Relato: «Tras el lado oculto» / Carlos Dopico


Por Carlos Dopico

    Fríos y helados vientos soplaban en el exterior. Mi cuerpo se estremecía con solo escuchar esas fuertes sacudidas. Notaba mis manos heladas y mi cabello escarchado. Un ligero aire frío salía de mi boca. Estaba respirando y empezaba a reaccionar, como si estuviera despertando de un largo sueño, a pesar de todo, tras ese posible descanso, mi cuerpo estaba machacado y lastimado.

     Todos mis sentidos estaban aturdidos pero, poco a poco, empezaba a ordenar todo en mi mente, tratando de encontrar una respuesta o de recordar qué hacía en ese estado, dónde estaba y qué había pasado.

   Me levanté del suelo con cierta pérdida del equilibrio y comprobé que a mí alrededor se encontraban diversos cuerpos aparentemente sin vida. Algunos estaban sentados sobre grandes asientos de piel y, como si estuvieran dormidos, no respondían a mis palabras. Cuando me acerqué más a ellos y los toqué, cayeron hacia los lados como piltrafas heladas, dejando claro que estaban sin vida.

   En total había cinco personas, dos de ellas mujeres. Todos estaban muertos. Después de pensar y estudiar en profundidad la estancia donde estaba, comprendí que me encontraba en el interior de una nave espacial llamada Nocturnus, sin ningún rastro de vida más que la mía, rodeado de paneles y monitores de control, de cables y restos de un potente impacto contra un terreno sólido y helado.

   Todo lo vi claro y empecé a recordar. La nave de exploración Nocturnus…sabía lo que significaba y entendí lo que estaba experimentando y la verdad es que no me agradó en absoluto.

   Con cierto esfuerzo conseguí averiguar en una de las computadoras dañadas que fuimos enviados, no pude descubrir cuándo, a cierta investigación en el cosmos lejano, algo que había sido detectado en las fronteras de nuestro sistema. La nave Nocturnus había sido nuestro transporte y según leí en la pantalla de datos e informes, esta nave era la llave que abriría el paso hacia el infinito y lo desconocido.

   En las inmediaciones de Plutón se descubrió y se afirmó, después de mucha investigación, la presencia de un agujero negro, una región invisible en el espacio de densidad infinita, capaz de absorber la misma luz. Las órbitas de ese planeta y de su satélite Caronte estaban siendo alteradas. Y ambos cuerpos se alejaban poco a poco del sistema solar, hacia los límites oscuros de nuestra galaxia, la Vía Láctea, más allá del brazo de Orión, supuestamente absorbidos por la fuerza del agujero negro. Dicho cuerpo se había formado por la muerte de una estrella de gran tamaño, de un enorme núcleo colapsado sobre sí mismo. Nuestra misión sería entrar dentro de su penumbra y comprobar científicamente hacia dónde nos transportaría o qué habría en su interior. Una misión, por qué no decirlo, suicida, sin embargo así lo habíamos decidido todos los que emprendimos este fatal viaje, quizás a la desesperada de encontrar algún paraíso en alguna desconocida y posible nueva dimensión. Habíamos sido seleccionados teniendo en cuenta nuestras características vidas sin familias y condenadas a los caprichos de nuestra profesión, en el campo de la exploración espacial. Pero de momento lo único descubierto, fueron las muertes de mis compañeros y el mal aspecto de la nave en su interior. Quizás aún me quedaba algo peor por esclarecer…la exploración del exterior de la nave.

   Me llamó la atención verificar en el ordenador que la atmósfera era similar a la de la Tierra, con una temperatura de humedad elevada. Salí abrigado con un traje especial de reconocimiento. Delante de mí observé un paisaje helado que resplandecía en la lejanía por montañas ocultas tras capas de nieve. La soledad y la incertidumbre penetró en mí y la angustiosa ansiedad empezó a florecer en mi alma, ¿dónde estaba?, ¿hacia dónde fui llevado por los túneles místicos del tiempo? Y mis compañeros… muertos y semicongelados dentro de esa nave, producto de una errónea misión, como estaba empezando a calificar esa maldita ilusión humana de extender conocimientos en nuevas fronteras, descuidando la nuestra.

   Cuando miré atrás, estudiando lo que tenía a mi alrededor, pude ver los restos irreparables de la Nocturnus, cubierta parcialmente de nieve y rocas, estancada en esta tierra, arrojada como una estrella perdida desde alguna parte del cielo.

   Anduve unos pasos, intentando descifrar algo o a lo mejor encontrar alguna señal de vida (quizás humana), que me pudiese explicar algo u orientar mis sentidos confusos y hacerme comprender la razón de tal destrozo al que estaba desgraciadamente vinculado.

