Trump no es la causa, es la consecuencia.


Por José Antonio Díaz Díaz

      La infodemia no es un accidente, tampoco una consecuencia, es una causa, diseñada como instrumento para colonizar conciencias y posibilitar los escenarios que demanda el capitalismo en su actual formulación.


Por José Antonio Díaz Díaz(1)
Corresponsal del Pollo Urbano en Santa Cruz de Tenerife. Islas Canarias.   

     El espectáculo Trump es un pretexto, el texto, -lo que me ocupa y preocupa-, son las formas en que los medios explican su triunfo electoral, o lo que es lo mismo la forma en que los sujetos políticos ya individuales o colectivos seducen a sus potenciales votantes.

     La dosis hace el veneno, la cantidad importa y el medio también. Viene ello a cuento del ruido provocado por la sobreinformación, principal herramienta de esa seducción. El fenómeno ya cuenta con neologismo propio: infodemia, no recogido aún por la RAE, pero si por la FUNDÉU y significa escenario de sobreabundancia de información (alguna rigurosa y otra falsa) sobre un tema. El proceso arranca en los años 90 con internet, cuando no existían las redes sociales y la inteligencia artificial formaba parte del universo de la ficción. En16 años, todo ha cambiado: Facebook en 2006, Instagram y Wasaps en 2010, Twitter (X), en 2015, Tic Tok en 2018, Chat GTP en 2022 y DeepSek en 2025.

    La democracia se enfrenta a un “nudo Giordano” y solo cabe solucionarlo con una disyunción excluyente: renunciar a la misma, es lo que traen las actuales formas de la economía y de la política; o profundizar en ella a partir de los Derechos Humanos y la Agenda 2030.

    Solo en democracia, cabe la justicia social y solo desde esta habrá posibilidades de aminorar los efectos del cambio climático y mitigar el impacto de la desigual distribución de la riqueza.

    La infodemia no es un accidente, tampoco una consecuencia, es una causa, diseñada como instrumento para colonizar conciencias y posibilitar los escenarios que demanda el capitalismo en su actual formulación.

    Por otra parte, al igual que la industria bélica la industria de la comunicación goza de una rentabilidad excepcional por razón de negocio, y conforma junto con esta el basamento coercitivo del capitalismo. No es casual que las mayores fortunas personales y familiares estén en el negociado de la tecnología, como tampoco cabe ignorar el carácter transversal de la inteligencia artificial.

    Controla la información y podrás intervenir y modelar las conciencias. Y si falla Walden 2, siempre tendrán una versión mejorada de 1984.

Es la forma en que usan la información lo que explica el ascenso electoral de las familias que conforman la clase política conservadora: libertarios, iliberales, y neoconservadores financiados por los grandes oligarcas. Sirva de advertencia, no es la única, pero por ahora no parece que necesiten recurrir al manual del siglo XX.

    La infodemia es cantidad y cualidad de la información que conforma tres grandes conjuntos de datos: falsos, verosímiles y los más abundantes aquellos de los que no cabe predicar valor de verdad alguna, son básicamente ruido. Los datos se empaquetan, en forma de artefactos culturales: películas, series de televisión, documentales, espectáculos deportivos hasta el hartazgo de propios y extraños, algunos géneros musicales, juego digital, autoayuda, etc., Resultado, múltiples realidades para elegir, siempre y cuando tengas dinero para pagarlas y vivas en el espacio que lo haga posible.

     “El daño que han hecho los señores de la droga se queda en poco comparado con la pandemia de trastornos mentales promovida por las redes sociales”, Antonio Muñoz Molina, en EL PAÍS. Añadimos que sus productores no son señalados como narco informantes y que tampoco los consumidores somos conscientes, de que nuestra dependencia nos ha transmutado en replicantes informados.

