Bufonísimo


Por Javier Clemente

      El Gobierno de España convocó el año pasado una oposición para ocupar una única plaza de Bufón Real. Se trataba de recuperar para la corte de los Borbones a los hombres de placer que durante los siglos XVI y XVII trabajaron para reyes y cortesanos en los palacios de los Austrias.

    Estebanillo de Arguís estaba especialmente emocionado porque con sus credenciales de hijo, nieto, biznieto y tataranieto de bufones tenía que pensar la mejor manera de hacerse con esa plaza. Imaginó una escenografía que fuera tan hermosa como la portada de la catedral de Huesca. Un armatoste plegable de tres altares para transportarlo con facilidad por todas las plazas del reino. A la derecha el armario de los trajes para darle colorido a la actuación. En el centro un arco de media punta con su telón para que cada uno de los personajes tengan la presencia que merecen. A la izquierda la silla para un músico de ritmo calladito que tañe la guitarra, y sopla la flauta travesera y el trombón de varas para conseguir una banda sonora que enriquece y da fuste al espectáculo. Por aquí y por allá aparecerían las pinturas que Velázquez dedicó a sus antepasados cuyo único cometido era provocar la risa.

    Estebanillo cumple con todos los requisitos que requiere la corte. El primero es poseer algún rasgo que te haga absolutamente distinto, algo nunca visto y fuera de lo común y…, aunque Estebanillo nada tiene de gigante o enano, no es ni un loco ni un cretino, sin embargo posee el don de la transformación y en un chasquido de dedos se convierte en un sinfín de personajes, y cuando ese mundo se queda corto acude al terreno de los titiriteros y ventrílocuos. El segundo requisito consiste en que el espectáculo tiene que estar exento de actos violentos y ataques de furia, y eso Estebanillo lo cumple de rechupete, si acaso algún chisporroteo con el músico ensimismado que a veces va a la suya en lugar de seguir lo ensayado. El requisito último y principal consiste en ser gracioso en el gesto y la palabra burlesca. Estebanillo en ese terreno va sobrado, maneja a la perfección los ademanes que pueden ser solemnes o zafios, según acompañen la chispa dialéctica del chiste corto y chocarrero o la verborrea a largo plazo para el sucedido de final ingenioso. Tiene el don natural para que rostro, talle y mirada anuncien el pellizco de la comedia, se nota que ha estudiado las letras y sus autores para que todo lo que se dice tenga el sentido de lo que se quería decir. Huye de la ceremonia grasienta y se muestra flexible y etéreo, se ríe cuando la platea se ríe, pero también es capaz de mantener el hieratismo cuando la risa necesita ese puntito de reflexión. Se aleja del ridículo gesticulante para incorporar el universo de los payasos de nariz roja y zapatones gigantes; mientras la cháchara, lejos del truhan embaucador, siempre guarda un sentido más profundo que la carcajada.

    ‘Palabra de bufón’ es un viaje delicioso que conecta clásicos como Quevedo y  Góngora con los pasos de un Groucho Marx sin bigote y los chascarrillos de bar. La función demuestra que Estebanillo está perfectamente preparado para ejercer de hombre de placer en los corredores y salones de la corte o en el escenario del teatro, porque la esencia del bufón se parece mucho a esos actores del Siglo de Oro capaces de representar papeles, danzar y cantar. Actores de los corrales públicos siempre amenazados por la clausura si se pasaban con cuestiones morales, quizás por eso Estebanillo ha escrito unas piezas que, al estilo de los viejos juglares, nos hablan sobre la construcción de un chiste, los límites del humor y la identidad de la patria. Su monólogo en torno al humor parece una conferencia de Dario Adanti para afirmar que la recepción de un chiste es un proceso cerebral que tiene que ver con la inteligencia. Sin una inteligencia desarrollada, el humor no funciona. Se trata de dar malas noticias envueltas en la catarsis que produce la risa. Las actuales derivas identitarias se abordan desde un viaje delirante para poner en solfa los trajes que durante décadas han revestido una identidad que, a poco que la rasques, se queda corta en esas hechuras carpetovetónicas, y en esa contradicción es donde se fabrica un desacomplejado humor de quilates. Muestras muy claras para recordarnos que la libertad del bufón es la medida de nuestra libertad, y por eso hay que estar atentos a la antiquísima tradición de quienes alimentan la imagen del cómico embozado en la capa de los engaños, mientras maldicen su chanza como la señal de la ofensa y el pecado.

    El duque de Medina Sidonia afirmaba en 1543 que los bufones forman parte de un arte teñido por la dignidad de un oficio que simulaba la locura para mostrar el ingenio mediante unas reglas y cánones. Sin embargo ‘Palabra de bufón’ es mucho más, es un recorrido por las múltiples formas de fabricar humor, la herramienta  perfecta para un objetivo mayor que viene definido por las palabras de Alfonso Palomares: “Ser un bufón no es una profesión, es una forma de entender y vivir la vida. Para mí lo más hermoso de este espectáculo es que nuestro protagonista reflexiona justamente sobre eso, sobre lo que significa ser bufón, sobre el mundo del humor y la risa. Palabra de bufón es un homenaje a los cómicos.

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‘Palabra de Bufón’

Producción: Lagarto, lagarto. Dramaturgia y dirección de Javier Trillo y Alfonso Palomares, con música original de David Angulo, y arreglos de Quique Lera. Reparto: Alfonso Palomares y Javier García (músico). Escenografía: CIRCOKU / Tere Pérez Bambó. Vestuario: Alicia Preciado Iluminación: Bucho Cariñena. Vídeo escenario: David Gálvez. Vídeo: La colmena creativa de Agustín Pardo (actriz protagonista: Minerva Arbués). Coreografía: Manuel López. Diseño gráfico: Isidro Ferrer. Fotografía: CIRCOKU. Técnico de escena: Manuel Escosa. Promoción: Estela Rasal. Producción: Maite Berges.

13 de mayo de 2023. Teatro del Mercado

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