Lo que sea por Catalonia         


Por Fernando Gracia

       Siempre se espera con interés una nueva propuesta de los chicos de Joglars. Aunque ya no figure en la dirección Boadella su impronta se sigue notando. Y en lo que vimos este mes en el Teatro Principal aún más. De hecho se le menciona en los créditos, como si hiciera falta.

       El espíritu del grupo teatral permanece incólume en esta nueva propuesta, “Señor Ruiseñor”. Su inconfundible lenguaje entre la pantomima y la comedia más disparatada, siempre con intenciones satíricas, está presente en este montaje alrededor de la figura de Santiago Rusiñol, aunque no es un biopic, ni mucho menos.

       La línea argumental es sencilla y eficaz: un museo dedicado a la memoria del pintor, en el que ejerce un antiguo jardinero como actor en visitas teatralizadas, va a ser transformado por la nueva República catalana en un centro de investigación de la identidad catalana.

        La contraposición entre las paridas vertidas por los responsables políticos que se acercan al lugar exponiendo sus ideas con lo que dice el jardinero alrededor de la figura de aquel catalán que se sentía español y que fue un adalid de liberalismo y de bon vivant, así como firme defensor de la belleza por encima de todo, da origen a una sucesión de chistes y situaciones jocosas que oscilan entre la sutileza y la brocha gorda sin el menor problema.

       La habitual habilidad del elenco para representar diferentes personajes con entradas y salidas que se efectúan desde abajo, ya que el escenario es un círculo inclinado hacia adelante, convierte la función en un brillante espectáculo, con una excelente utilización de la banda sonora –concebida por nuestro paisano David Angulo-, donde no faltan las sonrisas y con frecuencia las risas.

       No me extraña que la perspectiva de actuaciones por Cataluña sea escasa. Tal como están los ánimos pocos contratos les van a salir por allí. Todo lo contrario que en otros lugares, donde me atrevo a pronosticar que van a ir de lleno en lleno.

      Personalmente debo decir que disfruté mucho, puesto que vi un espectáculo mordaz, con frecuencia inteligente, a veces vulgar a propósito, muy brillante desde el punto de vista meramente teatral, y a la altura de los mejores montajes de antaño.

      Y con Ramón Fontseré al frente del reparto, como por fortuna viene ocurriendo desde hace años. También firma la dirección, aunque en esa faceta le ha ayudado nuestro paisano Alberto Castrillo Ferrer, al que no dudé en felicitar al final de la función.                                              

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