    El relato y el contra relato, los discursos como narrativas, solo hay opiniones. No hay criterios de demarcación. Todo vale, en realidad nada tiene valor, salvo las audiencias. La realidad queda reducida a una sucesión de ideas simplonas en forma de ocurrencias, insultos, descalificaciones, estupideces, fobias o cualquiera otra situación que publicistas, influenciadores, periodistas, clase política, y cualquier necesitado de gloria mediática señale, siempre y cuando quepa en el marco del algoritmo y las instrucciones de la ventana de Overton que regulan el día a día de las redes sociales.

    Aristóteles nos definió como seres animados, racionales, animales políticos dotados de palabra. Es una acotación insuficiente, que requiere poner en valor que también somos gregarios inmaduros sentientes antes que pensantes, a veces solo sentientes sufrientes, que consumimos multitud de sustancias, algunas en formas de ceros y unos, y que habitualmente primero decidimos y luego explicamos y justificamos nuestras acciones confundiendo las más de las veces la segundas con las primeras.

     Somos materia animal finita con fecha de caducidad. Estamos modulados por sentimientos, logos y racionalidad. Somos genes y memes. No cabe pensar al humano, a la humanidad, fuera de un aquí y un ahora y desde una sola atalaya. Somos legos con sentimientos y aspiraciones, con una pizca de racionalidad

    Somos un nosotros que requiere de otros. No cabe reducirnos a uno u otro, somos una situación relacional en constante cambio. El yo requiere del tú, el nosotros del vosotros, y el él de ellos. Convivir es conjugar. Y es ese juego el que define la conciencia propia y diferencial.

   Somos animales interesados en conflicto, pero la solución no está escrita, la aprendemos, podemos dialogar o matarnos. Gran parte de la infodemia apuesta por la segunda.

    Nuestros quehaceres nos construyen en sociedad: la magia, la religión, la técnica, las artes, la filosofía, la ciencia y la tecnología confluyen en una biografía colectiva, que conforma la individual. Es el potaje del sentido común, conformado por mitos, unos heredados y todos reconstruidos.

    Los mitos, los estereotipos, las costumbres, las prácticas culinarias, etc. son las chuletas, las reglas y trucos para convivir, no requieren de pensamiento crítico, solo de su aplicación. Es ideología compartida, conocimiento basal, sentido común o conocimiento mundano. Sin este no hay sujetos colectivos y sin estos no hay convivencia posible. Una sociedad sin mitos compartidos es como un conjunto de ordenadores aislados con sistemas operativos diferentes.

    La infodemia presenta múltiples caras y por ello caben muchas formas de esta, pero en general todas sus versiones tienen en común, por una parte: palabras huecas, discurso vacío, -viejo vestigio de la peor metafísica-; relaciones mal conformadas formalmente, o usadas de forma ilegitima. Y por otra una doble finalidad enfrentada entre sí: alterar, modificar y crear realidad virtual; pero también, neutralizar, anular y mentir el contenido verosímil.

   Lo que se cuenta o es falso sin más, o no tiene valor de verdad predicable, o se ha construido para mentir y fabular la realidad con un fin bastardo, conformando el núcleo de la retórica de la prevaricación, que deviene en cuerpos o artefactos culturales, que siguen un curso materializando relatos y situaciones.

    Por ello necesitamos herramientas, usar las suyas propias, para rediseñar los núcleos, construir otros cuerpos y seguir otros cursos, lo que requiere aprender a buscar, construir indicadores y asumir una actitud de sospecha constructiva ante el liderazgo social y cultural.

    No cabe presentar aquí todas las formas de la retórica de la prevaricación en sus distintas formas de razonamiento falaz y fabulación. Somos deudores por formación y edad, del periodismo escrito tradicional propio del siglo XX. Nuestra pretensión tampoco es académica, simplemente queremos llamar la atención, presentar algunos de los trucos que están detrás de ese uso espurio ad hoc que deviene a las consecuencias en causas, o que simplemente las naturaliza, o pasan a formar parte de un mundo mágico, y no precisamente el de Macondo.

