Italia: Feliz Camilleri


Por José Joaquín Beeme

     Andrea Camilleri inventó antes a otro detective contracorriente, Cecè Collura, un policía convaleciente que resuelve sus casos, entre la vigilante observación y el fluctuante sueño del pensionista, a bordo de un crucero por el Mediterráneo.

Por José Joaquín Beeme
Corresponsal del Pollo Urbano en Italia

    Lo inventó antes, aunque nació, negro sobre blanco, algunos años más tarde.

     Porque al comisario Montalbano lo conocen todos y es, sin duda, la más prolífica de las criaturas del aire del maestro de Puerto Empédocles (Agrigento): una treintena de novelas, a partir de La forma del agua, y docenas de cuentos. Una media de seis títulos al año, y millonarias ventas que más de una vez han saneado la caja del editor palermitano Sellerio. No hay librería italiana que no lo reponga en sus vitrinas. El sabueso de Vigata, interpretado en la serie televisiva por Luca Zingaretti, que fuera alumno de Camilleri en la Academia Nacional de Arte Dramático, donde él se graduó en dirección, debe su nombre a la amistad del giallista siciliano con nuestro Vázquez Montalbán: Carvalho y Montalbano comparten, en efecto, una mirada meridional y un cierto desencanto marxista y, como Maigret o Nero Wolfe, una indisimulada pasión gastronómica.

     Lo que probablemente pocos saben es la intensa entrega de Camilleri a la creación radiofónica, desde que entrara por oposición en la Rai. Inventor de radiodramas, director de entrevistas imposibles, adaptador de Beckett y Pinter, experimentador fonológico, documentalista móvil enristrando magnetofón Nagra, practicante de una radio participativa (invitando a los oyentes a que enviasen guiones y grabaciones o montando una estación callejera y autogestionaria) que podía desplegarse lo mismo en orfanatos que en institutos, en mercados populares que en fábricas. Y es ahí, verificando “hipótesis de radio futura”, donde fue poniendo a punto su voz narrativa: primero como extraordinario fabulador oral, de reconocible timbre baritonal, y luego como infatigable autor traducido en medio mundo.

     Quizá por eso mismo, por la seguridad autoral y escénica que le dieron los años, fue también generoso con las cámaras: el archivo audiovisual camilleriano abunda en ejemplos. Poco antes de morir, vimos aún su rotunda presencia en el auditorio romano Parque de la Música, durante el festival Libri come. Allí Marino Sinibaldi, acaso el más notorio periodista cultural del país, le pidió que probase a dibujar el frágil pájaro de la felicidad. La felicidad, se aventuró a decir el escritor, es una fulguración, por un instante nos cortocircuita en una suerte de intersección personal entre pasado, presente y futuro. Pero ha de ser sólo eso, un instante, porque de lo contrario nos quemaríamos como mariposa en bujía: ese polvo de oro que de sus alas queda en nuestros dedos, algo así, un levísimo roce, un soplo bien ligero, es quizá toda la experiencia de la felicidad. Que hartas veces te pasa al lado y ni te enteras: en lugar de buscar desesperadamente el beso de un caprichoso eudaimon, él había resuelto abrir el bote de mermelada más a su alcance, gozarse “las varias mermeladas de la vida”. Como aquel fresco aroma de la melisa campestre que te entra por la sangre y que te llena de ganas de cantar, de sentirte en armonía con Casiopea y con Altair hasta “perderte en la grandísima nada”.

    Pero añadió en coda, con alguna aprensión y como dejando testamento, que, si bien vivimos una tremenda aceleración del pensamiento, basta poco para errar en su gestión práctica y dar, más que un paso adelante, uno que nos mande directos al abismo. Escribidlo aquí, nos advirtió, y se señalaba la frente: o nos salvamos todos o ninguno se salva. 

    Recordémoslo en su centenario.

Fundación del Garabato
www.fundaciondelgarabato.eu

Artículos relacionados :