Poemas / Manuel Jarque Bucaro

Por Manuel Jarque Bucaro

1

En mi ciudad

fuego cruzado

y purpurina ensangrentada

bombillas alicatadas

y verde yerba embarrada.

 

En mi ciudad

nadando en la nada del

domingo;

en el umbral de la nada de un oasis de

domingo.

En el sabina Franciscano

y el Joaquín republicano.

 

Y así sigue mi gran ciudad

una inmortal muerta

que por la noche se convierte en estantigua,

en fantasma de dos cabezas,

la misma noche que será mañana antes de que caiga la tarde

y vendrá con su rumor de farola y parque.

EN EL

domingo

que viene con lo fatal de unos estantes vacíos

y los gritos del bar porque Darío Franco vuelve al Fondo Norte.

Y el lunes ya entrando por la puerta.

Miro de reojo su escote

en la nada del

domingo

aún culebrea la última noche contigo.

Y por fin algo en el

Domingo.

 

2

Si no lo digo ahora

cuando decirlo,

teniendo a Unamuno en las garras

y mis venas

queriendo ser más de lo que deberían.

El váter ahí dormido

con los pies bañados en orín

y alguien esperando fuera

enrabietado,

suena alguna canción de Jazz malo

el ventilador lo succiona todo

y yo apoyado sobre el interruptor

para que la luz no se mueva,

me aparto

se apaga y pulso

se apaga y pulso otra vez

para poder seguir

mirándome en el dispensador plateado de papel higiénico

que crea una imagen deformada de mi careto

y es una buena compañía ahora que todos se han ido y estoy solo aquí

intentando apoyarme en un interruptor mientras alguien espera fuera algo

cabreado con el pipi en la punta porque hace demasiado frío para salir a hacerlo

fuera.

Saco un billete para

esnifarme las estrellas

apoyado sobre el interruptor,

la luz quieta.

mi imagen deforme me pregunta quien eres tú.

 

3

Ardiéndote a fuego lento

con el son

sordo de mil campanas vociferantes

tañidas mansamente.

Ardiéndote

con fogonazos de sombras

en suelos

de brasas mojadas;

hablando inefabilidades

con San Juanito

con Fray Luis

¡Oh! místicos misterios gozosos.

Ardiéndote

por caudalosos ríos,

por glaciares inmensos

y morrenas gélidas.

Ardiéndote

y deleitándome en tu fuego

y tu baile rojo anaranjado

peligroso, febril, violento.

Ardiéndote en chimeneas apagadas

en camas verticales

Ardiéndome el tabique

Y tu lengua encaramada

A esta cima nevada

Haciendo que replique.

 

4

Esta ignorancia tan sabia como la más pueril de las lágrimas

El taxi arroyando vitrinas de cristales sin salida

Una armónica negra en el fondo del bar

Este hacer del

es

un estar

en quiebra

quiebra rosa

como el cierre de este gramo de dios de mi bolsillo

que zarandeo y agito desafiando al cielo

amedrentando a la noche

prostituta noche

versos acampanados

este esgrima de la rima que no existe

de la métrica a medio gas y sin Arturo Fernández

estas rayas en la carretera

rayas blancas discontinuas con vocación de ayudar al tráfico

como las de las tapas de los retretes

rayas blancas discontinuas con vocación de ayudar al tráfico

nariz arriba

y se ve todo más sano más limpio más blanco

y para colmo y fin esta tinta roja que no es sangre pero la admira

que siente y padece

que mira hacia atrás con gesto de ciclista que no gana

que se imagina ser

como la estructura metálica con la que nos deslumbran

los edificios

como los huesos desnudándose

ante lo cierto del frío.

 

5

Cuando matas una cucaracha

con tu propia orina

te sientes más o menos bien

hasta que te das cuenta

que sigue moviendo levemente

una pata

y te acercas

y fijas tu mirada

en su negro rostro,

como de puta herida,

y vuelves a ver

su pata derecha trasera

moviéndose apenas

y sientes algo parecido

a lo que dicen que se llama compadecer

y la miras

y te sientes suyo

y sientes el impulso

de besar ese hocico negro diminuto

y llevarla a casa y cuidar de ella

¿me la llevo?

No.

Me quedaré aquí

quieto

mientras se ahoga

en mi amarillenta sustancia

y

yo

mirando su pata moviéndose

al ritmo del silencio que crean mis venas.

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