Locura a bordo


Por Fernando Gracia

       Con expectación se levantó el telón del Principal para ver a uno de los grandes –en todos los aspectos- ponerse en la piel de un personaje que hace tiempo ocupa un lugar destacado en la historia de la literatura.

       José María Pou es el capitán Ahab, el iluminado perseguidor de Moby Dick, la ballena que le dejó cojo, como casi todo el mundo sabe. Y ese “casi todo el mundo” es el que ha visto la película que Huston dirigió hace seis décadas, no el que haya leído el libro original de Herman Melville, que haberlos los hay, claro, pero son muchos menos.

       Y por aquí empiezan los problemas. Quien más quien menos nos quedamos con el rostro del Gregory Peck, utilizado no sin abundantes críticas por el bueno de John Huston, y lo que es peor, nos quedamos con lo que se cuenta en la película, y sobre todo con cómo se cuenta. Una forma, a decir de quienes sí conocen el texto de Melville –que confieso no es mi caso- que se queda solo con la peripecia y no con la carga filosófica y metafórica que el libro encierra.

       Juan Cabestany, autor teatral de éxito, del que pudimos disfrutar hace unos años de su “Urtain”, y ahora triunfando en la tele con su miniserie “Vergüenza”, que de paso aprovecho para recomendar, adapta el ingente texto de Melville a una suerte de monólogo del capitán Ahab en un proyecto que a priori parece tan insensato como el del propio personaje a la caza del animal o mejor habría decir a la búsqueda de su venganza aun a riesgo de poner en peligro a su tripulación.

      Con la dirección de Andrés Lima –habitual con el grupo Animalario- asistimos a un soberbio espectáculo visual, un entramado teatral de primer orden donde el juego de las luces y los sonidos son parte fundamental del montaje, servido por la briosa interpretación del veterano Pou, que despacha una actuación cercana a los clásicos griegos, excesiva, poderosa, compleja y muy exigente físicamente en todo momento.

      Me atrevería a definir lo que vemos en los ochenta minutos de duración de “poema visual”. A veces complicado de seguir pero siempre muy potente. Hay que recordar que la línea argumental es muy leve y que el resto de los personajes se reducen a otros dos actores que interpretan varios roles, entre ellos lógicamente Ismael, quien como no podía ser de otra manera termina la función con la tan conocida frase del original: ”Llamadme Ismael”. 

      Mi impresión como espectador ha sido contradictoria. Por momentos me ha parecido de una enorme fuerza expresiva y en otros me ha superado. Creo que a la postre ha primado más el espectáculo. Quizá porque en el fondo eran conscientes de abordar una empresa casi imposible.

       El público agradeció al final el evidente esfuerzo interpretativo y los saludos fueron reiterados. Seguramente eran/éramos conscientes de estar viendo una de las últimas grandes interpretaciones –en este caso modelo “bigger than life, como dicen los anglos- de un grande de nuestra escena.                                   

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