Italia: Italohebreos


Por José Joaquín Beeme

      Los sucesivos aplastamientos de Gaza soliviantan los ánimos del mundo, y no sólo del islámico, por otra parte mudo salvo algún que otro exabrupto…

…de Erdogan, quien refrotaba por la cara de Peres el mandamiento bíblico contra la matanza de inocentes. Increíblemente, los carniceros de David son los nietos de los corderos de la Shoah, mientras que los palestinos cazados en su ratonera —»judíos de los judíos», les ha llamado el libanés Elias Khoury— son los nuevos chivos expiatorios de la historia. Ya algún rastreador del Mosad habrá compulsado estas palabras, toda vez que cualquier crítica a la política sionista viene automáticamente tildada de antisemita, pero contra el gobierno israelí se puede estar, justamente y en uso de la libertad de expresión, sin ser contrario a la religión rabínica, una de las múltiples raíces de nuestra cultura.

     Los llamados al boicot de tiendas y restaurantes del gueto de Roma, sin embargo, resucitan viejos espectros de las leyes raciales de Mussolini, promulgadas en 1938, que —excepción hecha de los «hebreos arianizados», léase gratos al régimen— consideró a una porción de ciudadanos italianos como extranjeros y, a partir del Manifiesto de Verona que instituía la República Social, de «nacionalidad enemiga», lo que dio paso a las redadas de Venecia, Turín y Roma que conducirían a unas 8.000 personas a campos de concentración y exterminio, también en territorio italiano (Trieste, Fossoli, Novara).

   En un país que cada 27 de enero celebra, evocando el Holocausto y la liberación de Auschwitz, el Día de la Memoria, pero que ve cómo el Vaticano condena, a través de la comisión pontificia Ecclesia Dei, el negacionismo encarnado en el recalcitrante obispo Williamson (los lefebvrianos, constituidos en la fraternidad San Pío X, son fuertes en Rímini), mientras las ondas de Radio Vaticano han transmitido excusas del Papa a los «hermanos judíos»; en un país donde continúan los brotes de racismo contra poblaciones nómadas en torno a las grandes ciudades y en cuyo gobierno de coalición hay un componente neofascista, que hasta no hace tanto aireaba las doctrinas de Julius Evola sobre la «raza del espíritu», seudocientíficamente basadas en la biología, la cuestión judía está lejos de ser saldada.

    No obstante la persecución fascista —nosotros en Sefarad sí oficiamos una metódica expulsión—, las comunidades judías italianas gozan hoy de buena salud y el tejido cultural del país sigue contando con una vigorosa savia israelita; baste pensar en escritores como Moravia, Carlo y Primo Levi, Morante, Ginzburg, Bassani, o ahora mismo Moni Ovadia, Antonio Debenedetti, Lia Levi, Alain Elkann o Elena Loewenthal. El italiano medio, pese a la imagen frívola o amnésica que puedan ofrecer sus primeros ministros, está vigilante contra toda forma de revisionismo: otra cosa es dar carta blanca a quienes gobiernan la nueva Jerusalén.

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