Por Manuel Ventura
En Brasil, como en España, los periódicos, las radios, las televisiones, las redes asociales, nos abruman con análisis, comentarios y opiniones acerca de la obsolescencia de los partidos políticos, de sus dirigentes y del propio sistema democrático.
Manuel Ventura
Corresponsal del Pollo Urbano en Brasil
Desde la derecha y desde la izquierda, cada uno con sus motivos, proclaman la desafección de la gente, su desengaño, su desencanto.
Sobre todo, la desafección de los partidos políticos. Hasta tal punto, que los nuevos partidos que se fundan se cuidan como de mearse en la cama de llamarse partidos (son convergencias, movimientos,…) y eligen nombres que me recuerdan los tiempos en que los grupos de rock se llamaban cosas como Tarzán y su puta madre buscan piso en Alcobendas, conscientes de que serían recordados por su nombre más que por su música. Así, se llaman Sumar, Podemos (si, en Brasil también existe Podemos, sin nada en común con los de aquí excepto el nombre), Vox, Se Acabó La Fiesta, etc. Sugiero uno nuevo: el ATPATM (Aquí Te Pillo, Aquí Te Mato)
Todo ello ha formado un caldo de cultivo en el que cosas como la inmolación con explosivos de un bolsonarista en la plaza de los tres poderes en Basilia, la detención de un ex-alto cargo de Bolsonaro y otros militares por planear el asesinato del presidente electo Lula, la imputación del propio Bolsonaro y otros por planificar un golpe de estado que impidiera su toma de posesión, sigue el ejemplo de los energúmenos que invadieron el Capitolio para intentar evitar la toma de posesión de Biden.
Y todo ello sucede revestido de los atributos habituales de la normalidad: un minuto en el telediario entre la comida interminable del President y la crisis de juego del Real Madrid. Peor aún, cuando uno de los líderes de esos desmanes se presenta a las elecciones, en USA, gana. Tal vez aupado por los votos de los que, sin poder negar esos hechos otrora calificados de lamentables, los justifican, se enorgullecen de ellos.
Dejando aparte la obviedad de que para estar desencantado hay que haber estado, previamente, encantado, dejadme que infrinja la ortodoxa corrección política y que rompa una lanza a favor de la política y (anatema) de los partidos políticos.
Decía Maurice Duverger que la política es la única alternativa a la violencia en la resolución de los conflictos sociales. Tal afirmación, que suscribo, se basa en dos hechos difícilmente discutibles.
Hecho uno: en toda sociedad existen conflictos. De muy distinto tamaño e importancia. No es lo mismo un conflicto sobre los límites territoriales de dos estados, que la diferencia de opinión sobre si vale la pena pagar los impuestos, que el debate acerca de si las perras municipales se deben gastar en asfaltar en la periferia o en ajardinar el centro.
Hecho dos: Como nunca hay una solución que satisfaga a todos los interesados, eso del interés general es un cuento para dormir a los niños, la resolución de esos conflictos tiene solo dos caminos: la violencia (el que más chifle capador) o la negociación, el acuerdo. O sea, la política.
Y los partidarios de cada una de las opciones, es lógico que se organicen, que definan sus estrategias para conseguir lo que quieren, que definan sus programas (máximos o de mínimos) que elijan a quienes les van a representar, a sus líderes. O sea, que constituyan partidos.
Ya os veo a muchos torcer el morro y mascullar. Todos los partidos son iguales!!! Para los partidos que tenemos más vale ninguno!!! …Pero dejadme que os diga una cosa. La campaña potente que desprestigia a la política y a los partidos ha conseguido que no sea socialmente presentable participar en los partidos (o los sindicatos, o las asociaciones de vecinos) Si vas un dia con tu peña a tomar un vino y dices que te has afiliado a un partido, te van a mirar raro (¿este que querrá?). Nadie va a pensar que quieres participar en los debates, aportar tus ideas o respaldar a los, en tu opinión, mejores dirigentes. Van a preguntarse si te han prometido un empleo, o si tienes alguna parcela que recalificar.
Y es por ello por lo que la participación en los partidos es más frecuente por parte de aquellos que sí, que quieren un empleo o tienen alguna parcela que recalificar. Y ese es el origen de la corrupción.
Pero no hay que tirar la toalla. Recualificar los partidos, garantizar que funcionen con transparencia, con democracia interna es tarea para ciudadanos responsables. Por algo los idiotas son los que se preocupan solo por lo suyo y no se interesan por la cosa pública, la res pública. Esto no es una opinión, es el significado exacto de la palabra latina idiotes, de la que proceden nuestros idiotas.
Si en España esa desesperanza sobre la utilidad de los partidos es enorme, imaginaos en Brasil. Donde, curiosamente, un ciudadano no puede ser candidato a un cargo público si no está afiliado a un partido. Pero, también, donde no existe la disciplina partidaria y donde no tiene coste político cambiar de un partido a otro. Creo que son ya 10 partidos distintos por los que ha transitado Bolsonaro en su carrera. Y, aunque hay representación en el Congreso de alrededor de 30 partidos, pocos merecen ese nombre (el PT y el PSOL en la izquierda y el PSDB, hasta hace poco, en la derecha) y abundan aquellos que dan alojamiento a quienes lo que quieren es ir a vender su voto al que manda al mejor precio posible
Se me ocurre que es curioso que ese desapego no funcione igual respecto a la otra gran pasión nacional, el futbol. Porque, que yo sepa, pocos colchoneros abandonaron a su club cuando el ínclito Jesús Gil secuestró el Atlético y las emociones de sus socios y lo convirtió en su palanca para hacer política y dinero. Y, ya puestos, con lo que te cuesta la entrada a un juego pagas la cuota anual de un partido político.
Confieso humildemente que he escrito estas líneas con la esperanza de convenceros, pero, también, para repetirme a mí mismo las verdades en las que siempre he creído, a pesar de todos los Roldanes, los Zaplanas, los Ratos, los Avalos y tantos otros que enmierdan nuestra convivencia.
Porque, como decía Séneca, para saber las cosas no basta haberlas aprendido.