    Todos confundimos consecuencias con causas, es un error que pasa desapercibido, ya porque modificamos lo dicho cuando nos interpelan, ya porque el contexto lo soluciona. Es un espacio para la confusión, pero también para la ambigüedad calculada, el juego, la seducción, las artes, la magia, y la fabulación. Es el ámbito de la publicidad y por ende de la política. El problema es cuando se usa exprofeso para mentir, engañar y manipular, es cuando cabe hablar de retórica de la prevaricación.

    La confusión, es un síntoma que nos informa que no entendemos la realidad, o que no le prestamos la debida atención, o ambas situaciones. Ninguna nos agrada. Pero también cabe verlo como un ámbito para el aprendizaje y el desarrollo personal y comunitario. Pensemos en las relaciones interpersonales y el juego de la seducción.

    Somos seres limitados, vivimos en situaciones de estrés cuasi permanente, unas personas más que otras. La pobreza, las crisis sociales y personales generan incertidumbre. Vivir pensando todo el tiempo es agotador. Vivir sintiendo dolor lo es aún más. Necesitamos en consecuencia reducir el estrés y la incertidumbre y ello requiere confianza, y esta, creencia, aunque solo sea por regularidad fenoménica, que cabe reducir a contexto, opiniones previas, experiencia, es decir conocimiento mundano compartido. Aristóteles ya lo señaló al hacer hincapié en las clases medias como articuladora de ese pensamiento común compartido, el término medio.

    Cuestionar los discursos complejos requiere más tiempo, esfuerzo y competencia que los simples. Entender, explicar, comprender y justificar no es instantáneo. No surge de la nada. Hay que desconfiar del trabajo que no requiere esfuerzo. Es un oxímoron. No existen las dietas milagros, tampoco la comprensión súbita sin trabajo previo. Las musas nos tienen que pillar trabajando.

    En política, en economía, en publicidad, en el trabajo, y a veces también en las relaciones personales hay que analizar el discurso, prestar atención a los elementos que lo definen: la coherencia interna del razonamiento, su forma y la relación del significado con el significante, su contenido y el contexto en que se produce. El color verde de un envase de comida no la hace ni sostenible ni sana.

    La publicidad, sea cual sea su contenido no informa. La omisión, la adición, o la sustracción nos deforma o manipula la imagen de lo que pretenden vendernos. No cabe evitarla y por ello requiere de todas nuestras habilidades y las más de las veces ir más allá del conocimiento mundano y a tenor del contenido del mensaje, echar mano del conocimiento experto que toque.

    La industria de la comunicación trabaja con minería de datos construyendo algoritmos que le permite colocar a sus mensajes a tenor de su contenido y en los segmentos poblacionales más proclives al mismo. Te doy lo que necesitas. El mensaje vacuo, que no requiere casi esfuerzo para su consumo, o aquellos otros que dan impresión de rigor y respeto por la verosimilitud, combinando ideas simples y complejas, donde las primeras niegan a las segundas, las distorsionan, o carecen de relación directa con estas.

     El mensaje no acaba ni en su forma, ni en su contenido, existe otra referencia, su contexto, no siempre visible y que requiere de entrenamiento para su identificación. Son la fuente y el medio. Son los añadidos invisibles, ya bien poniendo en duda a la fuente, o por el contrario reforzándola, buscando su mejor o peor ángulo, recortando sus frases, recordando declaraciones anteriores las más de las veces sin contexto, y llegado el caso argumentos ad hominem. Es una forma adulterada del argumento de autoridad, que sustituye al conocimiento fundado. Es una de las patas del negacionismo y las distintas formas de supremacismo.

    El resultado el discurso es una cadena de valor, una mercancía, cuyo valor de cambio, no radica en la verisimilitud, sino en la audiencia, en el logro de los objetivos publicitarios. El mensajero deviene en mensaje.

