muerto contagiados,

estando en sus residencias

sin eficaces cuidados.

¡Qué paradoja terrible!

Que quien más ha trabajado

porque este país tuviera

todo lo más necesario

vea concluir su vida

sin el suficiente amparo.

Lo debieran encontrar

quienes tanto nos han dado.

Siempre han sido, los abuelos,

fuente de esencial legado,

porque sus ojos han visto

la historia que ya ha pasado

que condiciona el presente,

importante es recordarlo.

Multitud de sociedades

siempre los han respetado

porque su sabiduría

vence a los desmemoriados

que difunden la mentira

si todos han olvidado

y no queda quien nos diga

lo que en verdad ha pasado.

Los que ahora se nos van

sufrieron el varapalo

del hambre y la Dictadura

de carencia y dura mano,

de militares corruptos

y curas alucinados

por una moral estrecha

que les tuvo acoquinados

hasta  que se convirtieron

en la legión de emigrados

que se fueron por Europa.

Humildes asalariados

que con su sudor trajeron

una esperanza de cambio,

que solo se aceleró

una vez que murió Franco

y luego se confirmó

a pie de calle, luchando

por ir ganando derechos

que no fueron de regalo.

Es justo que les tocase

un merecido descanso

y que acabasen su vida

sin tener más sobresaltos.

Pero, la última crisis

mandó a sus hijos al paro

y allí estuvieron de nuevo,

como siempre, dando el callo,

facilitando a sus nietos

el vivir sin sobresaltos,

haciendo con sus pensiones

un auténtico milagro,

tomando otra vez las calles

igual que a los treinta años

para no perder de golpe

todo el terreno ganado

en hacer prevalecer

esos Derechos Humanos

que si nadie los defiende

se convertirán en barro,

polvo de cualquier camino,

menos que cualquier guijarro,

al que dando de patadas,

sin conciencia, despreciamos

y con alma de suicidas

muy a conciencia, olvidamos,

lo mismo que, al parecer

hacemos con los ancianos.

 

 

 

Salvo dentro del hogar

«el prójimo se ha abolido”

Si nos vemos por la calle,

aunque sea con amigos

estaremos a tres metros,

sin formar ningún corrillo.

La falta de mascarillas

hace mayor el peligro

de que las gotitas lleguen

a indeseado destino.

Dicen que ya van llegando

desde los mercados chinos,

los únicos que las tienen

para ser abastecidos

a una escala suficiente,

o eso nos hemos creído,

porque está claro que aquí

buscar es tiempo perdido.

He leído que a ocho euros

alguno las ha adquirido

cuando hace poco valían

tan solo unos céntimos.

Mientras tanto, iniciativas

de personas con buen tino

fabrican sin pedir nada

por docenas los barbijos,

dando ejemplo de cordura

para afrontar el destino

que lleva a los hospitales

a enfermos de cualquier sitio.

Las mascarillas caseras

se convierten en un signo,

solidaridad sincera

que no espera ningún premio

y vale más que el dinero

que atesoran los cretinos

que quieren hacer negocio

y les importa un comino

el que sea con la muerte

y el miedo de sus vecinos.

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