El hombre que intentó asesinar al presidente Gustavo Díaz Ordaz


Por Emilio Mendoza

      Queridos amigos lectores, hoy quiero contarles la historia de un hombre que, en febrero de hace 55 años, intentó acabar con la vida del entonces presidente de México, Gustavo Díaz Ordaz.


Emilio Mendoza
Corresponsal del Pollo en México
www.emimendoza.com

     Se llamaba Carlos Castañeda de la Fuente, un ciudadano común de la Ciudad de México que, aunque falló en su intento, pagó un precio altísimo. El gobierno ocultó lo sucedido y, por años, nadie supo de aquel atentado frustrado ni de su autor.

    La vida en México durante los años 60 estuvo marcada por la represión de los movimientos sociales. Fue al final de esa década cuando surgió la historia de Carlos, un joven de 28 años lleno de rabia contra el gobierno, especialmente después de la masacre del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas, donde decenas de estudiantes fueron asesinados. Buscando desahogar su dolor, acudió a su guía espiritual, un sacerdote de la Acción Católica Mexicana. Pero en vez de encontrar consuelo, recibió unas palabras que se le clavaron en la mente como un mandato: “Si eres valiente, mata al presidente”.

     Esa frase fue suficiente para que Carlos se tomara en serio la idea de atentar contra Díaz Ordaz.

     Con los pocos ahorros que tenía, compró una pistola sin un plan claro en mente. Fue entonces cuando leyó en el periódico que el presidente asistiría el 5 de febrero de 1970 a la conmemoración de la Constitución. Aquel día, Díaz Ordaz desfilaría por el centro de la Ciudad de México, rodeado de una multitud que lo vitorearía. Carlos vio en esa aglomeración la oportunidad perfecta para actuar.

    Pero la improvisación le jugó en contra. Sin entrenamiento ni estrategia, falló el disparo. Para colmo, apuntó al coche equivocado, impactando en la puerta del vehículo que antecedía el del presidente. No hirió a nadie y fue capturado de inmediato por la escolta militar.

    El gobierno decidió encubrir el incidente. Prohibió a la prensa difundir la noticia y, en lugar de enjuiciar a Carlos, lo declaró demente. Sin derecho a defenderse, fue encerrado en un hospital psiquiátrico, donde sufrió torturas, aislamiento y un brutal exceso de medicación. Allí, en el olvido, su humanidad fue despojada poco a poco.

     Pasaron 23 años hasta que, por una coincidencia del destino, una estudiante de derecho descubrió su caso mientras investigaba los derechos de los pacientes psiquiátricos. Gracias a su intervención, Carlos fue liberado en 1993. Pero la libertad no significó salvación. Después de décadas encerrado, el mundo exterior le resultó ajeno e inalcanzable. Sin familia ni recursos, terminó vagando por las calles de la Ciudad de México, convertido en un indigente.

    Su historia tuvo un final aún más trágico. En una fría madrugada de enero de 2011, Carlos murió atropellado por un automóvil. Tenía 65 años.

La del estribo

    El Estado, con su poder implacable, resultó ser más cruel que el crimen que Carlos intentó cometer. No lo ejecutó con balas, sino con olvido, tortura y abandono. Su caso, silenciado durante décadas, es una prueba de hasta dónde puede llegar un régimen para borrar un acto que pudo haber cambiado la historia.

Artículos relacionados :