   De repente me detuve. El silencio que tan solo compartía con el frío viento y ese colosal paisaje de nieve y, por qué no decirlo, de misteriosa y cautivadora magia, fue interrumpido por un ruido parecido al relinchar de fuertes caballos. A lo lejos, como agudos chillidos, podía oírlos y pensar deliberadamente que alguien venía en mí búsqueda, en un posible rescate. Sentí que mi pesadilla abandonaba todos los sentidos de mi cuerpo, antes inundados de horror. La incertidumbre se convirtió en un vago pensamiento de bienestar hacia aquellos que “seguramente” venían en mi ayuda, hacia este solitario lugar quebrantado y fisurado por el hielo y la nieve.

   Miré al cielo. Su grandeza y majestuosidad mística coronaba toda esa región desconocida para mí, aunque familiar en cierta manera. Un panorama impregnado por la blanca y fría textura de la nieve, que en manchas deformadas cubría el suelo que pisaba y en la que la Nocturnus se encontraba, inmóvil y derruida. Pensé en mis compañeros mientras ese cabalgar se oía cada vez más cerca, no pude evitar el recuerdo que iluminó las paredes de mi mente, recordando sus rostros con vida, llenos de vitalidad y de ansias por ser los elegidos en la exploración, los conquistadores de algún reino escondido, en algún más allá que descubriríamos juntos. Compartíamos esos mismos pensamientos e ideales de encontrar un imperio que emergería ante nosotros. El proyecto más ansiado de la humanidad de mis tiempos, la conquista de desconocidas regiones galácticas. Pero sólo la muerte y la desolación vi ante mis ojos, producto de un fracasado viaje. Mi corazón latía débilmente cansado y en mi cabeza el zumbido de una confusión melancólica de incertidumbre se seguía enredando con mi esperanza por aquellos que se acercaban.

   Y por fin los vi lo suficientemente cerca como para darme cuenta de algo extraño. ¡Eran humanos!, sí, o por lo menos poseían extremidades y rasgos idénticos a los míos, pero…sus vestimentas. No podía creer lo que veía. Ante mi tenía a…siete hombres, según pude contar, montados en robustos caballos. Los siete iban ataviados con cotas de malla y cuero, con cinturones de piel de animales, al igual que sus botas y capas que se ondeaban con el viento, formando danzantes movimientos que daba más recelo al ambiente que habían formado al verme y pararse ante mi debilitado cuerpo.

    Imponentes me contemplaron en silencio al son del viento, con sus ojos clavados en mí, con una mirada profunda y fría, como intentando desvelar con sólo mirarme la naturaleza de con quien se habían encontrado en su trayecto por aquellos desolados senderos helados.

   Aquellas caras, con sus ojos amenazantes y largas barbas, al igual que sus cabellos, que cubrían parte de sus anchas espaldas. Sobre sus cabezas, algunos llevaban una especie de casco antiguo, ocultándoles parcialmente el rostro y la nariz. También me fijé en que portaban antiguo armamento, ¡ya no utilizado desde hace siglos! Arcos de madera, escudos cubiertos de extraños grabados sobre placas de metal y con simbología de pasada escritura rúnica. Aunque lo más pavoroso eran unas enormes espadas que colgaban de sus cinturones, con trabajadas y toscas empuñaduras.

    Conocía el aspecto de estas fantasmales apariciones, como así me parecían. También me resultó familiar el idioma con el que empezaron a comunicarse entre ellos, un sonido primitivo y ancestral, emergiendo con brusquedad de sus bocas. De algo me habían servido mis estudios de arte e historia en mi juventud. Delante, presentes junto a mi avanzado aspecto futurista y de muchos siglos de diferencia histórica, el testimonio de una cultura del pasado, de un momento en el tiempo, ¡de un espacio y tiempo concreto de la historia del género humano! Sin duda alguna esos hombres eran guerreros de una estirpe pasada, ¡soldados vikingos!

   Y esta región de toscas nevadas llorando del cielo, de quizás el siglo ocho o nueve de algún antiguo lugar del norte del viejo continente europeo, en el mismo planeta Tierra, era el punto a donde fui impulsado en el tiempo, al atravesar la puerta de la oscuridad, la frontera espacial, con mis compañeros a bordo de la Nocturnus.

   Mi cuerpo y mente cayeron al suelo aturdidos por la impotencia que me abrazó cuando aquel guerrero del pasado gritó en un presente abstracto, dirigiéndose a mi, hacia un extranjero sin conocimientos de qué hacer o decir, implorando quizás por el despertar de un mal sueño que se estaba haciendo largo, cargado de terror y pánico, más aún cuando sentí el cortante filo del acero de una espada, amenazando incrustarse en mi garganta, incapaz de gesticular palabras comprensibles para ellos…

   De rodillas miré al cielo, hacia la eternidad que me separaba de mi lugar en el tiempo, y comprendí que mi destino final era morir en un pasado demasiado lejano para aceptar y creer, apartado de mi verdadera época y vida.

   Y entonces, la sangre enemiga se derramó sobre una tierra que seguirá eterna…

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