Poemas


Por Javier Úbeda Ibáñez

 Solo

 Solo, navego en silencio
por las agitadas aguas
de mis pensamientos.

Me sumerjo en las profundidades
de mi memoria acuática,
de mis mareas más oscuras:
mi fondo es negro azabache
y está rebosante de piedras y conchas
sumergidas en la arena.

Pero, como ola encrespada, me agito,
y voy desenterrando lo enterrado,
voy removiendo el limo
buscando llegar hasta la playa en medio
de rocas, salitre y espuma.

Y, al final, lo consigo,
emerjo pletórico y renovado
en un mar de olas radiantes
que me llevan hasta las costas,
donde me deshago en salobres estelas,
que se pierden en un mar de brillos.

 

En presencia del aire

Rodeo el sonido del aire
para darte un beso de jazmines y rocío.

Tú, ebria de olores y noches,
me recoges en tus labios y
me pides silenciosa
que beba de ti
pasiones y pétalos.

Quiero quedarme a vivir en tu boca,
aterciopelada y desnuda.

—Sí, quédate —me susurras.

Y mi alma voladora
aleja sus furias
y se entrega a ti,
en presencia del aire.

 

Sí y no

Entre un “sí” pletórico y un “no” letárgico,
corre el aire al encuentro del mar.

Entre un “sí” que acaricia silencios de lunas azules
y un “no” hundido en lo agónico de un fondo marino:
me voy, te vas, vengo, vienes, venimos, vendrán y se irán
nuestras palabras y nuestros cuerpos como las olas.

 

La mar enamorada

Llevo la cara vestida de azul
para anunciar que
la mar está enamorada.

Y la brisa
—vaivén va,
vaivén viene—
asegura que su amor
está inédito,
hambriento de soles y sal.

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