    Es lo que ha ocurrido con el presidente Trump. Prácticamente toda la información que consumimos en los medios le sitúa como sujeto de la historia, se habla de la era Trump, y se obvia el proceso que lo ha traído hasta aquí: la evolución del capitalismo desde los años 60 del pasado siglo hasta la fecha en una única dirección: concentrar la propiedad y la riqueza en unos pocos a costa de la pobreza y el sufrimiento de los muchos. El capitalismo en USA requiere de este imperialismo y de esta versión aparentemente esperpéntica del poder. Si no funciona queda el totalitarismo y llegado el caso el fascismo.

      Nos cuentan una historia donde los liderazgos la definen, y no es el caso. No, porque las biografías no puedan llegar a ser determinantes, sino porque los líderes surgen y se modulan a tenor de demandas y funciones. En esta situación las cuentas de resultados determinarán las coyunturas. Y en ellas, el sufrimiento solo se contabiliza si trae consigo pérdida de beneficios o de poder. El fascismo, el autoritarismo, los populismos y los nacionalismos no son fórmulas químicas, no se repiten en laboratorios, requieren de condiciones económicas, sociales y culturales específicas. Ni Mussolini, ni Hitler ni Franco llegaron a dictadores por generación espontánea. Tampoco es el caso de las revoluciones comunistas y cuales otras que se hayan dado sea cual sea su signo.

    Si no cuestionamos el mensaje, si no ponemos el foco en el capitalismo, la causa, no entendemos la consecuencia.

    Trump ha sido elegido por 77 millones de votos populares por 75 de Harris, porque una parte del electorado americano no encontró diferencias sustantivas para votar por los demócratas más allá de los estilos personales de uno y otro. La infodemia ocultó las diferencias, hizo su trabajo.

    La industria de la comunicación tiene dos propósitos: el primero, estratégico, actuar como conciencia contenedora reguladora de la representación de lo que es lícito hacer, define el horizonte de sucesos; el segundo, ganar dinero a largo plazo, lo que cuenta es el poder.

    Las sociedades no han girado a la derecha. Han sido los gobiernos y los sujetos colectivos. Su objetivo, no siempre declarado: favorecer un capitalismo depredador con el medio ambiente e irresponsable con las personas, cargando sobre las espaldas de los trabajadores y las PYMES todas las crisis creadas por el capitalismo, a fin de recoger beneficios.

     El primer partido es la abstención. Y la causa de esta radica en la clase política. La participación política requiere que la ciudadanía pueda establecer diferencias entre las izquierdas y las derechas, que redunden en la resolución de sus problemas cotidianos, no vía promesas, sino experiencia en materia de vivienda, coste de la vida, salarios, servicios públicos de salud y educación, seguridad y cuidados. Se exige moralidad ejemplar y honestidad en lo público.

      El bulo y la desinformación seguirán presentes. No caben prohibiciones, solo regular la industria desde el principio de preservación del bien superior: la libertad de  edición y expresión y actuar a posteriori conforme a consecuencias. Legislar en caliente, siempre ha sido una mala opción. Se requieren consensos amplios.

    El sujeto de la vuelta de la extrema derecha es la frustración colectiva creciente, el miedo, la incertidumbre, la pobreza y la patologización de la vida cotidiana.

    Por último, un ejemplo a resultas del accidente aéreo que costó la vida a 67 personas en Washington.

– Donald Trump, señala que se está “contratando a trabajadores que sufren discapacidad intelectual grave, problemas psiquiátricos y otras afecciones mentales y físicas en el marco de una iniciativa de contratación para la diversidad y la inclusión que se detalla en el sitio web de la agencia”.

-Nota de la Administración Federal de Aviación “Un controlador estaba haciendo el trabajo de dos cuando se produjo el accidente aéreo de Washington. El supervisor había autorizado que una sola persona se ocupase a la vez de los aviones y los helicópteros, en contra de lo habitual a esa hora”.

[1] Deseo agradecer las sugerencias realizadas por Alberto Manganell al primer borrador de este trabajo.

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