Por Agustín Gavín
En el Mediterráneo Sur y en el llamado Levante u Oriente Medio se han enquistado la confrontación y el belicismo como constantes históricas. Sus consecuencias directas se han extendido por el norte de África.
Agustín Gavin
Corresponsal Internacional del Pollo Urbano y Presidente de www.arapaz.org
En el pasado diciembre se cumplieron diez años del comienzo de lo que casi toda la prensa internacional llamó la Primavera Árabe. En Túnez, un vendedor de fruta, el día 17 de ese mes fue despojado de sus productos de venta por la policía y en señal de protesta se prendió fuego. Los blogueros se pusieron en marcha y muchos tunecinos se echaron a la calle contra el presidente Ben Ali. También tuvo mucho que ver la grave crisis económica, que la corrupción se estaba institucionalizando y que las ayudas europeas se estaban difuminando en gastos suntuarios, casi al mismo tiempo que fallecía en el hospital Mohamed Buazizi, que así se llamaba el frutero, Ben Alí dimitió y huyó del país. Túnez ha sido el único sitio afectado por la revolución árabe que ha mantenido procesos democráticos a pesar de su inestabilidad. La revolución de los jazmines, que así se llamó, fue la chispa que prendió la pradera que decía Mao, pero en los demás lugares la democracia brilla por su ausencia.
Poco después, en Egipto las manifestaciones obligaron al presidente Mubarak a dimitir tres meses después. Llevaba treinta años en el poder y fue sustituido por Mohamed Morsi de los Hermanos Musulmanes elegido en las primeras elecciones que se celebraban en la historia de Egipto. Un golpe de estado, bendecido por la comunidad internacional, llevó al poder al actual presidente Al-Sisi. La mancha de aceite prebélico empapó también a Libia, donde la OTAN, dirigida por Francia, apoyó a los militares rebeldes y su presidente Gadafi fue asesinado cuando ya había sido derrotado en octubre del 2011. Un problema menos para el presidente francés de entonces, Sarkozy, sobre el que aún colean las posibles financiaciones de sus campañas electorales por parte del gobierno libio y su antiguo amigo Gadafi.
Ese mismo año llegaron las manifestaciones en Siria contra el presidente Bashar al- Asad que desembocaron en una guerra civil que parece ser está llegando al final con la victoria gubernamental después de casi once años, ciudades destruidas, miles de muertos y millones de refugiados. En Yemen y después de 21 años en el poder, su presidente Alí Saleh fue derrocado y este país, patio trasero de Arabia Saudí, el más pobre de la zona, continúa desmembrándose en una guerra civil cuyo gobierno es apoyado militarmente por Arabia Saudí en su enfrentamiento con la minoritaria tribu huzie con observancias religiosas próximas al chiismo. Su tragedia es que por su subsuelo tiene que pasar un oleoducto saudí para abastecer a otros países sin necesidad de utilizar el estrecho de Ormuz vigilado por Irán. Excusa perfecta para que la comunidad internacional mire hacia otro lado y la guerra del Yemen quede difuminada en los grandes medios de comunicación.
Hubo protestas en otros lugares que o bien no trascendieron o fueron desactivadas con cambios de gobierno y dimisiones.
Lo que la Prensa Internacional bautizó como Primavera Árabe, como se ha visto, se convirtió en una Guerra Árabe aderezada con la aparición del DAHES. Después de más de diez años y valorando y analizando el tablero de intereses políticos, económicos y estratégicos del G7, choca la aparición armada del ultra fundamentalismo religioso, el yihadismo que da la impresión de haber sido auspiciada o manipulada en un laboratorio de diplomacia interesadamente agresiva cual monstruo de Frankenstein. Los observadores de esa zona del mundo han comentado siempre los cambios bipolares de un bando a otro bando según el desarrollo de los conflictos regionales en el tiempo, lo que hace pensar que a sus manipuladores se le fue de las manos como pasó con el monstruo de ficción.
Por la posición actual de las fichas en el tablero da la sensación de que se había previsto todo desde el comienzo de la partida o al menos que los acontecimientos que se han producido durante esta década han sido moldeados o modulados por actores diferentes a los propios implicados, a través de la venta de armas, compra de sus productos sobre todo el petróleo, utilización de los refugiados y las mafias como moneda de cambio en otras negociaciones en otros lugares, etc….
Libia se ha convertido en un casi estado fallido de los que habla Noam Chomsky, la estrategia diplomática de Turquía y Rusia a pesar de ser aliados en otros lugares ha chirriado en varias ocasiones hasta casi el desencuentro por sus intereses en ese país, que tuvo su punto más álgido en la reciente guerra de Nagorno-Karabaj donde Rusia abandonó a su suerte a su histórica aliada Armenia en su enfrentamiento armado del año pasado con Azerbaiyán. EE UU y la UE miraron de reojo todo el proceso porque no hay que olvidar que Turquía es miembro de la OTAN y sigue aspirando a entrar en la Comunidad Europea y que su presidente Erdogan chantajea permanente con el problema de los refugiados, sobre todo a Alemania, a pesar de recibir ingentes cantidades de fondos europeos para atenderlos en su país. En Turquía hay casi cuatro millones de refugiados sirios y tiene seis mil millones de euros comprometidos con Bruselas de los cuales ha recibido la mitad.
Libia, un lugar donde las mafias que han llevado jugando con sus vidas a miles de refugiados a Europa a través del Mar Egeo se están reduciendo y se ven obligadas a buscar una vía alternativa por el Sahara hacia las costas atlánticas a zonas de Mauritania y del Sahara Occidental trasladando el problema de la inmigración a Europa a través de las Islas Canarias.
También durante estos años se ha recrudecido la desestabilización en lugares como Líbano, Irak y últimamente ha empeorado el contencioso histórico entre Marruecos y la República Árabe Saharaui Democrática sobre el referéndum de independencia de ésta última. En todo ello ha tenido mucho que ver la administración Trump con su ya Exsecretario de Estado Mike Pompeo, como oficiante de una ceremonia de dislates diplomáticos, poniendo al rojo vivo las relaciones de los dos gallos más agresivos del corral, Israel e Irán. Los acuerdos forzados entre Arabia Saudí y Emiratos con Israel y su prolongación hasta Marruecos han añadido preocupación en la zona sobre todo por la situación en que queda Palestina y los saharauis todavía con el referéndum bloqueado desde los años ochenta.
Hace dos años EEUU también tuvo mucho que ver con la grave crisis económica en el Líbano con el cierre de los bancos y la devaluación de la moneda local, la libra libanesa, hasta el cincuenta por ciento respecto al dólar, ahondando la crisis institucional a pesar de la intervención de Macron, con tres presidentes en poco más de un año. La gente continúa culpando a las élites libanesas del desastre económico y eso con un millón y medio de refugiados sirios en un país de cuatro millones de habitantes.
La ligera esperanza es que la nueva administración Biden no empeore las cosas.