Por Frenando Gracia Guía
Fui con ciertas expectativas al teatro para ver “Nerón”. Había oído que fue bien acogida en el Festival de Mérida, sabía que no estaba Raúl Arévalo al frente del reparto y que nuestra Itziar Miranda tampoco era de la partida, aunque eso no me importaba demasiado ya que daba por hecho que los sustitutos estarían a la altura.
Finalmente las expectativas no se cumplieron, salvo en parte. La primera mitad del espectáculo me dejó un tanto frío. Una acumulación de lugares comunes, claramente extraída de la famosa película que Melvin Le Roy dirigió en los cincuenta, a su vez basada en la galardonada novela de Sienkiewick, que no he leído.
La idea del autor, Eduardo Galán, es contar lo mismo en breves secuencias de montaje muy cinematográfico, a mi modo de ver sin profundizar apenas. Recurre a saltarse la cuarta pared haciendo que algunos personajes se dirijan a nosotros, a veces como si fuéramos el público que ha acudido al senado, lo que me parece acertado.
El problema es que todo me sonó a superficial, no sacando el partido posible a un personaje como Petronio, fundamental en la historia según creo recordar. Por no hablar de las intervenciones de San Pablo, un cúmulo de lugares comunes que más bien parece la lección de un catequista a sus alumnos, o sea nosotros.
La cosa mejoró en la segunda parte, sobre todo porque las disquisiciones del complejo personaje de Nerón alcanzaron una mayor profundidad y por algunos aciertos escénicos de montaje, donde se nota la buena mano de nuestro paisano Alberto Castrillo Ferrer, que firma la dirección.
La puesta en escena seguramente lucía mucho más en las piedras milenarias emeritenses, aunque aquí no funcionaron mal. La idea de las apariciones de personajes ya fallecidos, aunque manida, está bien resuelta.
En cuanto a la interpretación, dejémosla en aceptable. Daniel Muriel, famoso al parecer por la tele, compone un personaje interesante, como Chiqui Fernández y el veterano Paco Vidal –el cura de Crónicas de un pueblo, qué mayores somos-. El resto, discretos.
Así las cosas el resultado me pareció simplemente regular. Dando por hecho que hacer algo así como “Calígula”, o sea algo que fuera más que un simple relato más o menos histórico y trascendiera hacia lo intemporal, era prácticamente imposible, lo visto podía haber sido un poco más profundo y menos irregular.
Luego ya, si el hombre quemó o no Roma ni se sabe ni se sabrá.