Falta de crédito


Por Javier López Clemente

    El director de teatro Mario Ronsano me explicó hace unas semanas que la diferencia entre la comedia de salón madrileña y los textos de Jordi Galcerán está en las andanadas sociales que el autor barcelonés lanza en sus obras.

    En este caso el salón se sustituye por el amplio despacho del director de una oficina bancaria, uno de los mejores lugares para recordar cómo los bancos, después de la crisis financiera de 2008, aumentaron el número y la altura de las barreras que nos separaban para obtener un crédito. Ahora queda tan lejos aquellos paraísos hinchables de cuando los gestores de nuestros ahorros y otros chascarrillos se dedicaban a empaquetar los riesgos hipotecarios de una financiación del 100% del valor de la vivienda, los muebles, el todoterreno como segundo vehículo familiar y unas vacaciones en las costas de Cancún. La explicación bruja piruja sobre el funcionamiento del mercado crediticio que nos proporciona la función está en las antípodas del humanismo capitalista-navideño de George Bailey en ‘Que bello es vivir’

   El espacio en el que se desarrolla la acción tiene una importancia relativa porque recién comenzada la obra, el autor pega un golpe de autoridad sobre el libreto, desvela el verdadero conflicto, y en ese momento todo se resitúa por la magia del arte dramático, para que respiremos los aromas de una comedia de enredo en la que el sofá se ha sustituido por un mobiliario frío y convencional. Los personajes no necesitan mucho más porque el texto está lleno de giros que buscan la sonrisa, y llamadas telefónicas para ampliar el espacio y abrir la puerta a otros personajes ausentes que también aportan su puntito de humor. Todo un mecano para que la situación se vaya embrollando para encontrar (o no) la resolución del conflicto.

    La dimensión dramática de esta comedia viene determinada por el diálogo y la dirección de actores es fundamental porque, no se trata tanto de forzar la situación cómica mediante un ritmo trepidante. El ingrediente secreto está en la escala con la que se dibujan los personajes. Pablo Carbonell juega la baza de esa pachorra que tiene para ganarse al público en cuanto aparece en escena con ese nosequé inexplicable, que convierte en comedia andares, miradas y cualquier sílaba que salga por su boca. El mérito de su trabajo está en acertar con el arco de transformación de su personaje, y hacerlo sin estridencias, comedido en las variaciones de ánimo y la actitud. Armando del Río hace todo lo contrario. Lejos de la contención como contrapunto a las situaciones inverosímiles en las que se mueve, no deja respirar a su personaje y a la primera ocasión se sube a una montaña rusa de gesticulación y griterío hasta bordear peligrosamente una caricatura innecesaria. Y además lo hace muy pronto y tan de repente, que resulta muy difícil mantener durante tanto tiempo la verosimilitud y la credibilidad en ese punto tan álgido y vibrante. Un buen ejemplo es cuando llega la llamada de teléfono que cierra la primera parte de la función. En ese momento la sensación es que el actor se detiene en exceso para contar algo que el público ya ha vivido con mucha intensidad y así, cuando debería llegar el clímax para enmarcar el prólogo que impulsará el resto de la peripecia, el efecto no tiene la intensidad que el autor pretende.

    El nivel de energía de los personajes cambia de signo mientras avanza la función. Los elementos de la comedia se equilibran cuando del Río se apaga una miaja y Carbonell sube un puntito la intensidad de su interpretación, entonces llegan los mejores momentos y el combate entre los personajes gana el fluidez para alegría de la comedia hasta que, ¡ayayay! entra en juego la clase de seducción, y la dirección de Raquel Pérez, que tan solo ordena el tráfico, deja pasar sin pena ni gloria un momento que se adivina fastuoso para que la gestualidad gane por una vez al texto.

    Con independencia del alocado conflicto formal que empuja la función. No estoy seguro si los tiros que lanza Galcerán contra el sistema neoliberal de economía financiera llegan con nitidez. Al fin y al cabo, la realidad social tan solo es el telón de fondo de la comedia. Un conflicto que no se pretende solucionar porque el autor es fiel a su objetivo. El final de la comedia se alimenta de la ironía para dar un giro inesperado exento de comisiones y con solo un tipo de interés: Conseguir una gran ovación.

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‘El Crédito’
Producción: Descalzos Producciones. Autor: Jordi Galcerán. Dirección: Raquel Pérez, Reparto: Pablo Carbonell y Armando del Río. Escenografía: Anselmo Gervolés.
29 de abril de 2023. Teatro del Mercado.

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