Desde mi carpa: Animales en el circo (III)


Por Germán Oppelli

  Cocodrilos y serpientes. Unimos estos dos tipos de vertebrados (reptiles y anfibios) porque ambos son  presentados conjuntamente por los diversos domadores que los han llevado a las pistas del circo.

   En tierra o en pista, se desplazan con parsimonia de modo sibilino (cocodrilos, caimanes o lagartos gigantes). Y algunos han introducido su cabeza en la boca de estos animales. Venenosas en sus zonas de origen, pero sin veneno –naturalmente-, las hay serpientes pitón, cobra, mamba verde o negra. Las mujeres han cultivado este género de doma más que los hombres: ‘besan’ a los animales, introducen su cabeza en la boca, los ‘pasean’ por su cuerpo… Son, ambos dos, animales difíciles de dirigir, aunque, curiosamente, es un número que nunca ha llegado a entusiasmar al público. ¿Será un factor determinante, acaso, la sangre caliente del espectador?

  Elefantes. Ya están los elefantes en pista. Espectacularidad. Sensación de fuerza. Y de poder. Y de torpes movimientos (pero estudiados). Todos los circos del mundo con prestigio y potencial económico amplio poseen elefantes en su programación. Realizan en pista numerosos ejercicios y entre los más habituales se encuentran levantar patas apoyados en cilindros o elevar en sus trompas a artistas femeninas. Tienen estos animales muy buena memoria, tanto para los ejercicios como para la venganza. Como dato curioso, diremos que el lenguaje con el que los domadores se dirigen a los elefantes es siempre en alemán, al tener, como es sabido, una pronunciación fonética plena de fuerza y potencia.

  Caballos. Al hablar de caballos en pista, debemos distinguir tres tipos de ejecución artística: ‘alta escuela’, ‘volteo’ y ‘caballos en libertad’. Los ejercicios de alta escuela requieren un gran ensayo, y la compenetración entre el domador y el caballo ha de ser absoluta. Los volteadores, por su parte, pasan de un caballo a otro en plena marcha, a trote: pisan el suelo y se autoimpulsan para volver a montar. Es, no hace falta decirlo, un número muy arriesgado. Por último, citaremos a los caballos en libertad, gráciles en movimientos, y el domador precisa de un fino látigo o larga vara, que marca uno a uno con matemática precisión.

  Finalizo, como hombre de carpa que soy, con unas consideraciones. Pronto hará dos años que una absurda disposición prohibió la actuación de animales en los circos, y bastantes de ellos han tenido que cerrar. Cualquier circo importante, recuerden, llevaba cuatro o cinco números de animales. Los movimientos animalistas se han salido con la suya, pero… ¿han logrado su objetivo? O haciendo la pregunta de otro modo: ¿Han conseguido una selva-cinco estrellas en el África Ecuatorial? Pues parece, a mi modo de ver, que no. Rotundamente. Algunos de ellos han sido instalados en tristes y monótonos zoos o, en otros casos, han sido cedidos o vendidos a circos centroeuropeos, donde comen peor y trabajan más funciones, con el añadido, vaya por dios, de los inviernos, más largos y crudos. O sea, que, como decimos por estos lares, “para este viaje no hacían falta alforjas”.

  Cordiales y circenses saludos. Sin animales, claro.

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